Pensaba estos días que hay modos de vida que requieren olvidarse de todo todo el tiempo. No puedes permitirte recordar que la gente a la que empiezas apenas a conocer no será parte de tu vida cuando pasen unos meses. No es útil ni necesario pensar que el hogar que estás armando con mimo lo vas a echar abajo, una vez más, cuando el calendario llame a la puerta. No, no puedes darle tregua al recuerdo de que estás de paso… como de costumbre.
Ayer me costó recordar qué piso marcaba en el ascensor en mi “hotel” en Madrid. Cuando lo logré, di un paso más: y no logré estar segura de que el piso en el que creo acordarme de que vivía en París fuera el que pienso. ¿Cuarto qué?
No, no hay que acordarse de hacerse preguntas de esas. De empezar a elucubrar -así al descuido, mientras se friegan los muchos platos de una cena en casa– dónde se estará el año que viene: porque si todo va bien se estará lejos, ni se imagina dónde, en barrios de los que aún no se sabe ni pronunciar el nombre.
Sí: hay modos de vida en los que es mejor entrenar mucho el dífícil arte de vivir como si nada. No preguntarle nunca al corazón a qué carajo estamos jugando. Y no hablamos sólo de mapas aquí. Uno elige modos de vida de lo más preguntón todo el tiempo. Y desde luego no hay que preguntarse si hay que cambiarlos. Eso sí que no. Eso sí que se llama laberinto.
No me malinterpreten, lo llevo bien. Es sólo una constatación.
Y en todo caso, no pasa nada: ya mismo la olvido también…
Mural escrito por el viento
[Eugenio Montejo (Venezuela, 1938-2008)]
Adora a tu ciudad, pero no mucho tiempo,
olvida el tacto de sus piedras,
sé gentil a tu paso y prosigue de largo,
no proyectes quedarte entre sus muros,
hasta fundirte en el paisaje.
Una ciudad no es fiel a un río ni a un árbol,
mucho menos a un hombre.Quien amó una ciudad solamente en la tierra,
casa por casa, bajo soles o lluvias
y fue por años tatuándola en sus ojos,
sabe cómo engañan de pronto sus colinas,
cómo se tornan crueles esas tardes doradas
que tanto nos seducen.Las ciudades se prometen al que llega
pero no aman a nadie.
Cuando se ven por la ventana de un avión
todas atraen
con sus cumbres azules
y largos bulevares rumorosos,
pero al tiempo son sombras amargas.
Sus edificios nos vuelven solitarios,
sus cementerios están llenos de suicidas
que no dejan ni una carta.
Por eso el río pasa y no vuelve,
por eso el árbol que crece a sus orillas
elige siempre la madera más leve
y termina de barco.
Hola Mula Francis (cuanto tiempo sin comentar),
A mí, no sé a tí (no me ha quedado claro), vivir a caballo y cambiar mucho de sitio me sienta bien. Prefiero no pensar donde me tocará estancarme.
Un abrazo.
Me pregunto tanto sobre eso… Amueblo mi casa y a veces tengo la tentación de dejarla vacía: una cama donde dormir, una barra sobre la que comer…Una nevera y una ducha. Pero otras necesito sentirme confortable, y me paseo por pasillos llenos de plantas para dar vida a mi hogar, ya hogar, blanco. Dudo si comprarme un sofá barato, pero finalmente optó por uno económico que se haga cama…Por aquello de las visitas. Pero…tendré tantas en un años? ¿Será sólo un año? Lo único cierto es que por primera vez en mucho tiempo no echo de menos Madrid. Y eso sí es noticia.
Justo he entrado para comentar en el blog y he visto el comentario del señor Supiot.
Yo soy un tipo de costumbres, me cuesta cambiar de hábitos, me cuesta pensar en vivir en otra ciudad, en otra casa, en otra habitación, en otro piso que no sea esta casa, piso y habitación que tengo.
Supongo que los números no son tan importantes si los recuerdos sobreviven.
Ay, me siento muy identificada con el post. El poema me gusta, pero tiene sólo la visión negativa, ¿no? Estar de paso no es tan malo, al contrario, me parece de lo más enriquecedor, siempre y cuando podamos seguir llevando con nosotros a las personas que nos vamos encontrando en el camino y un trocito de cada una de las ciudades en los bolsillos. Tú eres niña de corazón grande y vas pasando de un país a otro arrastrando amigos y paisajes, ojalá que sigas así por mucho tiempo… Besos y abrazos.
Me encanta ese poema de Montejo, me ha traído recuerdos.
¿Sabes que yo me he dado cuenta de que las tres habitaciones en las que he vivido tienen exactamente la misma disposición?
Creo que me pueden las costumbres aunque las disfrace…
Qué decir cuando ya has dicho todo lo que me pasa por la cabeza cada día, ya sabes. Siempre es la misma pregunta, si merece la pena lavarse la cara con esa dosis de nostalgia. Y en realidad sí, me gusta, porque no quiero pasar ligera por cada sitio que vivo. Porque en realidad prefiero que esa gente, que el 7º 21, que los cuadros de las paredes, dejen esa jodida marca de fuego.
Yo la verdad, no lo cambio. Ni la vida, ni las pérdidas.