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ELECCIONES GENERALES, SEGUNDA VUELTA. DÍA 11 DE CAMPAÑA (Madrid) – Berenjenas, fresas, agua y otras preguntas de recta final

Las encuestas, las encuestas, las encuestas. Todo el mundo habla de las encuestas. Y cuando deja de poder haber encuestas, de esas otras no-encuestas que se disfrazan de frutas para traer desde Andorra sondeos de tapadillo que siempre me han parecido más funambulistas todavía que los de costumbre. (No deja de sorprenderme y divertirme, por cierto, ese juego aceptado de publicar lo que no se puede publicar por la treta sencilla de dibujar fresas y berenjenas: como en una especie de Noche de Reyes en la que todo el mundo pacta tácitamente cumplir con la ficción).

Que si las berenjenas cada vez están más caras, que si ya sois segunda fuerza, que si hoy habéis bajado un 0’4.

Os voy a contar un secreto: en campaña, no miro las encuestas. Completamente en serio: si veo un titular que va de eso, no lo abro. Si oigo un dato en un informativo, me esfuerzo en olvidarlo.

En la vida en general he ido aprendiendo que si algo vale la pena trabajarse es lidiar con la tentación de las expectativas, y aquí también se aplica. Me parece mucho más sensato ir dando los pasos a su tiempo y encarando la realidad según aparece. Ocuparse, y no pre-ocuparse.

Así que yo voy por la vida como si no hubiera ni berenjenas, ni fresas, ni Andorra, ni nada. Y cuando me preguntan qué creo que va a pasar, digo con toda sinceridad que no tengo la menor idea.

Pero mujer, me responden, eres la jefa de prensa de la cosa, cómo no vas a tener ni idea.
Pues precisamente por eso, respondo: desde el ojo del huracán no se sabe hacia dónde avanza el huracán.

Si ahora mismo me dicen que ganamos las elecciones, me lo creo.
Si me dicen que las perdemos estrepitosamente, me lo creo.
Si me dicen que nos quedamos como estábamos, me lo creo.

Básicamente, mi perspectiva está de todo punto perdida. Hace semanas que rara vez hablo con alguien que no esté en la misma burbuja que yo. Que apenas leo cosas que no hablen de nosotros. Que cada día veo a gente que nos quiere aplaudir y gritar y reír en los mitines. Que mi tribu momentánea son los equipos de campaña y los periodistas de la caravana.

Así, ¿qué voy a saber? Hago mi trabajo y sigo hacia delante, manteniendo siempre el mejor de los mundos posibles como horizonte, pero procurando no confundir mis deseos con la realidad.

A pocos días de tener las respuestas, me niego a mirar el precio de las berenjenas y hago otro tipo de encuestas. Llamo a mi familia y pregunto: ¿cómo lo veis? Escribo a los más despolitizados de mis amigos y pregunto: ¿vais a ir a votar? Procuro juntarme con quienes de entre nosotros mantienen la cabeza más fría y la distancia más amplia y pregunto: ¿tú tienes algo más o menos claro?

Y ni siquiera mucho. Para mantener el rumbo, hay otras preguntas que me importan más aún: las que miran adentro. Antes de abordar la recta final, procede un balance, un chequeo de motores.

¿Cómo están las fuerzas? Al límite, pero la adrenalina hace milagros.
¿Cómo están los equipos? Muy tensos y saltando ante todo, pero eso es lo normal.
¿Cómo está el jefe? Mejor que nunca.
¿Cómo van los planes? Según lo previsto.
¿Hemos cometido errores? Graves, no.
¿Lo estamos haciendo bien? Creo sinceramente que lo mejor que permiten las condiciones objetivas.
¿Balance de bajas? Cero.
¿Balance de heridas? Hombros quemados por el sol y algún otro nuevo golpe en la inocencia.
¿Deseos para después? Dormir e ir al mar con tiempo.

En resumen, mi mercado personal de frutas dice: muy cansada, pero muy contenta.
No sé si eso se puede considerar de algún modo una intuición.

 

La foto, de Irene Martín, una de las periodistas que nos acompañan en la caravana.
Móviles, gafas de sol y ataques de sueño: imagen clara del estado de las chicas de prensa en el abordaje de la recta final

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