Orgullo de ser gato

Resulta que, este fin de semana, el gato no ha estado solo. Una amiga que se iba de viaje le dejó al cargo de un cachorro de pequeña minina, de un aprendiz de gata hiperactiva y mordedora. Se llama Coco y nos ha enseñado muchas cosas, a su congénere de tres patas y a mí.

Porque no estamos muy acostumbrados por aquí a tratar con otros animales, y eso permite que todo lo que vemos nos asombre. Sus andares elegantes y su forma divertida de estar siempre como a punto de cazar.

Total, que el de tres pies lo lo ha estado pensando y ha apuntado algunas cosas del estudio etológico que le han parecido relevantes. Así como al vuelo.

Cosas que le han hecho estar orgulloso de ser gato también.

Dice que no sabe, que igual son tonterías. Pero que, a su entender, las cosas que le enseñó Coco, puestas así negro sobre blanco, se parecen bastante a una poética. (Del vivir, se entiende).

Y es que nosotros los gatos…

Nos subimos con mucha alegría a sitios de los que luego no vamos a saber bajar, y entonces, implorantes, después de haber agotado todas las posibilidades, llamamos con una súplica susurrante a una mano amiga a ver si se acerca, sin dejar entretanto, pata ante pata, de tratar de salir de allí orgullosos y autónomos.

Ante el plato lleno de comida, no nos lo tragamos todo de una vez, sino que dejamos algo para luego, pero no lo vigilamos entretanto.  Si cuando, en una carrera espídica, volvamos a por más, sigue estando ahí, tanto mejor. Si no… pues ya veremos.

Nos aseamos de vez en cuando las patas aunque no hayamos hecho nada sucio. La elegancia es así.

Cualquier lugar y momento son buenos para dormir si apetece dormir. (Y hablando de dormir: nos gusta más en el calor de alguien querido. Pero si no puede ser, tampoco nos agobiamos).

Hay que trepar a todas partes. And that’s a fact.

Los cristales de las ventanas son una cosa extremadamente confusa. Y que nos cierren en los morros una puerta es el mayor motivo de enfado que conocemos. Así que esas puertas cerradas hay que intentar abrirlas. Por cualquier medio.

Es de bien nacidos decir runrún cuando se está a gustito.

Respiramos fuerte y nos late siempre muy deprisa el corazón. Como si todo el tiempo, sin parar, estuvieran pasando cosas importantes.

Para los ataques de cariño hace falta una confianza trabajada. Un beso cuando no se conoce al otro lo suficiente, una caricia a destiempo, nos gustan tan poco como un ataque a buena hora.

Las cosas hay que probarlas al modo que sugería Ángel González: “como los panaderos cuando prueban el pan /es decir con la boca”. Tiernos mordiscos de cachorro de vampiro para encontrarle a cada asunto la verdad.

A Pavlov le faltaban elementos. Sí, dos collejas y nunca más lo intentaremos. En principio. Pero cuando te des la vuelta, jefe, entonces…

Se debe descansar con la espalda cubierta, por si acaso. Se debe descansar con un ojo medio abierto.

No hay distancia que no admita un gran salto si se está bien segura de saber caer.

Las jaulas, ni para diez minutos de paseo. Las jaulas, ni para diez minutos. Ni para diez minutos. Patearemos y gritaremos a pleno pulmón, morderemos tus dedos de carcelero por amigo que seas. Y no nos valdrá que luego nos dés comida. ¿Qué te crees?

A veces nos dejamos temblar. Pero sin aspaviento.

Es posible moverse mucho sin hacer nada de ruido. Que no se acabe de saber si estamos o no.

Araña, que algo queda.

Hay cosas que se deben hacer sola.

Coquito

2 thoughts to “Orgullo de ser gato”

  1. Las jaulas, ni para diez minutos de paseo. Las jaulas, ni para diez minutos. Ni para diez minutos.

    Eso mismo debí de pensar yo misma hace un año por lares andaluces… ¡viva los gatos, joder!

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