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ELECCIONES GENERALES, SEGUNDA VUELTA. DÍAS 3 Y 4 DE CAMPAÑA (Valencia – Madrid) – Debatir en tiempos de Gran Hermano

El lunes tuve un despertar muy raro. El móvil vibraba y vibraba con preguntas. Esto, en sí mismo, es ya normal en mi vida. Lo raro en esta ocasión eran las preguntas en sí: ¿Se ha despertado ya? ¿Qué ha desayunado? ¿Ha salido a correr? ¿Cómo tiene pensado pasar la mañana?

No, no es que me haya cambiado de trabajo y me dedique ahora a reportar acerca de la casa de Gran Hermano. Ni siquiera curro para el Hola ni soy la asistente personal de un futbolista en el día antes de la gran final. Lo que ocurría es que era la mañana antes del debate entre los cuatro candidatos a la presidencia, y que los medios de comunicación están un poco hiperactivos últimamente. 

¿Cómo está estudiando? ¿Pero exactamente qué? ¿Dónde? ¿Con quién?

Bip-bip-bip, imparable bip-bip-bip de detalles y esa tentación de decir: ¡Yo qué sé, señores! Pues digo yo que estará levantado, sí, tampoco creo que haya dormido mucho. Habrá desayunado, supongo, pero no estoy en su casa, afortunadamente. Y estudiando… pues mira: en el sofá, en pijama, repasando fichas y echando un cigarrito de vez en cuando, me imagino. 

En lugar de eso, el paripé de lo correcto: El candidato se ha despertado ya, sí. Empieza el día muy animado y con muchas ganas de que llegue el debate. Pasará el día estudiando con su equipo, preparando esta velada decisiva. 

Al menos, me consolé, mis respuestas whatsapp no serían publicadas tal cual. A esa misma hora, la jefa de gabinete del jefe, Irene, recibía también unos cuantos whatsapp…. pero destinados a salir en pantalla en directo. En un grupo montado ad hoc con sus homólogos de los tres partidos, una periodista de una de las principales televisiones del país iba desgranando curiosidades: ¿Qué consejos habéis dado? ¿Todos llevarán corbata?

En estos tiempos de redes sociales, hiperexposición y avidez informativa, los medios demandan reality shows. Una especie de competición por quién es capaz de mostrar la verdad más desnuda, por llevar las cámaras hasta más dentro de las casas y las vidas.

Pero cualquiera que use facebook sabe que nada lleva más maquillaje que la supuesta verdad desnuda.

De todo lo que hago en este extraño empleo, quizá lo que más trabajo lleva son los rodajes que hay que montar cuando se quiere mostrar un “día normal” del candidato. Leyes raras de la narrativa: en televisión, para que algo resulte creíble, hay que fingirlo. Un día normal sería muy aburrido, lento y largo, el espectador sentiría que se le oculta la verdad. Porque en televisión, verdad es otra cosa. Así que hay montar las escenas de la normalidad para que den bien en cámara. Condensar en minutado estándar la vida real.

Esto no está ni bien ni mal. Simplemente, son las reglas.

¿Verá el partido de España? ¿Dónde? ¿Con quién? ¿Ha almorzado?

En este debate, sin embargo, el componente reality fue un poco más relajado que en el anterior. Recuerdo bien aquel de diciembre: ¡qué día tan estresante! En aquella ocasión, primera entre primeras, el morbo sí que estaba desatado. Todas las cadenas querían pasar a ratitos sus cámaras a la casa del candidato, todos los periódicos querían una foto de la sala de estudio, todas las radios necesitaban detalles de color. Cámaras en el coche de ida al plató, imágenes sucesivas del día D. Que el espectador no se pierda detalle. La imagen de backstage parece pesar más que la respuesta que importa, en realidad.

Esta vez, digo, la cosa estaba más tranquila, y los candidatos pudieron pasarse el día en chándal, estudiando de verdad. La ficción de la preparación dejó por una vez espacio a la preparación.

Pero no nos engañemos: no era prudencia, era hartazgo. Simplemente, esta ya era una imagen repetida.
Y si algo no admite el mundo del reality es la repetición.

Por eso los whatsapp, por eso la competición implícita por quién hace la pregunta más extraña.

Toda esta campaña está teniendo algo de esto. Si para los partidos es difícil hacer algo diferente, despertar el interés pese a que todo sean segundas veces, para los medios la misión pasa a ser infernal. Inventarse formatos no-vistos para algo ya-visto, menuda tarea. Por eso las entrevistas con niños, los “un día con fulanito” en los que se termina hablando de sexo, las imágenes del candidato conduciendo, las tertulias deportivas, los escenarios exóticos.

El otro día le decía a uno de esos jefazos con corbata que me llaman para pedir cosas: “desde luego, ya no sabéis qué inventar”. “No lo habría dicho mejor”, me respondía riéndose.

¿Y que está haciendo el candidato esta tarde? ¿Se ha vestido ya? ¿Sigue estudiando o descansa un rato? ¡Dímelo, por favor, tengo que sacarlo ya mismo!

En mi cuarto año de la carrera de Periodismo, tuve suerte con la convalidación de asignaturas en el Erasmus. Por entonces ya dudaba de mi vocación de plumilla, así que me las apañé para que mi destino fuera una facultad de políticas. Así que en vez de las asignaturas prácticas de televisión, tuve algo llamado “Estudios de los Medios”; en vez de “Empresa Informativa” estudié “Intelectuales franceses desde mayo del 68” y “Medios y Política”. Me pasé el año leyendo lo que Débord pensaba del espectáculo y lo que Bourdieu decía de la televisión. Que no se preocupen los jefes: eso no quiere decir que no entienda la lógica de mi trabajo. Sí que quiere decir, quizá, que la entiendo desde el envés.

Y todos los días me sorprendo y me fascino.

¿Se ha subido ya al coche? ¿Quién va sentado con él? ¿Me dices los nombres de todo el equipo que le acompaña?

En cierto modo, me temo que el momento en el que empieza el debate es exactamente el momento en el que decae el interés. Cuando el candidato está a la vista, los responsables de prensa nos relajamos, el móvil deja de sonar.

Aunque luego, claro, el debate termina:

¡Dime algo sobre cómo está el candidato! ¿Hacia dónde va ahora? ¿Con quién?

 

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