Llego tarde, muy tarde, pero llego, a la nueva convocatoria que los efebecarios por el mundo, en virtual y lenta asamblea, nos autolanzamos para compartir, los unos con los otros y con quien pasara por allí, nuestro rincón en el mundo para 2010.
Si la última vez el leiv motiv había sido “el cielo de tu ciudad“, esta vez, sin bajar ni un grado el nivel de cursilería, nos retamos a un nuevo temazo: “tu sitio favorito” 😉 En realidad, el compromiso era haberlo hecho, ejem, el fin de semana pasado, así que a lo largo de ya casi diez días han ido desfilando por los blogs de mis compas todo tipo de favourite places: escondites secretos, barrios ajetreados, callejas indistinguibles. Lugares que no se pueden fotografiar y hasta, en un caso, la propia casa -y no precisamente por un espíritu tranquilo…-
Yo no me acordé hasta hoy de sacar en el bolso la cámara para retratar mi lugar favorito.
Pero desde el primer momento supe cuál iba a escoger.
Se trata del cruce que da a la entrada de la medina, la ciudad vieja. Que es como decir: la encrucijada entre dos mundos.
A mi espalda, la Avenida de Mohamed V, arteria de la ciudad nueva, donde los cafés tienen nombres franceses y los apartamentos, calefacción.
Frente a mí, la cueva de Alí Babá.
Cuando se logra cruzar el batiburrillo que veis (el ruido tenéis que imaginarlo), se llega a la explanada donde quien haya ido en coche tiene que aparcarlo (la medina es territorio de los pies). El edificio que en la foto sale a la izquierda es el mercado central. Dentro hay las frutas que no se encuentran en ningún otro sitio de la ciudad, flores, pescado fresco. Bajo sus soportales se agolpan pequeñas tiendas que alternan chocolateadísimos pasteles, manoplas y cubos por si vas a ir a refregarte al hammam, juguetes en plástico estridente, periódicos extendidos en mantas que nadie compra pero todo el mundo se agacha un poco para ver. A la derecha, el Hotel du Centre, de esos a los que sería perfecto llegaren mitad de la noche y en secreto, con tormenta y algo muy importante por hacer.
Pero sigamos, sigamos caminando. Atravesemos la explanada. ¿Veis, al fondo, donde nace una pequeña calle, en la que se distinguen toldos, ropa colgada? Ésa es, amigos, la entrada al laberinto. Cuando uno se va acercando, las sensaciones se multiplican. Cien olores (bocadillo de carne, pescado frito, tortas, bollos, caracoles, y todas esas especias apiladas en conos, y toda esa menta, y todo ese cuero), mil voces gritando (oferta, déjame paso, bonjour gazelle, llamada de oración), empujones casuales y de los otros, rostros y rostros, soplos de telas.
Si caminas hacia la izquierda, el barrio de la tecnología, donde hay tiendas enteras de dvd’s pirata y si te han robado el teléfono tal vez puedas volverlo a comprar. A la derecha, el mercadillo de un-poco-de-todo, por donde la gente simplemente pasea, arrastrada en una masa que te impide decidir tu propio ritmo. Si caminas de frente, caftanes y luego un cementerio y luego el mar. Hacia cualquier otra parte, el destino es perder las nociones de espacio y de tiempo.
Pero de todo eso hablaremos otro día.
Hoy sólo quería contaros el cruce, my favourite place. No sé por qué lo es. Es una sensación. Pero cuando estoy allí, es como si tocara un interruptor. Me cambia algo en el cuerpo. Creo que, aunque no lo formule ni siquiera en mi mente, algo en mí piensa: “ah, sí, era verdad, estoy en Marruecos”. Tomo aire, cruzo como puedo, y me preparo para cualquier cosa.
Ábrete, Sésamo.
Te estaba esperando, Casielles. Y no me defraudaste, más bien al contrario. Gracias por este paseíllo ajetreado.
Puedo entender un poco de lo que cuentes. Espero nun tardar muncho en volver a ver esi cruce. Echo de menos Marruecos, Lau.
Un besuu