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Post-electoral

Esta mañana ha vuelto a constituirse el pleno del Congreso. Los diputados ocupan de nuevo sus sillones. Algunos nuevos, algunos faltan. Los currantes volvemos a nuestras mesas, intentamos recordar cómo se hacían las cosas.

Hace apenas tres semanas, no imaginabamos ese retorno así. Hay que asumirlo: imaginábamos un regreso mucho más exultante, mucho más multitudinario, mucho más lleno de posibilidades. Hace apenas tres semanas abordábamos la recta final de una campaña sobre la que, en el fragor de la batalla, no nos cabían dudas.

La noche del 26J, algo se rompió un poquito.
Quizá simplemente algunos de los puntales de nuestra mirada.

Luego, poco a poco, fueron pasando los días, aunque al principio parecieran interminables en su confusión. Dormimos, fuimos saliendo de la cueva. Pensamos, en soledad y en común. Nos aireamos un poquito, escapamos de Madrid buscando verde y azul. Se nos fueron reajustando las piezas.

Veinte días más tarde, empieza una nueva legislatura y, sorpresa: de nuevo parece posible escribir.


*  *  *

Pero, ¿escribir? ¿Por qué escribir?

Quizá solo por un modo extraño de lealtad al testimonio. Si una fue contando el camino hasta aquí, qué menos qué contar también la zozobra. Hay que intentar decir sobre todo lo que es difícil decir. Al diario de campaña le faltaba un final.

¿Un post postelectoral ahora?
Claro: qué puede haber más postelectoral que el comienzo de la legislatura.
De eso se trataba, ¿no?

*  *  *

No estoy necesariamente orgullosa de decirlo, pero yo fui una niña muy formal y muy obediente. Cuestionar la norma no me vino dado. De algún modo, en algún lugar de las creencias que me fundan, algo dice: “si haces las cosas bien, salen bien”.

Así que llevo treinta años dejándome la piel en cada esfuerzo.

Es una falacia muy de mi generación y de mi género: “si haces las cosas bien, salen bien”.

Bueno.
Pues no.

*  *  *

En estos veinte días de repensar y recomponer, he buscado respuesta donde siempre: en las lecturas. He revisado algunos libros de cabecera como quien busca un mantra o un ancla.

Una de las primeras citas que se me vino a la mente, ya en aquella misma noche del 26, era de la novela”La Pasión”, de Jeanette Winterson. “Juegas, ganas, juegas, pierdes”, dice: “Juegas. Apostando de año en año las cosas que amas, lo que arriesgas revela lo que valoras”.

Juegas, ganas, juegas, pierdes, juegas. Pero esa cita se me matizaba con una de Pierre Aubenque en sus comentarios a Aristóteles que me acompaña también desde hace muchos años: “No está permitido ser torpe cuando el fin es bueno”.

*  *  *

Aguanté muy bien el tipo durante la tarde electoral. Aguanté muy bien el tipo la mañana siguiente. Aguanté muy bien el tipo cuando había decisiones que tomar, tareas que realizar, y hasta en un momento en el que de puro acelere me caí por las escaleras. Aguanté muy bien el tipo casi sin fisuras durante veinte días.

Solo hubo un momento en el que, sin poder evitarlo, empezaron a caerme lagrimones. Acabábamos de llegar a la plaza del Reina Sofía, abarrotada de gente que no dejaba que los discursos empezaran con sus aplausos y vítores de ánimo.

La frase que se me cruzó por la cabeza fue: “les hemos fallado”.

*  *  *

Hace un año, en la Universidad de Verano de Podemos, me invitaron a dar una charla sobre liderazgos en la nueva política. Recuerdo que, ya en aquel momento, una de las cosas sobre las que quisimos pensar fue sobre la derrota. Sobre qué pasaría si es que llegaba. Sobre quién es el líder en la derrota, cómo la vive, cómo se trenzan esos dos significados.

Ya en aquel momento, sí, me parecía iluminador otro de los poemas que en efecto se me apareció mucho estos días. “El dios abandona a Antonio”, de Kavafis (o su versión musical, el “Alexandra Leaving” de Leonard Cohen):

(…) Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
saluda, saluda a Alejandría que se aleja.
Y sobre todo no te engañes, nunca digas
que es un sueño, que tus oidos te confunden;
a tan vana esperanza no desciendas.
Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
como quien digno ha sido de tal ciudad,
acércate a la ventana con firmeza,
escucha con emoción, mas nunca
con lamentos y quejas de cobarde (…)

*  *  *

Como tan a menudo ocurre en la vida, el problema no han sido fundamentalmente los hechos.
El problema, fundamentalmente, ha sido un cierto desajuste entre las expectativas y los hechos.

Claro que lo mejor eso es a ese desajuste a lo que llamamos realidad.

*  *  *

Pero también:

No hay que olvidarse de decir que 71 diputados son muchos diputados.
Como tampoco hay que olvidarse de decir que un millón de votos son muchos votos.

*  *  *

Cuando nos preguntamos qué ha ocurrido, seguimos teniendo sobre todo un montón de preguntas. ¿Fue tal cosa, fue tal otra, fue la de más allá?

Yo no tengo ninguna certeza en las respuestas. Apenas algunas intuiciones.

Por ejemplo: que la vía adecuada es la de las muchas preguntas abiertas. Nada tiene una sola causa, no iba a ser esto la excepción.

Por ejemplo: el tiempo, el tiempo, el tiempo. A lo mejor no cabía imaginar, como imaginábamos, un salto mayor en solo dos años. A lo mejor ese cabalístico 71 era un tope real de este momento.

Por ejemplo: que habría pasado exactamente lo mismo si hubiésemos tomado las decisiones opuestas. Si no se hubieran perdido votos por la confluencia, se habrían perdido por no confluir. Si no se hubieran perdido votos por la campaña suave, se habrían perdido votos por la campaña agresiva. Si no se hubieran perdido votos por negociar en serio, se habrían perdido por no negociar. Si no se hubieran perdido por Pablo, se habrían perdido por su ausencia.

*  *  *

En todo caso, cada decisión nos constituye.
Si hubiésemos elegido otra cosa (la no-confluencia, la campaña-otra, la tibieza al negociar) a lo mejor los números podrían ser otros, pero también nosotros seríamos otra cosa.

Sabido esto, la pregunta de si repetiríamos lo mismo o no, no es una evaluación de campaña ni un balance electoral.
Es quizá la pregunta fundamental para orientarnos en adelante.

*  *  *

¿Y las encuestas? ¿Por qué fallaron las encuestas?

Aquí también, una intuición: por su propia naturaleza. Porque no se puede ser a la vez baremo y noticia, preguntar y servir de brújula al mismo tiempo. Porque es mucho más fácil, ahora mismo, decir que se nos vota a nosotros; y mucho más fácil también asustarse al ver el reflejo que produce en el espejo esa respuesta.

Para pensarlo, de nuevo una compañía en verso: el poema “Principio de incertidumbre”, de mi querido amigo Inwit. Él aplica al amor esa teoría que en la Física dice algo así como que el instrumento de medida siempre altera lo medido, y que por tanto no hay modo de enterarse sin desajuste de la temperatura, presión, posición del electrón, o cualquier cosa.

A mí me vais a permitir que se la aplique, también, a la demoscopia:

Al intentar medir, bien de mi vida,
la presión de la rueda de una bici
hay siempre un poco de aire
que se escapa,
conque la medición nunca es correcta:
jamás sabemos cuánta es la presión
(la cifra exacta con dos decimales)
que tenía la rueda
justo antes de medirla (…)

*  *  *

En cierto modo, lo que nos dejó tan noqueados el 26J fue que, con independencia de los muchos posibles balances del resultado, lo que se había dado tenía algo de derrota ontológica. Algo que pensábamos que podía ser, reveló no poder ser. Le vimos un poco los límites a las posibilidades objetivas del momento, se nos empequeñecieron los sueños y el horizonte. Se nos quedó muy a mano la tentación de no creer.

Contra esa derrota, el auténtico reto metafísico es el que viene ahora.

A ver cómo reinventamos lo posible.
A ver qué imaginamos, cómo estiramos los márgenes.
A ver qué horizonte somos capaces de soñar desde aquí.

*  *  *

Hacía cosa de un año que tenía en la cocina una botella de champán, sin abrir, guardada para no se qué celebración.

La noche de las elecciones regresé pronto a casa. No tenía mucho cuerpo de fiesta, supongo.

Y sin saber por qué, vi claro que era el momento de abrir aquella botella.

Por lo hecho.
Por el coraje, por la coherencia.
Por las compañías.
Por lo que está por venir.

Porque a lo mejor no hay que esperar que las celebraciones sean siempre con fuegos artificiales. Sino, a veces, los brindis de lo agridulce.

Me bebí buena parte de la botella esa noche, larga, de reflexión. A sorbos pequeños, tranquilamente.

Dejé el resto en la nevera.

Lo estoy acabando hoy, mientras escribo, al fin, este texto.

El que no la haya tocado en estas tres semanas quizá sea ilustrativo del camino que quieren trazar estas líneas.

(Lo de si el champán aguanta tanto tiempo abierto sin estropearse, eso es otra historia).

*  *  *

Hay un cuento que en mi familia siempre nos contamos cuando van las cosas mal (y también a menudo cuando van bien). La mañana del 27 de julio, esa fue mi parábola de cabecera:

Esto era un granjero que solo podía permitirse tener un caballo. Lo cuidaba muy bien, pero, una noche, el caballo escapó a través de una verja rota.
Cuando sus vecinos se enteraron, fueron a decirle que lo sentían. “¡Qué mala suerte!”, repetían.
El granjero respondía: “Ya se verá”.
Una semana después, el caballo regresó, acompañado de otros seis caballos, salvajes. El granjero y su hijo lograron meterlos todos en el establo.
Y los vecinos volvieron. “¡Qué buena suerte!”, decían.
El granjero respondía: “Ya se verá”.
Pronto, el hijo del granjero comenzó la tarea de domar a los recién llegados. Cuando intentaba montar a uno de ellos, cayó al suelo y se hizo mucho daño. Perdió una pierna.
Los vecinos se acercaron: “¡Qué suerte tan terrible!”, comentaban.
El granjero respondía: “Ya se verá”.
Poco después, llegó al pueblo un grupo de soldados. Había comenzado la guerra y venían a reclutar a todos los jóvenes del pueblo. Solo se libró el hijo del granjero, por faltarle una pierna.
Los vecinos acudieron: “¡Qué fantástica suerte!”
“Ya se verá”, respondió el granjero…

*  *  *

Ante nosotros se abre un extrañisimo verano, habitado, en vez de por playas, por despachos y lentitud, por trabajo e incertidumbre.

Ya sabemos que no es cierto lo que creíamos de niñas: no por hacer las cosas bien salen necesariamente bien.

Pero el verdadero resultado de las elecciones, el único indudable, es la foto que abre este post. Toda esta gente dispuesta a hacerlo, pese a todo y contra todo, lo mejor posible.

Hay muchos libros por leer, y nuestra misión sigue siendo hacer posible lo que, por ahora, es solo sueño.

El dios no ha abandonado del todo a Antonio. Seguimos jugando, tomando la presión a las ruedas como si no existieran las leyes de la física.

¿Perder, ganar? El verdadero resultado es esa foto, lo que se pueda hacer con ella.

Ya se verá.

Foto: Dani Gago

3 thoughts to “Post-electoral”

  1. Gracias por este testimonio. No creo que nos hayáis fallado, ni mucho menos que la confluencia sea negativa. Puede ser que no consiguierais llegar con vuestros argumentos a todos los que en diciembre se animaron a votar a Podemos. Y no es de extrañar; la maquinaria de terror con las falacias de Venezuela y del expolio de la izquierda es muy difícil de combatir en personas con poca formación, y, sin embargo, es muy difícil explicar las atrocidades cometidas por los anteriores gobiernos cuando no les toca directamente, sobre todo en el bolsillo. Para mí, ese millón, simplemente, se acojonó porque no estaba preparado para decidir y defender las políticas de este partido. A dónde fueron a parar sus votos no me parece muy relevante precisamente por eso, porque igualmente no me creo que lo hayan decidido con criterio. A este país le faltan muchas asignaturas por aprobar hasta ser dueño de su futuro, que pasa por arrebatárselo a quienes tienen ahora la sartén por el mango. Yo estoy convencido de que vosotros podéis contribuír decisivamente a cambiar la inercia de casi un siglo de penurias, explicando a los ciudadanos en qué consiste la política y cómo todos tenemos un compromiso con la democracia, que pasa por ser críticos y responsables. Llevará tiempo, alegrías y disgustos; habrá que aguantar mucho -la falta de respeto es brutal- pero sois nuestra única esperanza. Seguid adelante con las decisiones que estiméis oportunas; acertadas o no, el caso es que lo hagáis con fe y honestidad. A buen entendedor…
    Gracias otra vez.

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