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ELECCIONES GENERALES, SEGUNDA VUELTA. DÍAS 7 Y 8 DE CAMPAÑA (Palma – Alicante) – Cosas iguales, cosas que cambian

Esta es la sexta campaña que Podemos hace desde que nació. La vida de esta organización es un continuo de viajes, carteles y urnas. Sin embargo, las cosas no siempre se parecen a sí mismas, y las pequeñas variantes esconden universos. Yo, que me perdí las dos primeras, vivo esta campaña, mi cuarta, jugando siempre entre el déjà-vu y la sorpresa. Algunas cosas son iguales. Algunas otras, muy distintas.

Respecto a las anteriores, por ejemplo, esta vez pasamos mucho más tiempo en casa. Hemos parado el desenfreno de tener que hacer cosas todo el tiempo. Tiene sentido, el cansancio propio y ajeno de las repeticiones hace que saturar suene a mala idea: menos balas, más certeras. Ya se sabe quiénes somos, qué decimos, qué venimos a hacer. Ahora se trata más bien de decir que seguimos siendo los mismos, diciendo lo mismo, haciendo ya. Así que tenemos menos viajes y más entrevistas. Menos proselitismo y más responder, digamos.

También mi trabajo ha cambiado, y no solo por ese matiz en la perspectiva de las decisiones. En esta ocasión, no solo me ocupo del jefe: ahora coordino al equipo de prensa de la campaña. Sin duda, es una tarea completamente diferente. En vez del zoom, la panorámica. En vez de la dedicación unipersonal, la ventanilla única. Mi labor ahora es repartir tareas, hacer malabares, decir que no a más bandas, atender cual psicóloga a propios y ajenos, desesperarme con los cambios de plan, hacer un tetris permanente de desbordes.
Estoy, por tanto, más gruñona y más mandona. Más estresada y más estresante. Pero os digo un secreto: creo que, en realidad, esta versión del trabajo me gusta más. Me lo apunto a futuro: creo que se me da mejor ser directora de orquesta que manager.

Aunque, en la base, el día a día se resuelve de la misma manera: carreras, teléfonos, nuestra extraña mezcla de diplomacia y gritos.

Entre los periodistas, algunas caras nuevas. Otras que cada vez conocemos mejor: nos entendemos con más rapidez y menos conflictos. Seguimos improvisando más de lo que ellos querrían. Siguen formándose locos corrillos en las cafeterías de tren y los pasillos estrechos.

Más diferencias evidentes: somos más, y más diversos. No solo hacia afuera, como comentábamos el otro día: encontrando nuevos compañeros de viajes de dialecto distinto en la lengua común. También hacia dentro: nuestros equipos han crecido, aumentando la familia con nueva gente que ya responde a la palabra “amigo”. ¿Cómo hacíamos antes, sin vosotros?, nos preguntamos en el equipo de prensa, nos preguntamos en el equipo de Pablo. La única respuesta que se nos ocurre es que lo hacíamos peor, y menos alegres.

Tenemos el mismo autobús, pero le hemos puesto más mesas y más enchufes.

Porque, sí: hemos aprendido algunas cosas. A hacer dos turnos en los trayectos de regreso para que los periodistas puedan escribir, o a poner las entrevistas a horas más sensatas para que el jefe esté de mejor humor. A pasar protocolos detallados antes de llegar a los sitios y a repartirnos las tareas del día la noche anterior. Estábamos más en forma cuando empezó la carrera. Hacemos con más precisión las maletas. Ya todos tenemos cargadores portátiles y nos quedamos sin batería jamás.

Pero hay algunos errores que seguimos cometiendo, idénticos siempre, como piedras tenaces que no nos abandonan.
Y seguimos teniendo también una excelente capacidad de inventar errores nuevos, cómo no 😉

En vez de botas, llevamos sandalias.
En vez de del frío, buscamos resguardo del sol.

Somos algo menos ingenuos. Y por eso podemos permitirnos la cursilería de irlo llenando todo de corazones.

Nos atacan con nuevas palabras y la misma mala leche. Cada vez nos hacen menos daño.

Yo esta vez no tengo la casa en obras, y el que lo hubiera estado antes me permite disfrutar del agradecimiento de que esta vez no lo esté: ¡qué pequeño placer, tener la madriguera propia disponible sin sobresaltos cuando se vuelve de un viaje!

Algo hermoso y nuevo es que ya hemos estado meses trabajando con quienes vuelven a ser candidatos ahora. Si en diciembre el reto era irles conociendo y darles a conocer, ahora cada viaje es la alegría de visitar a quienes en el Congreso han sido compañeros de la cotidianeidad, que nos reciben con abrazos y orgullo en sus lugares de origen. Pelear por ellos es, si cabe, algo aún más personal.

Y en lo personal… Tras tantas campañas, ya se ha roto todo lo que se tenía que romper. Todo el mundo ha vivido ya sus crisis de pareja, sus crisis de familia, sus crisis de amistad. Ya se sabe lo que tiene y no tiene la fuerza de permanecer: lo que podía conservarse ahora es más firme; lo que debía perderse se ha perdido. Sea por lo uno o por lo otro, vivimos con menos miedo.

Y  a los árboles que se desprenden de sus hojas en invierno, la primavera les sigue regalando flores.

Menos miedo, decía: en muchos más sentidos también. Cuando pensamos en el 27J, aventuramos menos sobresaltos que cuando pensábamos en el 21D. Ya sabemos qué es el Congreso, ya tenemos amigos allí. Ya sabemos qué es negociar, ya sabemos que no se muere en el intento.

Aunque, igual que entonces, no tengamos la menor idea de lo que va a ocurrir.

Pero cuidado: esto de conocer el camino tiene doble filo. Es más sencillo dejarse llevar, pero también más difícil ver lo excepcional. Me doy cuenta de que escribo menos, y de que me resulta más complicado.

El cansancio es el mismo. No cambian los cambios de humor, los arribas y abajos de este huracán en el que pasan más cosas de las que pueden procesar nuestras cabeza y nuestros cuerpecitos.

Una sigue intentando hacer suya aquella frase de Jorge Riechmann: ¿También el esfuerzo de una sonrisa cuando maldita la gana que tenemos de sonreír contará entre las cosas que salvan al ser humano?
Con más éxito unos días que otros, exactamente igual que siempre.

Es idéntico al de otras veces el nerviosismo que se siente cuando, en mitad de cualquier situación, nos asalta una imagen de la noche electoral que se aproxima.
Ese empeño zen en mantener a raya las expectativas.
Esa alegría que sin embargo sube por la garganta anticipando lo que podría ser.

Sabemos algunas cosas más.
Sabemos algunas cosas menos.

Permanecen las razones por las que hacemos todo esto, inmóviles como el norte en las brújulas.

 

La foto, de Dani Gago, dejando siempre huella de nuestros periplos

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