Aprendiendo de la niña mala

Estoy leyendo un libro que habla, por ejemplo, de cómo cada vez que uno cambia de ciudad puede permitirse cambiar de identidad, inventarse una persona y serla.

Me preguntaba si ahora que he vuelto a Madrid estoy obligada a retomar la máscara vieja o puedo fabricarme una nueva, más a medida de los tiempos que corren. Pero ahora supongo que ya sé que ninguna de las dos va a ser realmente posible. Tierra de nadie.

Al menos me queda la opción de agarrarme a un párrafo distinto, y simplemente esperar que algo permita un nuevo pistoletazo de huida:

 – ¿Y tú?- me preguntó cogiéndome del brazo-. ¿Tú qué, mi viejo?

– Yo, nada -le respondí-. Yo, aquí, de traductor en la Unesco, en París.

Vaciló un momento, temeroso de que lo que iba a decir pudiera lastimarme. Era una pregunta que, sin duda, había estado comiéndole la lengua hacía tiempo.

– ¿Eso es lo que quieres ser en la vida? ¿Nada más que eso? Todos los que vienen a París aspiran a ser pintores, escritores, músicos, actores, directores de teatro, a hacer un doctorado o la revolución. ¿Tú sólo quieres eso, vivir en París? Nunca me lo he tragado, viejito, te lo confieso.

– Ya sé que no. Pero es la pura verdad, Paúl. De chiquito, decía que quería ser diplomático, pero era sólo para que me mandaran a París. Eso es lo que quiero: vivir aquí. ¿Te parece poco?

Le señalé los árboles del Luxemburgo: cargados de verdura, desbordaban la reja del jardín y lucían airosos bajo el cielo encapotado. ¿No era lo mejor que podía pasarle a una persona? ¿Vivir, como en el verso de Vallejo, entre “los frondosos castaños de París”?

– Reconoce que escribes poesía a escondidas -insistió Paúl-. Que es tu vicio secreto. Muchas veces hemos hablado de eso, con otros peruanos. Todos creen que escribes y que no te atreves a confesarlo por tu espíritu autocrítico. O por timidez. Todos los sudamericanos vienen a París a hacer grandes cosas. ¿Quieres hacerme creer que tú eres la excepción a la regla?

– Te juro que lo soy, Paúl. No tengo más ambiciones que seguir aquí, como ahora.

(“Travesuras de la niña mala”, Mario Vargas Llosa)

One thought to “Aprendiendo de la niña mala”

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *