Hace mucho, mucho, que no escribo en el blog de la manera que solía hacerlo antes. Por falta de tiempo y de fuerzas, este espacio fue mutando de diario en lugar en el que ir archivando las cosas que escribo para otras partes. Los días no tienen más horas que las que tienen. Hoy, sin embargo, vuelvo aquí como a una casa segura desde la que contaros una decisión y sus porqués.
Hace unos días se hicieron públicas las candidaturas para los órganos internos de Podemos, la organización política que está revolucionando el statu quo de este país nuestro. Yo estoy ahí, entre otra mucha gente. Soy una de las personas que opta a formar parte del Consejo Ciudadano. Este Consejo es un órgano que, según el modelo organizativo aprobado hace un par de semanas, hará por así decir de bisagra entre la totalidad de las personas participantes en el movimiento, y quienes ocupen los cargos de dirección propiamente dichos; un foro de debate y de trabajo, una pieza del engranaje que permitirá conectar el sentir general con las líneas directrices. Soy candidata, entonces. Pero lo soy, por otro lado, desde un lugar concreto: formo parte de la lista propuesta por el equipo ¡Claro que podemos!, que incluye candidatos para todos los puestos a cubrir: un secretario general, 62 miembros del Consejos Ciudadano, y otros 10 para la Comisión de Garantías.
Sé que esta decisión puede haber sorprendido a algunos de quienes me conocéis. Sé también que en el aire de estos días laten no pocas dudas y polémicas. Es por eso por lo que he querido volver a escribir aquí: situarme, explicarme. Por si en algo pudiera ser de utilidad.
Vivo en un país que parece estar desmoronándose por momentos. Un país tomado por la mentira y la codicia. Un país en el que nos han robado y engañado durante décadas, mientras nos decían que si algo iba mal, era culpa nuestra. Tengo un trabajo por el que cobro más o menos lo mismo que me cuesta el alquiler de mi casa. Intento dedicarme a la investigación en un país que cada año recorta más sus becas. Intento dedicarme a la cultura en un país que nos deja claro que solo lo que da dinero es prioritario. Vivo en un país del que muchos de mis amigos han tenido que irse, porque no les daba ninguna opción. Vivo en un país de dobles morales y agendas ocultas. Vivo en un país en el que hay quien quiere que mi cuerpo no sea mío. Vivo en un país que no garantiza la sanidad, la educación ni los servicios sociales. Un país en que vemos subir las cifras del paro al mismo tiempo que vemos bajar la esperanza de vida. Vivo en un país maravilloso, que está sin embargo cada vez más tristón y malhumorado. Vivo en un país en el que demasiado a menudo siento que quienes gobiernan se ríen de mí, de todos nosotros.
Si este país ha llegado a verse en estas, es quizá, entre otras cosas, por demasiado decir: “pero qué le vamos a hacer, es lo que hay”. Recordaba el otro día un vídeo. Una charla de una mujer yemení, Faizah Alsulimani. Me impresionó cuando la vi, porque contaba muy claro algo que yo también siento (se ve que, al fin y al cabo, no son tan distintos unos de otros, los países). La charla tenía por título “La cultura de lo imposible”, y Faizah contaba en ella cuánto había marcado su vida el haber escuchado todo el tiempo una frase: “es imposible”. ¿A que la entendemos? En todo tiempo, en todo lugar, un abanico de versiones del «¡eso es imposible!» ha estado al alcance de la mano para marcar los límites en los que cada quien debía mantenerse: «es imposible que una mujer estudie», «es imposible que un negro vote», «es imposible que los trabajadores se puedan organizar de buena fe». También nosotros hemos crecido escuchando «eso es lo que hay» en todos los discursos oficiales y en las conversaciones que nos llegan a los oídos en calles y en los bares: «es lo que hay, así que coge ese trabajo»; «es lo que hay, así que no plantes cara a ese tipo»; «es lo que hay así que más te vale llevarlo con alegría». Y porque «eso es lo que hay», lo sigue habiendo; y porque «es imposible», no pensamos en otra posibilidad.
Frente a eso, hace unos meses, en mi país empezó a aparecer una gente que decía: “Podemos”. Decía que se podía organizar un partido de otra manera. Decía que se podía llegar así a las elecciones europeas. Decía que se podían mandar cinco eurodiputados a Bruselas. Decía que una vez allí se podían seguir haciendo las cosas como creemos que se deben hacer. Decía que se podía continuar, hasta ganar las ciudades, las autonomías, este país en el que vivo.
Y porque las palabras son un poco mágicas siempre, si decimos que podemos, empezamos a poder.
Cuando nos dicen que algo “es imposible”, ahora tenemos motivos más fundados que nunca para responder que no.
En este país mío con tanto bueno y tanta pena hemos entrado, me gustaría contarle a Faizah, en la “cultura de lo posible”.
Pero esta gente que decía que podemos, no solo decía: hacía. Hacía sin parar. Y cuando además de decir se hace, inevitablemente se desata el debate y la polémica. Vivo en un país en el que tenemos un poco de tendencia todos a hacer de entrenadores viendo el partido por la tele, ¿a que me perdonáis que os lo diga así?
Todo es mejorable, siempre. Pero precisamente porque creo eso, creo también que cuando algo que está en marcha nos interesa lo suficiente como para pensar cómo se podría mejorar, no hay otra opción moralmente aceptable que arremangarse y contribuir, cada quien desde sus habilidades y sus posibilidades.
Por eso, desde muy pronto quise integrarme en Podemos, y lo hice desde el rincón en que más cómoda podía sentirme: el de mi oficio. Me involucré en el círculo de Periodismo y Medios de Comunicación. Porque vivo en un país en el que los diarios son ventrílocuos de la voz de su amo. Porque vivo en un país en el que los telediarios de la cadena pública los dirige un señor que hasta hace poco dirigía la sección de opinión de un periódico en el que, por ejemplo, se condenaba la homosexualidad. Porque vivo en un país en el que la gente de mi oficio no puede vivir de su oficio: precarizado, denostado, humillado. Porque vivo en un país en el que se golpea impunemente a quien graba una manifestación. Porque vivo en un país en el que no se puede, en resumen, contar la verdad.
Desde ahí, desde ese trabajo, llego ahora a esta otra decisión: la de involucrarme más a fondo en la construcción de este movimiento, de su organización. Pero, ojo: esta es una decisión que hemos tomado muchos. Casi 1400 personas somos las que hemos dicho sí a la invitación lanzada por Podemos para constituir sus órganos internos. ¿Qué os parece? Eso es millar y medio de ganas de hacer, de ganas de construir.
Vivo en un país en el que 1400 personas dicen: “Aquí estoy, dispuesta a darlo todo para que esto cambie”.
Dicen, decimos, también: “Elegid vosotros en qué manos queréis poner todo eso que está por hacer”.
A lo mejor soy ingenua, pero sigo creyendo que política es el arte y ciencia de ver cómo vivir en común. Y de hacer por ello. Creo, en ese sentido, que política es, también, el arte de tejer consensos. No de aferrarse a la propia opinión como a una certeza: opiniones tenemos todos, y todos pensamos que la nuestra es mejor. Creo que una de las cosas que más falta nos va a hacer es saber renunciar a algunas cosas pequeñas para ganar algunas cosas grandes. Generosidad y mucho conversar.
Creo firmememente en la noción de equipo. En que juntas, se piensa mejor. De esta elección que se abre hoy en Podemos para decidir quiénes serán las personas que conformarán sus órganos internos me gusta que no es un duelo de estrellas, sino una invitación a que se configure de manera razonada un equipo. Los 62 miembros del Consejo Ciudadano, por llevarlo a la parte que me toca, no serán personas que deban competir entre sí por visibilidad, poder o dinero, como se ha visto siempre en los partidos a la vieja usanza. Serán 62 personas que deban trabajar juntas en una misma dirección, para sacar adelante un proyecto común. Es por eso que, a mi entender, tiene todo el sentido que lo que se presente sean ya propuestas colectivas. Grupos humanos pensados para trabajar bien juntos. Lo suficientemente variados en destrezas, procedencias y extracciones sociales como para poder atender a la complejidad de la tarea. Lo suficientemente afines como para no perderse en discusiones. Entre las candidaturas presentadas hay varias listas, completas o no, para un organismo o para varios. Equipos. Sin que esto sea óbice para que al votar puedan recomponerse las piezas del puzzle, mezclar gente de varias, picar de aquí y de allá, del modo que cada quien vea más oportuno para componer ese grupo final que habrá de conversar mucho, entenderse, trabajar bien en común
Yo voy en una de esas listas, en uno de esos equipos. Concretamente en el de “¡Claro que podemos!”, el equipo propuesto por Pablo Iglesias, rostro más visible de Podemos hasta el momento.
Mis motivos para decir sí a la invitación de formar parte de este equipo se resumen en uno: confianza. Confianza en que este equipo puede hacer con bien la tarea que hace falta.
Una confianza que empieza por decir: confianza en Pablo Iglesias. Toda mi confianza. He tenido la suerte de conocer el trabajo de Pablo desde hace muchos años. Quienes le conocen le han visto preparar con mimo sus clases en la universidad, pensando en textos literarios o performances con las que atraer a sus alumnos. Le han visto presentar, casi en familia, en una pequeña librería de barrio, un libro sobre cine. Le han visto hablar con ilusión de un nuevo loco proyecto, un programa de tele en una cadena libre. Le han visto pensar en profundidad sobre movimientos sociales para su tesis. Le han visto estudiar, reflexionar, conversar. En eso es lo que yo confío. Más allá de los titulares y las entrevistas, confío en esa persona sobre todo en dos cosas: la voluntad de cambiar la situación de los demás a mejor, y la capacidad de pelear como muy pocos para hacerlo.
Pero confiar en Pablo es condición necesaria, pero no suficiente, para confiar en el equipo. Hay más.
Conozco personalmente a muy pocas personas de la lista. Apenas un par. Pero les une algo: son mujeres, tienen una mirada limpia y trabajan como cosacas. Confío.
A otras personas del equipo nunca las he visto, pero las conozco un poco, porque las he leído. Escriben blogs de los que aprendo cada día, novelas que me han revelado cosas sobre el mundo, artículos que me ayudan a pensar. Confío.
Hay muchas, muchos, también, de los que no sé nada. Pero miro sus candidaturas al lado de la mía, en ese mismo equipo, y me digo: con esta gente quiero trabajar, con esta gente sabría trabajar. Veo personas que pelean por el derecho a la vivienda, por los servicios públicos, por una vida más digna. Veo feministas, veo ecologistas. Veo gente muy formada en los más diversos campos. Veo gente muy currante en los más diversos campos. Confío.
Y luego hay una gente que también está en esta lista y en la que confío especialmente: la que ha traído el proceso hasta aquí. Frente a los focos o desde la sombra: sus teóricos, sus comunicadores, sus técnicos, su producción, su logística. En ellos no solo confío: sobre todo, agradezco.
Por todo eso dije sí, por todo eso voy en esta lista. Esto os quería contar.
Antes de acabar, solo una coda. Hay gente que, al verme en estas lides, me pregunta por la poesía, por cómo se puede combinar con algo por lo visto tan burdo como la política. Me parece una pregunta curiosa. Me imagino que debe de haber alguna razón, que se me escapa, por la que resulta más raro que una poeta quiera participar en la construcción de un proyecto de cambio social que el que lo haga un médico, una maestra o un obrero de la construcción. (Me hace gracia, al mismo tiempo, constatar que quienes más hacen esa pregunta son quizá precisamente quienes con más probabilidad dirían, si hablásemos, digamos, de Vargas Llosa, algo así como: “has de separar su obra de sus ideas”).
Yo más bien pienso, en todo caso, que casi todos los poetas que más admiro tenían los pies metidos en el barro de su tiempo. Y me resuenan en la cabeza algunos versos que me acompañan.
Aquello, por ejemplo, que escribió Gabriel Celaya y nos dio a cantar Paco Ibáñez: “maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales”
Eso otro que nos dejó dicho Bertolt Brecht: “¡Qué tiempos éstos en que hablar sobre árboles es casi un crimen porque supone callar sobre tantas alevosías!”
Unos versos de Abdellatif Laâbi que traduje al español para no olvidarlos nunca: “El derecho de rebelarte lo emplearás / pase lo que pase / El deber de discernir / desvelar / lacerar / cada cara de la abyección/ lo saldarás / a rostro descubierto (…) / Cumplidas estas condiciones / merecerás tu verdadero nombre / hombre de palabra / o si se quiere poeta”.
Y quizá más que nada de todo esto, eso que escribe o que pinta mi amiga Martha Asunción y Alonso, hablando de grafitti: “la diferencia/ entre el papel y el muro,/ es la misma que existe entre DECIR/ y HACER”.
Vivimos en un país en que el cambio es urgente.
¿Cómo podríamos seguir diciendo, si no nos volcásemos en un hacer?
Este es el momento.
Como diría Leonard Cohen, hay una grieta por la que entra la luz. Tenemos que estirarla por los bordes. Todo lo que podamos.
Cuando me propusieron estar en esta lista, lo pensé durante unos cuantos días.
Y concluí que no había ninguna de las razones que se me ocurrían para decir no que no fuese egoísta.
Así que por eso lo hago, por eso ahora, por eso así.
Los amigos te queremos y te admiramos por ellos. Los ciudadanos te lo agradecemos. Honor a los que van a la batalla pensando en la victoria de todos.
I have recently gotten into Pinot. Yes, I’m one of the Sideways movie lesnmigm. LOLI also want to drink some wine and hang out with you.
Gracias por tu cariñoso comentario, Pilar… Qué suerte tenerte cerca para ir ayudándome a corregir también el rumbo 😉 Un abrazo grande!
Gracias por esta explicación, gracias por el compromiso, gracias por el trabajo y la dedicación, gracias por ser valiente, pero sobre todo gracias porque sin ti quizá yo no hubiera confiado y ahora confío.
Por cierto Laura, para mí la presencia en política de gente capaz de crear belleza está más que justificada, la gente que es capaz de crear mierda, miedo, dolor y pena es la que se tiene que ir, pero ya!!!Créeme si te digo que prefiero mil veces que mi futuro lo imagine un poeta antes que un empresario…
En un día de pereza para trabajar, se vuelve a los autores imprescindibles y se encuentra un párrafo tan maravilloso como este:
“A lo mejor soy ingenua, pero sigo creyendo que política es el arte y ciencia de ver cómo vivir en común. Y de hacer por ello. Creo, en ese sentido, que política es, también, el arte de tejer consensos. No de aferrarse a la propia opinión como a una certeza: opiniones tenemos todos, y todos pensamos que la nuestra es mejor. Creo que una de las cosas que más falta nos va a hacer es saber renunciar a algunas cosas pequeñas para ganar algunas cosas grandes. Generosidad y mucho conversar”
Gracias
Tantas gracias a ti por rescatar este texto en estos momentos no muy sencillos… Recordarse a una misma siempre ayuda a resituarse
Good advice. Would u advice they bring them to your state of residence? Maybe. Th Police should Move every Boko Haram suspect to Pocurarhotrt state prison or Yenogoa. That would be safe enof.
well, here I am, bout last again!! Just too busy these days…What I wanna know brothers and cysters…Why a doctor? Musta been a freebie….??