… para todos los que tienen tan claro qué es lo que hay que pensar-decir-hacer respecto al velo:
(…) Ajeno a los matices e inmerso en la cultura del espectáculo, el Occidente laico de raíces cristianas aborda el asunto del velo como si se tratara de un símbolo posmoderno. Olvida la trayectoria histórica de esta prenda y los matices de uso para utilizar, frente a él, argumentos vinculados a la renovación imperativa, la caducidad orquestada, la imagen, la creación de simulacros y sucedáneos, la invención de necesidades artificiales y la normalización e hipercontrol de la vida privada.
A todo se le llama velo. La prenda unifica y define, representa a los fundamentalistas islámicos y, por extensión, supone un peligro en potencia para la seguridad nacional. El velo es del “el enemigo”, “el opuesto”, lo contrario de lo que se aprecia. Lo de menos es el velo real, el de los matices. Ese resumen intencionado impide reconocer lo obvio, como que no todo lo que cubre la cabeza de la mujer es un velo religioso; las indias y las pakistaníes, por ejemplo, llevan un tul, complemento de su indumentaria, o las marroquíes aprietan sus coloridos pañuelos al cuello sin que permitan asomar ni un solo pelo, algo prohibido para la militante religiosa… Lo de menos es comprender que en muchas ocasiones se trata de un atuendo vinculado al sistema social y familiar patriarcal, como lo que se llevaba hasta hace bien poco en diferentes regiones de España, y cuyo uso está asociado a procesos y no a Estados, con modos de vida que son el resultado de una suma compuesta por los cambios de roles, el acceso a las esferas de poder por parte de las mujeres, estrategias políticas, proyecciones internacionales, etcétera.
Si la imposición del velo o de su no uso al margen de los deseos y necesidades de las mujeres ha sido una constante en la historia del islam, las democracias laicas de Europa también están tocadas por su propia ceguera. Para muchos dirigentes, este atuendo se ha convertido en un problema social y político, al margen de las usuarias. En ambos lados de esta cadena de propuestas políticas, el cuerpo (y concretamente la cabeza) de las mujeres sigue siendo un escenario de representación lleno de preguntas sin respuesta: ¿Se trata de una cuestión estética? ¿Si ellas hubieran llevado unos gorros a la modo, levantarían tanta oposición? ¿Se trata de una forma de disimular el miedo ante el avance de una religión “rival” o de una preocupación por los derechos de las mujeres veladas? ¿Guarda relación con la “apología de la unidad nacional” contra los que “no somos nosotros”, contra el diferente, contra “el otro”? ¿Puede que forme parte del nuevo y rentable mosntruo llamado islam que, en manos de grandes multinacionales, intereses geoestratégicos y políticos, sirve de pretexto para atizar el fuego del “choque de civilizaciones”? ¿Es posible que se trate de un “problema” magnificado por la ultraderecha con el fin de convertir a los inmigrantes en chivo expiatorio y parte de su campaña para ganar las elecciones? ¿Cómo es posible que los gobiernos occidentales que defendieron la “liberación” de Iraq y Afganistán instalen, tras su ocupación, dos gobiernos islamistas que siguen obligando a la mujer a llevar el velo? (y en el caso del segundo país, por primera vez en su historia contemporánea, se legaliza la lapidación). Ante este panorama, ¿quién se siente legitimado para defender los derechos de la mujer musulmana? (…)
(En “El islam sin velo”, de Nazanín Amirian y Martha Zein, recomendabilísimo para abrir esos ojos que automáticamente se cierran ante muchas cosas cuando les acompaña la palabra “islam”)
(Que ya estoy hasta las narices de escuchar, cada vez que hay un nuevo circo de medios sobre el tema, todas esas férreas opiniones de progres que lo saben todo, copón).