Cuando el matrimonio es un castigo… y el cine lo cuenta

(Artículo publicado el 4 de julio de 2013 en el blog África no es un país).

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En marzo de 2012, una noticia sacudió los titulares y las conversaciones en Marruecos: Amina Filali, una joven de 16 años de una aldea cercana a Larache –en el norte del país–, se suicidó después de que la obligaran a casarse con un hombre al que había acusado de violarla. Su caso sacó a la luz un hecho que hasta entonces no se había puesto en cuestión ni era apenas conocido: que el Código Penal marroquí daba a los hombres que enfrentasen procesos judiciales por agresión sexual la posibilidad de evitar las penas si contraían matrimonio con su víctima. 475, el número del artículo que recogía esta disposición, se convirtió durante meses en el símbolo de los debates sobre los derechos de las mujeres en el país magrebí. Y 475 es ahora, también, el título de un documental que recupera esta historia para ir hasta su fondo y un poco más allá, para mostrar que forma parte de dinámicas mucho más enraizadas y generalizadas de lo que pueden dejar ver los casos más mediáticos.

Más de un año después de la muerte de Amina, las familias, los jueces y la sociedad siguen sin ponerse de acuerdo sobre los detalles de lo que ocurrió en aquellos días de marzo. Pero algunos hechos parecen incontestables: Amina acusó a un hombre de haberla violado; por consejo judicial las familias de ambos concertaron su matrimonio; meses después, Amina se desplomó un día en la carretera que une la aldea de su familia con la de su marido; los médicos que confirmaron su muerte dictaminaron que la causa era haber ingerido enormes cantidades de matarratas. A partir de ahí, las versiones difieren: la familia Filali afirma que se trató de una violación y que la casaron para salvar su honor, la del acusado defiende que los dos jóvenes eran pareja y sus relaciones, consentidas. Sea cual sea la versión cierta, hay un lugar al que todas apuntan: la situación de discriminación y desamparo en la que se encontraba Amina, por ser mujer, frente al hombre con quien no quería casarse, y que a día de hoy no ha sido investigado por estos hechos.

En los meses siguientes a su muerte, se desvelaron otros casos similares, y se pusieron de relieve algunas de las injusticias y violencias a las que se enfrentan las mujeres marroquíes. La Mudawana, el Código de Familia que el régimen de Mohamed VI presenta como uno de los más avanzados de la región,mostraba su envés más oscuro. Los representantes del Estado, interpelados, negaron la mayor: Bassima Haqqaoui –ministra de Familia y Asuntos Sociales y única mujer del gobierno del partido islamista demócrata PJD– insistió en poner en duda que se hubiese tratado de una violación; mientras que el Ministro de Justicia, Mustapha Ramid, se aferró a que la ley se había cumplido a la perfección, sin dar chance a preguntarse si tal ley era justa. Sin embargo, el Parlamento tuvo que acabar cediendo ante las presiones ciudadanas: en enero de este año se aprobó una reforma que tiene por objetivo abolir el artículo 475 y endurecer las penas a los violadores.

El documental 475 estaba para entonces cerrado y no pudo incluir esta reforma, pero, aún así, ya apuntaba al debate que habría de seguir: medidas como esta son evidentemente positivas, pero no suficientes. Lo que esta película –que lleva por subtítulo Cuando el matrimonio se convierte en un castigo– deja ver es que el problema no se reduce a una disposición legal. El fondo del drama de Amina no es el artículo 475, sino toda una estructura social, de poder y de costumbres que hace a las mujeres vulnerables a la violencia y les imposibilita hacerle frente.

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Así que es como un acto de “activismo y de feminismo”, como se refiere a su proyecto el joven director de la película, Nadir Bouhmouch, un estudiante de cine que se embarcó en el rodaje durante sus vacaciones de verano.

“Decidí rodarla porque me impresionó descubrir que semejante ley pudiera existir en Marruecos. Quería saber más y hacerla era una buena manera de averiguar la verdad por mí mismo. También quería que fuera sobre los derechos de las mujeres porque el movimiento 20 de Febrero no parecía estar tratando ese tema”. Un tema que, según comprobaron al empezar a indagar y a grabar, tenía muchos más recovecos y complicaciones de los que había mostrado la versión oficial.

Al llegar a la aldea de los Filali, descubrieron otros cuatro casos de supuesta violación de menores y consiguiente matrimonio “reparador”: uno de ellos, el de Shoua, la segunda mujer del propio padre de Amina. “Aunque no nos lo esperábamos para nada, ella decidió contarnos su historia”, recuerda Bouhmouch. “Ahí tomamos verdadera conciencia de la amplitud de este fenómeno en Marruecos. Estuvimos debatiendo toda la noche, hasta el amanecer, porque este descubrimiento nos obligaba a reconsiderar la historia por completo. Pusimos toda la película en cuestión y finalmente decidimos seguir adelante”.

El proyecto, sin embargo, había cambiado. Ahora ya no era solo un intento de restituir la verdad sobre Amina, sino de mostrar que había muchas Aminas. Mostrar esa realidad rural muy desfavorecida que se encontraron al ir a hablar con su familia, y que tan poco tenía que ver con el Rabat de los parlamentarios encorbatados que discutían su caso en televisión. Estudiar unas leyes que, como señala una experta en el documental, “no protegen a las mujeres, sino a sus familias; protegen el honor, y no a las chicas”. Indagar en las bases sociales y culturales de la violencia contra las mujeres y en cómo se relacionan con otras formas de opresión y de represión.

Así, aunque se centra en el caso de Amina, el documental se refiere también a otros, de muy distintas características. Está la historia de Fadua Larui, que se prendió fuego en protesta cuando se le negó una vivienda de protección oficial por ser madre soltera. Están todas las historias, complejas de desentrañar, del Festival de las Bodas de Imilchil, un evento a caballo entre la leyenda y el mercado en el que se reúnen cada año las tribus nómadas de una zona montañosa del sur para oficiar sus matrimonios entre sus jóvenes, y sobre el que desde hace años apunta la sospecha de que algunos puedan ser de hecho muy jóvenes, mucho más de lo que permite la ley. Pero también los casos que recuerdan que la discriminación y la violencia no solo afectan a las mujeres de los contextos más desfavorecidos, sino que la opresión patriarcal está presente, de distintas maneras, en todas las capas e interacciones sociales. La propia asistente de dirección del documental, Houda Lamqaddam, ha contado públicamente que fue violada a los 17 años, dando inicio a una campaña de visibilización basada en un objetivo que quizá parece más sencillo de lo que en realidad es: que las víctimas no se culpen a sí mismas.

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Por supuesto, hablar de estos temas tiene sus complicaciones. Esta es la segunda película de Nadir Bouhmouch. La primera, My Makhzen and me (Mi Majzén y yo), era otro documental, en aquel caso sobre el movimiento ciudadano 20 de febrero, que en 2011 sacó a miles de ciudadanos marroquíes a las calles para protestar por los abusos y engaños de un Gobierno ante el que no estaban dispuestos a seguir callando. Después de aquella experiencia, Bouhmouch ya sabía que grabar un filme contestatario en su país no iba a ser tarea fácil. Así que, con un equipo reducido pero de confianza, optó por moverse desde los márgenes. “Para hacer una película en Marruecos”, explica, “es necesario conseguir una autorización del Centro Cinematográfico Marroquí, y para conseguir una autorización tienes que ser una productora aprobada por el Gobierno. No creemos en esta institución, que actúa como un brazo de la censura. Si le pedimos autorización estaremos reconociéndola y dándole legitimación. Así que decidimos no pedirla, con el objetivo de poner en cuestión a esta institución, decirles que no sirven de nada y que son un obstáculo para la libertad de expresión”. Con ese acto inicial de disconformidad que la hacía ilegal a los ojos del Estado, la película en sí misma se convirtió en un acto de desobediencia civil.

Además, fue el primer proyecto marroquí que se financió mediante crowfunding: todos sus gastos han sido sufragados por los 7.000 dólares que el equipo consiguió mediante una petición en Kickstarter. La producción y distribución ha seguido también las leyes no escritas del underground: se puede ver libremente en la red; aunque también se realizan proyecciones en cualesquiera lugares del mundo en los que alguien tome la iniciativa de organizarlas, con la idea de que se conviertan en nodos de debate y reflexión. En todo caso, la tarea emprendida tampoco terminó con su montaje: el equipo mantiene cuentas en Facebook yTwitter desde las que comparten toda clase de información relacionada con la violencia contra las mujeres en Marruecos y la región árabe, en un intento de continuar con su labor de concienciación y activismo.

Y es que la obra y todo lo que la rodea parecen ser más que nada una propuesta práctica de que las cosas siempre se pueden contar de otra forma. A lo largo de todo el documental, una voz en off va hilando las entrevistas y declaraciones con un poema: “Qadiyat Ightisab” (La cuestión de la violación). En él, Aziza Zrouel revisa, en versos compuestos a la manera tradicional, la historia de Amina, narrándola como si fuera un cuento, una leyenda contemporánea que se pone explícitamente en contraste con otras historias del imaginario colectivo en las que late un inconsciente lleno de machismo y represión. Esa es la propuesta: nuevas voces y palabras, un nuevo relato, para no seguir repitiendo, una y otra vez, las mismas viejas y terribles historias.

Nota: la película puede verse completa en la página web del proyecto, en inglés o en dariya (árabe marroquí). Los responsables del proyecto prometen que pronto incorporarán subtítulos en otros idiomas, entre ellos el español.

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