PREGUNTAS SOBRE ÁNGELES
De todas las preguntas que podrías querer hacer
sobre los ángeles, la única que oyes
es cuántos pueden bailar en la cabeza de un alfiler.
Nada de curiosidad sobre cómo pasan la eternidad
además de dando vueltas en torno al Trono cantando en latín
o enviando un mendrugo de pan a un ermitaño en la Tierra
o ayudando a un niño y a una niña a cruzar un desvencijado puente de madera.¿Atraviesan volando el cuerpo de Dios y salen cantando?
¿Se columpian como niños de los goznes
del mundo espiritual diciendo sus nombres hacia delante y hacia atrás?
¿Se sientan solos en pequeños jardines y cambian de color?
¿Y qué hay de sus hábitos de sueño, la factura de sus vestidos,
su dieta de luz divina sin filtrar?
¿Qué pasa dentro de sus radiantes cabezas? ¿Hay un muro
por encima del cual estas altas presencias pueden mirar y ver el infierno?
¿Si un ángel cayera de una nube, dejaría un agujero
en un río, y flotaría el agujero en el río infinitamente,
lleno con las letras silenciosas de cada palabra angélica?
¿Si un ángel repartiera el correo, llegaría
con un aleteo cegador o simplemente adoptaría
la apariencia del cartero de siempre y
subiría la vereda silbando y leyendo las postales?
No, los teólogos medievales controlan el tribunal.
La única pregunta que oyes es sobre
la pequeña pista de baile en la cabeza de un alfiler
en la que se supone que los halos convergen y flotan invisibles.
Está diseñada para hacernos pensar en millones,
billones, para hacernos acabar con los números y rendirnos
a la infinitud, pero tal vez la respuesta es simplemente una:
un ángel hembra bailando sola sobre sus pies con medias,
un pequeño grupo de jazz tocando en el fondo.
Se balancea como una rama en el viento, sus bellos
ojos cerrados, y el alto y delgado bajista se inclina
para echar un vistazo al reloj porque ha estado bailando
por siempre, y ahora es muy tarde, incluso para unos músicos.
(Billy Collins, en “Preguntas sobre ángeles”, en “Navegando a solas por la habitación”)