(Reseña publicada en el número 45 de la revista El Cuaderno, que puede descargarse aquí).
Parentesco. Alba González Sanz.
Suburbia Ediciones, 2012.
46 páginas.
Campo de fuerza. Carmen Camacho.
Delirio, 2012.
119 páginas.
[NOTA: para facilitar la lectura, no se señala la autoría de cada cita en el texto. Para poder distinguirlas, hemos optado por transcribir los extractos de Campo de fuerza de Carmen Camacho en letra cursiva, y los de Parentesco de Alba González Sanz, entre comillas].
Este telón al abrirse trae una historia que ya has visto. Sí: apuesto a que la has visto. Piensa en tu hermana, hija, amiga, amante. Piensa en ti, si puedes. Piensa en ellas o en mí. Ya nos conoces: esta es la historia tan extraña y común de la que vino un día del pueblo / solo para plantar / espinas de cactus / a la puerta de los ojos.Te la sabes: pero quizá nunca la has visto desde aquí.
Escena 1: interior, noche.
Ahí la tenemos: «la niña que odia el deporte porque en él no se puede perder / (…) la adolescente acomplejada por no ser bonita / (…) la mujer – joven, oscura – que aún fuma a escondidas». Acaba de llegar a la ciudad, está ordenando su nuevo cuarto. El corazón se le encoge con algo sin nombre, engendro del miedo y la alegría. Hace apenas un rato que se decía:«Pronto partiré / pero ya me veo ante la puerta de mi casa, / al regreso. // Siento a la extranjera que me invade / buscar sin éxito las llaves, / cegar la cerradura».
No sabemos mucho de ella. Tal vez empieza la universidad, tal vez acaba de divorciarse o alguien a quien amaba ha muerto. El caso es que esta es una casa nueva y tiene algunas cosas para montarla. Se afana con plumeros y lejía, trata de subirse la moral poniendo alguna canción a todo volumen. Pasé el día entre la nada y la nada / Ordenándola. «Guardo todo porque todo me señala».
Las cosas que va sacando de sus cajas tienen grietas, polvo y huellas dactilares. «La elección fue colocar / la figurita que Papá me compró / (…) / en el estante que sirve de cabecero / (…) iniciar un camino / con su bendición».
Escena 2: flashback.
En las presentaciones de Campo de fuerza, Carmen Camacho (Alcaudete, Jaén, 1976) cuenta que uno de los ejes de este libro de poemas – quinto en su trayectoria – es la reflexión sobre la ley del poblado. Y luego explica: ley del poblado es el modelo en que se nos ha socializado, lo que nos ha llevado a ser quien somos. Los vericuetos de la familia y del barrio, lo que nos ha ido tatuando el amor, los compartidos senderos del capital y el progreso, lo que sea que le haya tallado los adentros a cada quien. El caso es que se trata de aquello por virtud de lo cual las de este pueblo no podemos ser sino así / Idéntica a la vecina / cada mañana me entallo la armadura y por lo que sabemos que aquellas que deshilan la norma solo pueden ser muchachas forasteras / muy raras / y no sé cómo se atreven.
Alba González Sanz (Oviedo, 1986), por su parte, suele explicar que Parentesco – su segundo poemario publicado– perpetra una suerte de pornografía sentimental: la que indaga en lo autobiográfico y en las sagas familiares para reviar el camino andado con una lupa de aumento y desentrañar, al menos, algunas explicaciones. En lo andado ocurrió por ejemplo que vinieron con escobas a expulsarme / del estado de infancia / Tenían órdenes estrictas / de sacarme a bofetadas / de lo hondo de mí misma. Eso fue lo que ocurrió: «Aprendí a contar el infinito / solo hasta el monte».
Las trayectorias de estas dos autoras son muy diversas, como lo son sus orígenes y sus lenguajes, sus imaginarios y la música que resuena en sus versos. Pero confluyen aquí: donde el viajero entiende que no se puede hablar del camino sin conocer el punto de partida.
Ambos libros podrían subtitularse: Crítica de la Razón del Poblado.
Escena 3: exterior, día.
Ella corre, siempre corre. Corre de obligación a obligación, de amor a amor, de amor a obligación. De niña le enseñaron, ya sabéis, que podría hacerlo todo: el problema es que entendió que debía hacerlo todo. Ser a la vez adorable y tiburona, cuerpo y mente, a la vez reina del exceso y de la modestia, independiente al tiempo que dispensadora de felicidad. Ella se tomó al pie de la letra ese orden, esa orden: mi estricta orden / de seguir en pie / que siempre acato.
Como acata también la orden de la sonrisa: «En lugar del grito / os brindé / la alegría». Siempre es igual / con dolerme tengo / de alegría me araño / la cara.
Así, hoy mendiga por la cima / de sus propios ochomiles. Y lo peor es que el coro de este teatro-mundo sigue afirmando que así debe ser: «Han gritado algo. Loan / desde el andamio a esta / reina empujada / lejos / de su exilio».
Escena 4: diagnóstico.
Pero mira, aquí está el giro de guión. Algo ha pasado. Esta mañana, «la carne se despertó con la llamada del afilador. / El cuerpo / comenzó a temblar a sudar / hasta sacar de sí las imágenes / de su mundo, los contornos / familiares». Ahora el electrocardiograma señala taquicardias y arritmias; el orden de la vieja vida ya no sirve. Tal vez ella se ha enfrentado al poder, o puede que haya presenciado asombrada una insólita magia. Seguramente algo tenga que ver su desnorte con la palabra libre y el libre amor, grietas primordiales que subvierten la ley del poblado. Tal vez se le ha aparecido la poesía, ese extraño lugar donde lo real cabalga sobre lo no dicho. Dentro del ojo vi / nacer un yinn tragué / tierra silencio / (…) supe / que aquello era el principio / (…) que impide volver / a ser la misma de antes.
Pero la ley del poblado condenaba sobre todo el desvío de lo previsto. Al principio sí que sabía: ¿la recordáis en el parvulario? Ella tenía un novio y una novia, y ella, de mayor – decía – iba a ser astronauta. Ellas eran amigas para siempre. Ella era capaz de llevar vivas todas las flores como regalo. Luego el tiempo «escribió mal sobre la hoja y yo perdí / el control sobre mi mundo».
Así que sabe del control: sabe del código de miradas y gestos que estrechan los caminos. Pero no sabía, hasta ahora no sabía, que si «la plaza es la norma / (…) cuando falta, fortifica un bastión / en cada cuerpo». Ahora tiene que asumir que lleva el poblado dentro: No sé por qué / cada poco pido / que me devoren // comienzo a pensar / que me gusta.
Y es que, ¿«cómo explicar en lista cuarenta / que vengué a Ariadna en un perdedor / y no en el héroe»?
Esta va a ser una historia de desgarros, ansiedad e insomnio, y eso no lo cuentan en el poblado. En el poblado dicen que todo estará bien, en el poblado ofrecen fórmulas lingüísticas y medicinas mágicas, ofrecen medallas.
Pero a ella, ahora, le cuesta respirar.
Algunas mañanas, al pájaro de las alas amputadas le duele el vuelo.
Escena 5: exterior interior, día noche.
Volver atrás no es posible: «No se puede regresar / a un sitio que mientras tanto / ha permanecido inmóvil».
Seguir andando no es sencillo: Nunca he llegado demasiado lejos cuando he huido / (…) Más que un temor difuso a la oscuridad del monte / me regresa / el pavor tangible que le tengo al amo.
En el fondo, ya lo sabe: Perderme voy a perderme / – lo sé yo y lo sabes tú – / que soy de esas mariposas / que se abrasan a la luz.
Espectador: ¿a que merece que se lo pongan un poco más fácil?
Escena 6: folios, folios, folios.
Se suele escribir desde la certeza. El poblado dice: no te expongas; el poblado dice: afirma. Abordar la pregunta, ahondar en sus abismos, es más difícil que pontificar: el poblado dice que escribircomo mujeres requiere reforzar la dicotomía, abrir la guerra, inventar un estereotipo nuevo. Frente al negro, decir blanco. Mujer-firmeza, mujer-teoría.
Pero eso, eso forma parte del dolor, y ella lo sabe. En su escritura ella quiere sin embargo «atajar con [su] espada el recuerdo, / poner voz a la voz de la tierra, / geografía a la nada»; ella quiere el canto, quiero decir, el vuelo.
Para hacerlo, los caminos son tantos… Aquí dos:
Alba González Sanz revisita las genealogías y los espacios, propone desde una voz mesurada y reflexiva «estructuras imaginadas del parentesco» que resulten un poco más habitables que el registro civil, entona oraciones por héroes muertos, invoca a las musas de la sororidad. Carmen Camacho se abre las entrañas y destroza los jardines, invita al juego de la broma y de la copla, desnuda al rey, se ríe de la oración y luego se arrodilla. Alba se acoge al mito y fija en personaje a quien pobló su vida. Carmen metaforiza la física para interpretar sus propios pulsos.
La poética de Carmen se parece a un pájaro que se posa un segundo en el vano y todo lo llena de viento. La poética de Alba se parece a un oso que mira desde lo antiguo y nos ofrece el perdón como quien tiende un mundo.
Ambas escriben diarios, cartas, sagas; escriben antimanuales que legar a las hermanas pequeñas.
Porque, «¿qué sucederá si no puedo / blandir ante mí la palabra?».
Pues lo que ya sabemos: que será otro quien lo cuente, a su manera.
Coda
«Abro la ventana. // Que la lluvia / arrastre en su fluir / mi biografía».
Sale de pronto un sol de piedra verde / Ya te daré más detalles.