Hace un par de días cruzó los controles aeroportuarios que ponen rumbo a casa la última de las amigas que quedaban aquí que pertenecían realmente al año Erasmus, a aquel septiembre de llegar tarde y sin rumbo a la clase de francés, a aquel octubre de no entender las partes y las subpartes que había que hacer en las exposiciones orales, a aquel noviembre de y-una-para-todas, a aquel diciembre enamoradas sin excepción-culpa de la villa-, a aquel enero de regresos cambiados, a aquel febrero triste, a aquel marzo recuperando tiempo en Amsterdam, a aquel abril sin lluvia pero con café, a aquel mayo de estreses y fiestas. Junio terminó y a uno sólo le queda decir gracias, por haberme dejado sin prejuicios, por haberme ayudado a aprender que, a veces, está bien cambir de idea. Y colgar este poema que debía ir en aquella maleta en un regalo hecho de fotos y de palabras que no dio, como siempre -como nunca-, tiempo a terminar, y seguir sonriendo.
Porque ahora empieza otra cosa. Y no será peor, sea la que sea, pero será otra. Otra.
Ahora, voy a contaros,
como yo también estuve en París y fui dichoso.
Era en los buenos años de mi juventud,
los años de abundancia
del corazón, cuando dejar atrás padres y patria
es sentirse más libre para siempre, y fue
en verano, aquel verano
de la huelga y las primeras canciones de Brassens,
y de la hermosa historia
de casi amor.
Aún vive en mi memoria aquella noche,
recién llegado. Todavía contemplo,
bajo el Pont Saint Michel, de la mano, en silencio,
la gran luna de agosto suspensa entre las torres
de Notre Dame, y azul
de un imposible el río tantas veces soñado
–It’s too romantic, como tú me dijiste
al retirar los labios.
¿En qué sitio perdido
de tu país, en qué rincón de Norteamérica,
y en el cuarto de quién, a las horas más feas,
cuando sueñes morir no te importa en qué brazos,
te llegará, lo mismo
que a mí ahora me llega, ese calor de gentes
y la luz de aquel cielo rumoroso
tranquilo, sobre el Sena?
Como sueño vivido hace ya mucho tiempo,
como aquella canción
de entonces
así vuelve al corazón,
en un instante, en una intensidad, la historia
de nuestro amor,
confundiendo los días y sus noches,
los momentos felices,
los reproches,
y aquel viaje -camino de la cama-
en un vagón del metro Étoile-Nation.
(Jaime Gil de Biedma)