Ay (ún)

Tras un día así, de tanta tristeza, siguiendo frenéticamente las imágenes y palabras, los recuentos y balances, del malhacer, la violencia y la hipocresía, ¿qué decir?

¿Qué link se podría elegir a modo de resumen? ¿Una foto con sangre o un comunicado con mentiras oficiales? ¿Un vídeo de camiones militares entrando en la ciudad de adobe o la historia de cómo a los periodistas se les da una vuelta más a la tuerca de las mordazas? ¿Balones fuera, planes que se mantienen o familiares que no vuelven a casa? ¿Artículos furiosos que dan en el clavo o imágenes de la desolación?

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“Que un solo traidor puede con mil valientes…”

Estos días están pasando en este país y en lo que no es este país tantas cosas, y tan negras, que le han comido la lengua al gato.

No cree saber ni poder contar nada. Ya tenéis google para los hechos (sólo tenéis que poner “El Aaiún” en su cajita si no sabéis de qué os hablo), vuestra cabeza y de nuevo google para deducir la situación-papel-posición de la prensa y los periodistas en el enredo, y la intuición (sin google ahora) para imaginar todo lo que querría escupir aquí como un minino enfermo de rabia.

Es que hay cosas que son tan grandes y tan feas que una no tiene nada que decir, poco que aportar. “Lo que está a la luz no necesita candil”, responde siempre en estos casos un amigo.

Pero tampoco quiere callarse, el gato. Yo creo que no sabe. Callar es consentir, como asumir que no te enteras es asentir, y no vale.

Total, que, enfadado y triste, sólo se le ocurre dejar por aquí un par de poemas, una canción. Ya sabéis: él habla así.

Y luego  se queda mudo, mirando pa’ dentro, pa’ donde el mundo se pinta de otra manera. Read More

Una historia marroquí de amor (por la verdad) y de censura

ARTE Y OFICIO DEL ADUANERO
Nadie es responsable de la clase de poesía que llega a los pueblos sin aduana.
Alguien es responsable de que a los pueblos con aduana no llegue ninguna clase de poesía.
(José Viñals)

 

El otro día, cuando andaba trasteando con los archivos de TelQuel para enlazaros de lo que piensan y pensamos las unas, las otras y las de más acá, me acordé de una cosa que, hace meses ya, quise contaros y luego se me fue pasando. Aunque uno de los dogmas en los que no creo es ese de que pasado el tiempo las noticias ya no importan, en este caso me parecía un poco tarde para contarla hasta desde ese escepticismo.

Desgraciadamente, ahora tengo una excusa perfecta.

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La shisha perdida

Los caminos de los medios son inescrutables. Con esto de trabajar para una agencia, se acaba entendiendo bien hasta qué punto. A veces, uno escribe un reportaje que le parece totalmente prescindible, una noticia anecdótica, una crónica de no mucho interés, y unos cuantos periódicos se hacen eco, una cantidad exponencialmente mayor de páginas web la copia al instante, y google devuelve cientos de resultados cuándo se le pregunta qué tal destino tuvo el escrito.

Otras veces, un trabajo currado no obtiene ninguna repercusión. Pero en fin, eso ya lo sabíamos.

El caso es que a veces se entiende bien por qué. Lo que vende y lo que no, esas cuestiones. Las palabras clave y las afinidades de cada cual. Pero otras veces no. Otras veces ocurren cosas de lo más inesperado y uno deja de entender. Las normas aprendidas de lo que sí y lo que no se resbalan, y perdemos la porra que habíamos hecho contra nosotros mismos. La entrevista con filón se queda fuera y la crónica sobre váteres sucios triunfa que no veas.

Pero lo que nunca, nunca, nunca, me había pasado todavía, es que nadie, pero que nadie, nadie, comprara uno de los textos que sacaba por aquí. Ni siquiera adn.es o terra.com, bajo cuyo nombre parecen esconderse robots que suben inmediatamente a sus bases de datos toditotodo lo que pasamos al hilo de la Efe.

Y de una manera tan inesperada, además.

No me malinterpretéis: en general me da exactamente igual que se publiquen o no. En el top three de mis trabajos preferidos no ha habido ninguno que se vendiera bien.

Es por genuina extrañeza por lo que os lo cuento. Vamos, que yo pensaba que esta era “de las que sí”, que habría apostado por ella en la carrera de perros de las entradas de google.

Y mira, no. Y aunque sólo sea por eso, de pronto la quiero un poco más.

Así que nada, pasado un tiempo prudencial, por aquí os la dejo.

Porque me parece que, a su manera, también cuenta un poquito el país, como un pequeño Aleph de esos que me gustan.

(A ver si va a ser eso.)

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Otra hermosa no noticia

PRÓLOGO:

Imagináos un médico que tras cada curación dijera: “bueno, ya está hecho, este hombre va a morir”. Un arquitecto que rubricara sus tejados gritando: “¡venga, listo para caerse!”. Un profesor de matemáticas satisfecho con enseñar a sus alumnos tablas erróneas de multiplicar.

Hay un oficio, sin embargo, supuestamente recopilador de las palabras que cuentan con verdad, en el que cotidianamente se pide a la conciencia acabar la jornada diciendo:  “ummmm, esto no era exactamente así, así que seguramente lo he hecho bien”.

No me malinterpreten, no estoy quejándome, que diría el otro. No me digan que esas son las reglas del juego, no me las expliquen, sobre todo no me las expliquen otra vez, por favor, que ya las entendí -en fin, no son tan complicadas-.

Lo que pasa es que, ¿sabéis que pienso? Que hay dos oficios distintos, muy distintos, a los que erróneamente se les da el mismo nombre, ese que tenemos que poner los de mi oficina en la casilla “profesión” de los formularios. Uno es ese que tiene más de activista y de orfebre y de hilador y de enfermero y de estudiante y de cartero que separa con cuidado las cartas de los presos para llevarlas antes. El otro, aquel que se parece más al de publicista y al de pregonero y al de comerciante y al de emisario del rey. Sin acritud, sin acritud: simplemente digo que son cosas distintas. Se me ocurre que igual el problema, ya os digo, pueda ser que por ahora, por un error parecido a los que cometen los biólogos cuando tardan en diferenciar con nombres latinos dos ramas de una especie que la evolución ya diferenció hace siglos, se siguen llamando igual. (Para más sobre estas preocupaciones, leí estos días un artículo que, una vez más…)

Eso: que se siguen llamando igual, y los principiantes como yo corremos el riesgo de equivocarnos. Y postular para uno cuando pretendíamos postular para el otro.

Como si uno quisiera ser justiciero y se hiciera juez. Como si uno quisiera ser maestro y se viera de pronto investido contramaestre.

(FIN DEL PRÓLOGO)

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Qué gusto da encontrar escrito lo que uno estaba pensando

Porque, sin duda, la pelea interna a la que mueve el estado de cosas que cuenta es la ocupación que más tiempo se come de mi jornada laboral (y, tal vez debería apuntar, la que tan a menudo me lleva a decir “yo no quiero ser periodista” pero otras tantas veces también “que sí, que sí, es sólo que así no”); y estoy encantada de encontrar, más ordenaditos de lo que yo los tenía, algunos de mis propios argumentos contra la objetividad.

Sí, sí, contra la objetividad. Allá vamos (aunque hacia el final, cuando deja de hablar de eso y empieza a hablar de la requetedichosa muerte de la prensa pierde todo o casi todo el interés):   Read More

Azaghar y la palabra (backstage de una noticia desapercibida)

-I-

En Azaghar estaban contentos de recibirnos porque tenían fe en la palabra.

Desembarcamos allí un sábado por la mañana, periodistas extranjeros, con nuestras cámaras y nuestras preguntas. Eso nunca es de fiar.

Pero ellos no es que confiaran en nosotros: es que confiaban en la palabra.

Nos contaban su historia con los ojos encendidos. Todo el mundo se reunió en la escuela y expuso su versión. Cada parte. Luego, las mujeres nos cogían de la mano para meternos en las casas y contarnos también.

Ellos tenían un problema. Nosotros, pinta de poder ayudar.

Sólo contándolo.

A la escucha
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“Parece que las cosas no van a llegar nunca, pero llegan”

Y así siempre. Uno cree que no van a llegar pero ahí están. Se descubre que es así cuando lo que iba a pasar entre medias, de pronto pasó -con todas su magníficas sorpresas-.

La cuenta atrás se acelera. Tras una semana sin tiempo, en tres días agarraré las maletas. Todo pasa y todo queda.

Veo en el facebook -ese doble filo terrible de nuestra generación- que mis compañeros de la aventura 2010 van llegando a sus nuevas ciudades. Leo que conocen parques y músicas, que se despiertan nerviosos, que buscan casa. Y algunos se abren blogs.
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