El año pasado, cuando vine de viaje a esta ciudad que ahora anda en proceso de adoptarme, una tarde sin mucho rumbo encontramos uno de esos rincones secretos de los mapas -del que, por cierto, me habían hablado sin saber darme direcciones encontrables-. Allí, dejando pasar los minutos a un tiempo propio hice, casi como por descuido, una foto que iría a significar mucho para mí.
Es esa que vigila este blog desde sus subterráneos, la del gato que me sopla los escritos mientras se toma una siesta. Pasó a convertirse para mí en el símbolo de aquel viaje a París, de París mismo, del París en el que me había empeñado en querer vivir de cerca. Fue el distintivo de mi puerta en el colegio mayor, el aliciente de algunas tardes de baja forma. La ciudad que yo quería conquistar estaba entera allí, comprimida como un aleph de bolsillo entre las muchas páginas de la librería Shakespeare & Co. Read More