Me acuerdo, inevitablemente, de aquel taxista que nos llevó de Coppelia al hotel, en La Habana. El que nos dijo:
– ¿Les gusta mi país, verdad? A mí también me gustaría el suyo. Pero yo no puedo ir.
Aquel taxista inmensamente enfadado e inmensamente correcto. Que nos dijo:
– Cómo no les va a gustar, si es un país hecho para ustedes. Sólo para ustedes. ¿Saben que yo, aunque ahorre toda la plata que hace falta, no puedo entrar en uno de sus hoteles? ¿Saben que si yo llevo a unos turistas a un hotel de Varadero, desde la puerta tengo que darme la vuelta seguido? ¿Que ni aunque tenga la plata puedo pasar con mi familia un día de descanso en la piscina de un hotel en este país? ¿Que no puedo viajar, que como cubano no tengo permitido irme de viaje a Santiago, si quiero? Read More