Me acuerdo, inevitablemente, de aquel taxista que nos llevó de Coppelia al hotel, en La Habana. El que nos dijo:
– ¿Les gusta mi país, verdad? A mí también me gustaría el suyo. Pero yo no puedo ir.
Aquel taxista inmensamente enfadado e inmensamente correcto. Que nos dijo:
– Cómo no les va a gustar, si es un país hecho para ustedes. Sólo para ustedes. ¿Saben que yo, aunque ahorre toda la plata que hace falta, no puedo entrar en uno de sus hoteles? ¿Saben que si yo llevo a unos turistas a un hotel de Varadero, desde la puerta tengo que darme la vuelta seguido? ¿Que ni aunque tenga la plata puedo pasar con mi familia un día de descanso en la piscina de un hotel en este país? ¿Que no puedo viajar, que como cubano no tengo permitido irme de viaje a Santiago, si quiero?
Me acuerdo de este taxista que nos hizo sentir tan mal, tan fuera de allí, tan fuera de sitio y de mundo y de todo.
Cuando leo esto hoy, me refiero:
Los cubanos podrán hospedarse en los hoteles de turismo. El Gobierno de Raúl Castro ya ha tomado la decisión y acabará “muy pronto” con una de las prohibiciones que la población criticó con mayor dureza en las asambleas celebradas en el país el año pasado. “Muy pronto” significa en los próximos meses, seguramente antes del verano, según fuentes cercanas al poder y algunos hoteleros extranjeros que extraoficialmente saben de la medida. Ayer, el diario Granma indicó que si en un momento crítico fue necesario “priorizar el turismo foráneo” para conseguir más divisas y “evitar la desigualdad en una sociedad marcadamente igualitarista”, hoy las circunstancias han cambiado […más…]
Y qué queréis que os diga, cuando lo leo y me acuerdo, pese a todos los pesares, me alegro, y mucho además, por aquel taxista que, si reúne la plata -que esa es otra- se va a poder estar bañando pronto en la piscina que le dé la gana. De La Habana mismo. O de Santiago, si le apetece más.