Porque emociones nunca faltan, nada más llegar de Atenas (y previo paso por un mitin, un par de declaraciones a medios, una periodista en el autobús y algunos otros estreses pequeñitos), la novena noche de este tiempo de excepción trajo una visita ilusionante. El Círculo de Periodismo y Medios de Comunicación (bueno, alguna de su gente más activa) estaba en Barcelona. Por la mañana, mientras yo me mareaba en un coche veloz por las carreteras griegas, habían tenido una jornada dedicada a analizar lo que mejor saben: el estado de los medios de comunicación en este tiempo loco, y cómo pensamos que se puede mejorar. Y ahora esperaban, en una terraza del Born, para tomarnos unas cuantas cañas, como en los viejos tiempos.
¿Los viejos tiempos? De eso hace apenas año y medio… Pero año y medio en el que mi vida entera se ha dado la vuelta como un calcetín. Todo eso que ahora parece tan inevitable, tan destinado a ser, no entraba siquiera en los mapas del mundo que habría dibujado entonces. Miro a los rostros de los compañeros y hago un viaje en el tiempo: un viaje de quince meses que en algún modo explica las razones y los pasos que la traen a una aquí, la extraña concatenación de decisiones, inercias y casualidades sin la cual ahora mismo la vida sería muy diferente.
Era una hora del vermú ya entrando el verano. Desde hacía unas semanas, poco a poco, en el barrio, en el entorno de pensamiento y acción al que intentábamos aportar cada cual lo suyo, no se hablaba de otra cosa que de Podemos. Una nueva realidad que no se podía ignorar. Una gran mayoría de la gente involucrada en intentos de hacer cosas empezaba a hacerse a la idea de que este nuevo partido que no quería ser tal tendría que ser el sitio desde el que seguir articulando los proyectos. Un debate permanente no exento de contradicciones llevaba a cada activista, a cada proyecto, a plantearse si quería o no formar parte de esta nueva realidad, y de qué forma. En ese contexto, M (que siempre ve estas cosas deprisa y con lucidez) nos había citado a tres amigos en un bar de Lavapiés, para hacernos una propuesta. Recuerdo que llevaba unos esquemas detallados de organización y hoja de ruta que, vistos desde hoy, se me antojan una especie de aleph de todo lo que estaba por venir. Con gran seguridad nos contó su idea: que ya sabía cuál podía ser un buen modo de incorporarse a Podemos e ir tomándole el pulso, que por qué no crear un círculo. Allí estaba JL, a quien conocía ese día, y que me sorprendió por un aplomo y serenidad que en este año han sido una balsa en tantos agobios. Y el entusiasmado R, a quien luego le duró poco el entusiasmo. Y servidora, que se metía en el lío como quien se mete en cualquier cosa, con la ligereza de lo que no mides del todo bien. M nos propuso, entonces, crear un círculo: un círculo de lo nuestro. Un espacio para pensar y trabajar sobre el periodismo, la información, los medios. Yo hacía años ya que me había distanciado del mundo de los teletipos y los telediarios, sentía que todo me pillaba un poco cogido por los pelos, pero rara vez le logro decir que no a una aventura interesante. Supongo que a su modo a los demás les pasó lo mismo.
Así que lo hicimos. Montamos una primera asamblea, un domingo de junio por la mañana. Cuando vimos que la sala se llenaba, que venían profesionales solventes y luchadores históricos y jóvenes con ganas, pensamos que a lo mejor sí que habíamos acertado al pensar que esto hacía falta.
La foto de este post es de ese primer día. Sé que no es buena, pero me recuerdo haciéndola, y es como tener la foto de un nacimiento.
Lo pillamos con ímpetu. Domingo tras domingo sentando las bases del trabajo por hacer. M dejándose la piel, el tiempo y unas cuantas cosas más en intentar pasar de esos cimientos a un edificio. JL aportando siempre esa misma serenidad, ese trabajo constante e imprescindible de hormiguita desde bambalinas. La menda abriendo las orejas e intentando aprender deprisa. Y todas las nuevas incorporaciones: el otro M, y la otra M, y R, y E, y S, y B con M, y D, y JA. Y tanta gente que pasaba unos días y luego se iba, y tantos que fueron llegando para quedarse no solo en este proyecto, sino también los unos en las vidas de los otros, ya, quizá.
Ese ha sido el espacio, la tribu, desde la que he vivido toda esta historia de Podemos. Ir comprendiendo (y a veces no) lo que es esta organización, cómo se mueve. Ir ensayando qué puede significar realmente eso de “nueva política”, hasta dónde cabe estirarlo y en qué lugar se da contra muros. Ir haciendo explícita de puertas afuera la adhesión a este proyecto, perderle el miedo a decir (por primera vez en la vida): “sí, soy de este partido”. Ir aprendiendo de quienes “llevan toda la vida en esto”, pero también cogiendo las fuerzas para decir a veces: “a lo mejor precisamente porque soy nueva en esto puede no ser mala idea que escuches lo que he pensado que podríamos hacer”.
No había pasado ni medio año desde entonces cuando este partido difuso empezó a construir sus estructuras. El círculo quiso ser parte, y por una extraña concatenación de casualidades, cuotas y necesidades, esta que os escribe acabó sentada en noviembre en una reunión del recién constituido Consejo Ciudadano. No sin antes pasar largas horas diciendo “no, ni de coña, de ninguna de las maneras”. Y ahí el círculo, con M a la cabeza, insistiendo: “hazlo, hazlo, claro que sabrás”; poniéndome con delicadeza firme un trampolín debajo de los pies y una red debajo del trampolín.
Y entonces al Consejo, o a su cabeza con melena, se le ocurrió la idea, que en principio me pareció delirante, de que me encargase de coordinar el trabajo de análisis de medios, de ir rastreando lo que las portadas y los telediarios tienen a bien o mal contar sobre Podemos. Y otra vez esta pesada diciendo: “No sé hacerlo, no soy la persona indicada, deberían ser otros”. Y esos otros diciendo: “Claro que puedes”. Y esos otros diciendo: “Aquí en realidad ninguno sabemos hacer lo que estamos haciendo, y por eso nos está saliendo bien”.
De nuevo el círculo vino al rescate. He tenido el equipo de trabajo más entregado que se puede soñar. Una decena de personas haciendo reuniones infinitas, leyendo exhaustivamente cada noticia, robándole horas al sueño, al trabajo oficial, a los afectos. De la conciencia de que no estás a la altura salen las fuerzas para trabajar como no es posible trabajar. Y lo hicimos. Y lo hicimos bien. Claro que sabíamos.
Y claro también que nada de esto es gratis. Por el camino hay tensiones, decepciones. Hay trabajo que no se hace por cada trabajo que se hace, y el pobre círculo damnificado también de este volcarse algunos en otras cosas. Porque poco a poco algunos nos fuimos recolocando: en órganos o en listas o en contrataciones. Es un proceso no necesariamente justo, una sensación permanente de que sería mejor que fueran otros quienes estuvieran en tu lugar. Supongo que aceptar las derivas con serenidad es parte del reto. Para mí, por ejemplo, llegó ese momento en que (de nuevo no sin dudas) dije sí a la propuesta de dejar todo lo que antes conocía como cotidianeidad y meterme en el lío a tiempo completo. Recuerdo la cena en la que se lo conté al equipo de análisis. No olvidaré su apoyo alegre y sin dobleces.
Luego, porque los días tienen las horas que tienen, no fui capaz de no alejarme del trabajo cotidiano del círculo. Que seguía y sigue, imparable, construyendo: programa, propuestas, base, pedagogía. Toda mi admiración a los compañeros incansables que no han pedido nunca nada a cambio.
No lo pierdo de vista: no estaría viviendo esta vorágine agotadora pero ilusionante de no ser por el trabajo que hemos hecho juntos.
Y es así, supongo, para cada uno de nosotros, de nosotras. No hay nadie que no tenga detrás un entramado generoso de personas anónimas que se vuelcan en hacer rodar la máquina. Eso somos. Sino, para qué.
Lo recordaba el otro día, tomándonos unas cañas en una terraza del Born. Yo les contaba la campaña y ellos me contaban cómo siguen avanzando en su trabajo ingente e mostrar que otros medios son posibles (de hacerlos posibles). Pero hay que recordarlo todos los demás días, también. Dar las gracias a quienes ponen su experiencia y su conocimiento a servicio del proyecto común y nos enseñan, a quienes somos nuevos en esto, primero a gatear y luego a andar y luego a correr. Decirles, siempre: “esperamos estar a la altura”.
Porque eso somos. Porque a eso nos debemos. Porque sin eso, ni estaríamos aquí ni tendría ningún sentido.
El día 10 de campaña, que luego os cuento, yo lo pasé con mucho sueño, porque las cañas se alargaron a mojitos y la noche se hizo encuentro, como las noches buenas.
Pero, mira: más sueño hemos pasado en estos meses. Y era necesario hacer este viaje en el tiempo. A solo quince meses atrás, pero que es casi una vida entera atrás.
Hacer este viaje en el tiempo y brindar. Por vosotros, compañeros. Por quienes sois el cuerpo de este animal que late. Seguimos. No desfallezcáis.
Mi querido amigo, afan hoy se sigue vontdao errf3neamente a cualquier poledtico, porque todos son los mismos perros con collares diferentes. Es mi opinif3n y no quiero presionar a nadie a creer en ella.En mi post actual tienes algo para ted.Un fuerte abrazo y feliz finde.