Hace mucho que no escribo en este blog. (Escribir, lo que se dice escribir. No usarlo como cajón desastre para las cosas publicadas por aquí y por allá). Mucho, digo: años. Desde que hace cuatro ya regresé de Marruecos y publiqué un post diciendo que todo cambiaba, desde la lengua hasta los balcones.
Se ve que siempre se me ha dado mejor hacer crónicas cuando estoy en viaje.
No obstante, no han sido pocas las ocasiones, a lo largo de estos años, en las que he pensado en retomar la idea de escribir con asiduidad en esta casa del gato. Crear una categoría (me decía) que se llamase “Madrid, ciudad extranjera” e intentar mirar la cotidianeidad con los ojos asombrados que nos llevamos a los países ajenos. Tenia, incluso, en mente el primer post. Iba a llevar por cabecera una imagen: el skyline madrileño que veía cada día de camino al que era mi trabajo, que me hacía salir de Madrid en el tren mañanero de los cansados. La línea trazada a tinta de las torres que se ven cuando se deja la ciudad yendo hacia el norte. Iba a llevar por cabecera esa imagen e iba a contar las ganas de desprenderse la rutina de los ojos, de refrescar las palabras para rescatar el asombro.
No lo logré. Siempre había otra prioridad, o una urgencia, o la pereza, o vete a saber.
El caso es que de unos meses a esta parte, mi vida ha vuelto a ser un viaje. Vivo aquí, pero en este aquí todo es periplo. No imaginaba que iba a ser para tanto, cuando hace algo más de un año empecé a asomarme tímidamente a un proyecto naciente, Podemos, que llegaba con ganas de ponerlo todo patas arriba. Pero las olas de cambio son imprevisibles: lo que iba a ser en mi caso una simpatía tímida, una adhesión circunstancial para echar un cable, se ha convertido finalmente en el centro de las horas de este 2015. Ser parte de este ariete es ahora uno de los centros firmes de mi día a día. Y, creedme: esto no hay tren de alta velocidad que lo iguale. Metida hasta el corazón en el empeño de quienes quieren cambiarle a la palabra “política” su significado por uno más limpio, los días se suceden en un continuo trajín, en una reflexión constante, en un asombro que se encadena con otro asombro, en la vivencia intensísima (en lo bueno y en lo malo) de quienes están en el camino.
Surgen, entonces, de nuevo, las ganas de escribir. Por distintas razones.
Están, por un lado, las ganas, simplemente: las ganas que las cosas importantes dan de compartir.
Está también la intuición de que algo tiene de interesante, en este proceso en concreto, el dar a conocer lo que pasa en bambalinas, el cómo se construye en el día a día un camino político cuya vocación principal es ser distinto. Mientras las voces de los rostros conocidos están bajo los focos, todo lo que se teje en la trastienda quizá pueda ayudar a entender también otras cosas.
En ese sentido, está también algo que cada día se me revela, tan sorprendente como evidente: la idea de que todo lo que en la Historia y en los periódicos parece tan sólido, no es en realidad sino el andar tambaleante de personitas como tú y como yo que hacen lo que pueden, que trastabillan, que siguen caminando. La idea, entonces, de que hay que recordar eso mucho, para entender algo.
Está la extraña sensación de estar hablando a menudo por voz de otro, pensando en cabeza de otro, buscando lo que podríamos decir todos; y lo extraño de perderse un poco una, en ese acompañar.
Está la vocación de siempre, la de no saber del todo cómo andar por la vida sin ponerle palabras.
Y está también el hecho de que estos días son duros. El trabajo es abrumador; la presión, difícil de llevar. En cada paso enfrentamos contradicciones, incertidumbres, una inmensa responsabilidad. No es fácil. Se suma a todo esto el ritmo loco, las urgencias, los imprevistos, las zancadillas, la vida en píxeles, las mil llamadas, lo que se pierde por el camino. El acelere, los nervios, las penas. Así no siempre es fácil pensar. Y llevo tiempo rumiando la idea de que obligarse a escribir quizá sea una buena vacuna contra las mil posibilidades de perder la calma que se abren en este modo de vida. Porque escribir, ya sabéis, supone la obligación de frenar un rato. El reto de recentrar la mirada para encontrar lo que importa. La responsabilidad de buscar las palabras precisas, las justas. La alegría de compartir lo vivido. La ocasión de la poesía. El compromiso de encontrar lo más verdad, para contar eso. La oportunidad de recibir una respuesta.
Mañana viajo a Barcelona. Pasaré allí quince días, participando a fondo en la campaña de las elecciones catalanas del 27S, con el equipo de Pablo Iglesias, del que formo parte como una de las responsables de comunicación. Es un hito fundamental de “este otoño extrañísimo, dulce y severo” (como dibujaba un verso de May Sarton), y también una suerte de calentamiento para el salto más grande aún que nos traerá el invierno.
Me subiré al tren y le diré adiós al skyline de la cotidianeidad madrileña por dos semanas. Me ha parecido un momento excelente para aunar todas esas razones, retomar el blog y ver qué tal se da el escribir desde este aquí. Cada noche, entonces, intentaré dejar en la vieja casa del gato, con un texto y una imagen, algo del sabor del día.
No esperéis encontrar aquí información privilegiada, cotilleos sobre el candidato, agenda de actos, teoría política, propaganda.
Quienes me conocéis, ya lo sabéis: yo solamente quiero contaros el viaje.
well done Laura!
Y como pasa el tiempo, que de pronto son años…
Me quedé de piedra al ver que el gato había vuelto a la vida. Me lo voy a leer todo todito
Anagut: Gracias!!! 😀
Vi23: Cuánto tiempo, es cierto….. Qué bien que sigas por aquí!!