(Columna publicada en el número 3 -marzo 2013- del periódico La Marea).
Hay oficios que van a contrapelo de los días. El de editor es uno de ellos: en tiempos de capital y recortes, dar vida a libros no parece la más razonable de las ocupaciones. Y menos aún si se trata de poesía, con tiradas de pocos miles en el mejor de los casos y más voluntad de perdurar que de irrumpir. Pero, frente a la lógica de la rentabilidad, ocurre que un editor de poesía es, ante todo, alguien que se ha enamorado de un libro. Así que, como en todo buen amor, no le mueve la pasión de poseer ni de sacar beneficio: apenas la alegría de saber que lo amado está en el mundo.
Y si se trata de amor, se trata de cuidar. Primero y evidente, cuidar el contenido: editar es decidir qué ideas vale la pena compartir. Segundo, cuidar el texto: pulir el lenguaje, no por obediencia a la norma sino por respeto a la verdad. Y tercero, cuidar la forma: lejos de lo producido en serie, aquí el detalle importa, el valor radica en lo especial.
La edición de poesía así entendida late en su fértil orilla a través de proyectos muy diversos en todo el país. Hay editoriales veteranas como Pre-textos, Calambur o Renacimiento, y otras más jóvenes como Vaso Roto o Delirio, iguales en la ambición con propuestas que no miden pliegos ni riesgos. Las que sobreviven desde los márgenes con apuestas independientes, como Libros de la Herida, Amargord, Germanía o 4 de agosto, son coetáneas a colecciones institucionales como las de las editoras regionales de Extremadura, Salamanca o Málaga, que parecen arreglárselas para esquivar las directrices que se les suponen. Otras acercan mundos centrándose en la traducción de poetas de distintas lenguas: sobre la brecha abierta por Hiperión toman hoy el relevo casas como Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, Bartleby o Nórdica. Las preocupaciones del editor tampoco se ven aliviadas cuando se opta por el libro electrónico –y menos en poesía, donde un mal salto de línea es una grieta de sentido–, pero algunos abordan con soltura el reto del nuevo formato, como Hesperya, lanzada al mar digital con una colección en lengua asturiana. La lista no sabría ser exhaustiva, entre otras cosas, porque este es un territorio abierto a la prueba. Dar la bienvenida a nuevos proyectos es alentador, pero no lo es menos rendir homenaje a quienes han parado máquinas después de años haciendo camino, como DVD.
Frente a cierta visión del mundo a la que tal vez no le interese un producto así (que no cabe concebir como obsolescente ni equivalente, que no se fabrica rápido ni es carne de consumo), todas ellas nos ofrecen libros que por el cuidado del contenido abren mundos, que por el cuidado del texto nos ponen frente al valor de la palabra, que por el cuidado estético se oponen al régimen raudo y descuidado de la mercancía.
Su mera existencia se convierte en una ventana. Como quiere el amor.