(Artículo publicado en el número 20 [mayo 2012] de la revista ATLÁNTICA XXII, cuando en Asturias los resultados de las elecciones y la inmovilidad de las situaciones nos estaban dando mucho que pensar. En el número 21, que salió hoy a los kioscos, otro artículo, el último de esta temporada de colaboraciones, por si os apetece buscarlo).
Es cierto: elegimos, con periodicidad marcada, a quienes nos gobiernan. Cuando se aproxima el día de las urnas, elegimos si votar o no votar. Elegimos a quién votar. Hacemos, en definitiva, un ejercicio de reflexión acerca de cómo queremos que sean gestionadas las instituciones que tomarán por nosotros una serie de decisiones de las que ese gesto nos dispensa.
Pero convendría tener presente que esas no son las únicas elecciones políticas que hacemos. Cada día, pequeñas y grandes decisiones suponen, constantemente, posicionarse en el tira y afloja entre alternativas que configuran nuestra vida de manera inmediata y decisiva.
Elecciones que tomamos para hacer camino, haciendo camino.
Debemos elegir, por ejemplo, dónde y cómo nos informamos, qué nos creemos, qué permitimos, qué rebotamos. Cierran medios, pero aún podemos elegir buscar algo distinto, las propuestas que esquivan las mareas del tópico, la precarización, los intereses creados… Podemos elegir si preferimos una voraz rapidez de datos incesantes o el pausado tiempo del análisis. Podemos elegir compartir o no lo que nos ha saltado a la vista. Podemos elegir de qué modo eso que, por empeño o por azar, vamos sabiendo, se refleja en nuestro estar en el mundo.
Podemos elegir también, por supuesto, qué consumimos. Esto es: qué necesitamos y de qué podemos prescindir. Cuáles son nuestras prioridades a la hora de dibujar una lista que, más que de la compra, es la de nuestros hábitos. En quiénes confiamos, y en quiénes no, como hacedores y suministradores de alimento, vestido, energía. O si cultura es para nosotros el transitado río de los cauces marcados o más bien todo aquello que, latiendo en los márgenes, da densidad al mapa.
Seres de comunidad, no podemos sino elegir cómo nos relacionamos, cómo tratamos a quienes nos rodean. Cómo nos definimos entre las posibilidades a las que nos enfrenta el encuentro con el semejante, con el otro. Reconocer a los afines y trenzar redes; asumir y negociar también la convivencia con quienes no hemos escogido. Elegir la desconfianza o el respeto, la prisa o el cuidado, el interés o la libertad.
Elegir cómo enfrentamos la desavenencia y la adversidad. Cómo la contamos. Cómo compartimos, asimismo, la alegría. Cómo construimos. Qué narrativas nos sustentan.
Es parte también del territorio de la elección (¡que no se nos olvide!) cómo vivimos el espacio. La calle, la casa, los diversos universos que habitamos y podemos reinventar. Podemos elegir hacer de los lugares públicos lugares de uso; no se nos puede expropiar el aire libre, ni tenemos por qué admitir que estén sujetos al mercadeo los sitios donde podemos reunirnos y hacer.
Elegir: lo que es la educación, en qué manos ponemos la propia y la ajena, cómo contribuimos a la que irá conformando a los demás. Qué verdades, normas y consensos recibidos nos parecen buenos y útiles, y cuáles merecen o necesitan una urgente puesta en cuestión.
En similar sentido, nos es imperativo elegir cómo nos relacionamos con el lenguaje. No es lo mismo emplear las palabras con su carga adquirida de connotaciones e intenciones que intentando liberarlas de ese peso en cada enunciación. Podemos elegir no emplear en vano palabras decisivas, podemos no elegir las palabras que desprecian o dañan. No nos queda otra opción que elegir si empleamos, o no, y de qué manera, los términos que medios y autoridades propician y repiten como para convencernos de un significado, de una relevancia, de un olvido.
Podemos, debemos elegir.
Qué es para nosotros trabajo. Qué es para nosotros patria, familia, éxito, amor. Podemos elegir cómo tratar con el poder y con la norma; elegir de qué modo combatir los miedos, las limitaciones.
Hay elecciones que no admiten demora: un planeta, nuestra propia supervivencia, las posibilidades de una vida digna para la mayoría, dependen de ellas.
Podemos, aunque no lo parezca y aunque no siempre sea sencillo, elegir que sí o elegir que no.
Podemos elegir el elegir, frente a la inercia.
Y, por supuesto, podemos y debemos también elegir si votamos.
A quiénes votamos.
Y cómo convivir con el resultado de esa elección.