Siempre me han gustado dos cosas de personas ordenada: hacer listas y hacer balances. Acompañando a los balances, me gustaba también repasar en minuciosos detalles la última etapa de algo. Me recuerdo pensando: “este es mi último despertar con doce años”, “esta es la última merienda de 1999”, “este es el último domingo que salgo a comprar el pan y los periódicos antes de irme a vivir a Madrid”.
Afortunadamente, he abandonado esta costumbre psicopática.
Sin embargo, ¡hoy es mi último día como becaria de periodista en Efe Rabat! La regresión al viejo hábito se impone.
He estado pensando mucho, en los últimos días y semanas. He hecho balance de lo aprendido y de lo que valdría la pena olvidar. De las historias que se me fueron abriendo como puertas o balcones, de las experiencias laterales que de manera inesperada iban trazando -pienso ahora- algo así como un rumbo.
Habrá tiempo para recuperar el balance, digamos, periodístico de la cosa. Repasando, encontré un mandamiento y os lo quiero contar. Pero eso será otro día. Hoy, con la emotividad de los finales, quería hablaros de otra cosa.
Recuerdo bien el día en que nos anunciaron que teníamos la beca ésta, hace algo más de dos años. Estaba mi amigo Alfredo en casa, en mi casa madrileña que era un hotelito mostaza. Andaba por allí haciendo la promo de su “Dudas y precipicios“, y nos despertamos con un resacón de los que hacen historia. Tanto que, cuando abrí el ordenador para ver las listas, ya tenía trescientos sms de mis padres y de mi-siempre-eficaz-Albita que me contaban que me la habían dado. Lo celebramos con un café muy negro y sin cruasanes en un café del barrio (de Salamanca) y comprando libros como posesos en la vieja librería Crisol.
“Dudas y precipicios”, librería Crisol: en esas cosas se entiende lo que significan “dos años”.
Luego acompañé a Alfredo a Chamartín y caminé durante horas por Madrid, contando por sms la noticia a algunos amigos.
En aquel momento, lo que me alegraba de aquella beca era particularmente una cosa: me iba a dar la oportunidad de irme a China un año. Lo demás (dos años de periodismo, teletipos a granel, sueldito para veinticuatro meses) me daba bastante lo mismo. Yo quería irme a Pekín y ver dragones. Paseé por Madrid pensando en eso.
Me imaginaba un año de hutongs y empanadillas. Se lo dije a todo el mundo. Los siguientes seis meses tuve una profe que venía a casa los viernes a enseñarme a pronunciar cantando.
Pero luego el mundo cambió. Y de eso quería hablaros.
Ese año en el que me debatía intentando encontrarles el sentido y el gusto a los juicios, en el que empezaba a sufrir las indeseables consecuencias del de-ocho-a-tres, en el que me enfadaba contra el espectáculo que impregnaba mi trabajo y me quedaba perpleja ante el cambiante arte del teletipo, estuvo en buena medida marcado por una pregunta.
La pregunta que todos nos hacíamos, en pasillos, facebooks y noches de insomnio.
¿Adónde te quieres ir?
Y yo, que acarreaba a todas partes mis fichas autoconfeccionadas de caracteres chinos, iba escribiendo mi lista de destinos preferidos empezando por Rabat.
Descarté Buenos Aires la mágica, París la hermosa, México la deseada. Descarté neones de Berlín y sirenas de Caracas. Descarté un Bolivia que podría haberlo sido todo, descarté un Nueva Delhi que me hacía soñar. Sayonara Tokyo. Zaijian Shanghai.
En mi top tres quedaron el próximo y el lejano oriente. El Cairo, Pekín y Rabat. El orden en que las prefería rodaba en mi cabeza según las fluctuaciones de mi ánimo.
Un amigo no paraba de decírmelo, en ese proceso: “no es para tanto. No le des tantas vueltas. En el fondo da igual”.
En eso, como en todo, yo trataba como podía de aprender la levedad del pájaro.
Al final decidí.
Se disolvieron con un plop los dragones chinos y los muecines del Cairo. Dije adiós a mi profe de mandarín y empecé a ir seis horas por semana a ver a Fateh en una academia junto al metro Quintana.
Este fue el año rabatí.
Y hoy que se acaba me digo que mi amigo tenía razón. No era para tanto. Daba un poco lo mismo.
Sí, claro, ha habido muchas cosas. Lugares y personas, mágicos encuentros y fortuitos infortunios. Ha habido cosas, claro, que no habrían sido las mismas en otros sitios. Seguramente no habría empezado a considerarme feminista de no haber vivido en un país en el que el cuerpo aprende sin mediación de la voluntad a caminar mirando al suelo. Seguramente no habría perdido por completo, hasta los últimos resquicios que pudieran quedarme, la fe en la palabra institucional de no haber vivido el caso de El Aaiún. Quizá hubiera desistido por completo de la vocación del periodismo de no haber estado en un lugar en el que tan vehemente y torpemente se quieren esconder verdades.
Pero seguramente también, todas habrían tenido sus equivalentes en Pekín o en Zaragoza.
De acuerdo, algunas cosas podían haber sido distintas: en Bolivia me habría cargado de política y en Japón “Los idiomas comunes” hubieran tenido más de extrañeza. Quizá en Argentina me habría echado un novio resultón y puede que en México hubiera conocido a un grupo de poetas enloquecidos con los que reventar a tequilas. Quién sabe qué me deparaban los dragones chinos. Quién sabe qué me esperaba en cada canto del muecín de El Cairo.
Pero seguramente los eventos más importantes del año habrían sido de todos modos los libros de algunos amigos, la llegada de ciertas visitas, tres o cuatro aprendizajes esenciales.
Si pienso que mi amigo tenía razón, que no era para tanto es porque pienso, mirándolo desde ahora, que lo que se podía esperar de este año iba a ocurrir igual en cualquier parte.
Tenía que aprender de qué va en realidad este oficio y lo habría aprendido en cualquier sitio. Tenía que aprender lo que es un jefe y lo habría aprendido con cualquier jefe. Tenía que aprender del periodismo ese mandamiento que os contaré y quiero pensar que se me habría aparecido en toda circunstancia. Tenía que aprender lo que es trabajar y lo habría aprendido igual en Bangkok que en Bruselas. Tenía que aprender que ser un expatriado tiene mucha más cotidianeidad y mucha menos magia de la que creíamos y eso habría sido igual en Tombuctú.
En esta experiencia, entiendo ahora, el dónde era sólo un matiz. Un matiz que podía estar cargado de particularidades decisivas, sí. Pero un matiz.
Eso sabía ya mi amigo y esa era otra de las cosas que tenía que aprender yo. De las que seguramente habría aprendido en cualquier sitio.
Hubiera puesto lo que hubiera puesto en la lista aquella de destinos, hoy estaría haciendo el balance del último día. Mañana estaría en todo caso regresando a casa. Es cierto: quizá de Argentina volvería llorando por mi novio resultón, de México con sobrepeso por libros de poemas y botellas de tequila. Quizá podría volver sabiendo chino o un poquito más de árabe. Quizá de París volvería como volví la última vez.
Pero en todo caso volvería, estoy casi segura, ilusionada por tener ahora unos meses libres para leer, escribir y estudiar. Volvería en todo caso con ganas de ver a mis amores, mis amigos y la tribu y contarles las últimas aventuras, cuánto los eché de menos. Volvería deseando encontrarme en mi cuarto la caja llena de mis ejemplares del libro rosáceo. Volvería con ganas de croquetas. Volvería preguntándome qué va a pasar ahora.
Porque mi amigo tenía razón: no era para tanto. Y quizá sea ese el aprendizaje más importante que debía llevarme de estos dos años. El aprendizaje a recordar cuando tenga que responder a otra pregunta que parezca decisiva.
Hoy es mi último día como becaria de periodista en Efe Rabat.
¿Será mi último día como becaria? (No sé yo).
¿Será mi último día como periodista? (A veces lo juro y a veces lo siento improbable).
¿Será mi último día en Efe? (Quién sabe, vueltas dan las cosas).
Lo que sí sé es que no será mi último día en Rabat. En enero volveré, a vivir la dolce vita de los libros y los viajes mientras espero a que se me aparezca, tras alguna esquina, el próximo paso, esperando a que lo dé.
Habrá más cartas marruecas, aunque tendrán otro rostro. Ya no serán el backstage de las noticias.
Y entre una y otra, aquí seguiré, tratando de recordar eso que aprendimos.
Se acercan tiempos de grandes saltos y pienso que el matiz, el diminuto matiz que me hizo preferir Rabat, no estaba mal visto. Si elegí, puedo confesar ahora, esta ciudad, fue porque me pareció que podía ayudarme a aprender sobre la calma.
Y sí.
Se acercan tiempos de grandes saltos y he aprendido que no era para tanto.
Y seguimos tambaleando, viviendo de contrabando, el ángel que nos protege se la pasa trabajando….
Esto significa que te eximes del vídeo de fin de año?
Injusto me parecería…
Ese ya lo abandoné el año pasado, Al. Pasó su etapa.
Pero algo me inventaré, no te preocupes
Cierto! Mi maldita memoria no tenía claro si eso había dejado de ocurrir o no. Ay… Te voy a dar bien de merendar el 23… XD
Esto responde a mi pregunta del mail de la mejor manera posible. ..
Y, señoritas, para mi mucho mejor que el video sería que me llegasen vuestros libros por la chimenea.
No sé si por la chimenea, Ra, pero los tendrás… Ayúdame a convencer a Alba de que se baje a Madrid conmigo tras Nochevieja, anda
Yo te ayudo.
Alba, tu te acuerdas de aquella vez en la que imaginamos nuestras yos futuras y me presentaste como la tia geno que (yupiiiii) viene del lejano oriente cargada de regalos exoticos?
Pues estas Navidades se cumple: llevo una maleta de 30 kilos con unos vaqueros, tres camisetas, y el resto paquetitos de colores. Y tambien hay para ti, asi que baja!
Ais…estos días tan de lluvia me ponen tonta, se me ha caído una lagrimilla al leer esto! Cierto Raul, mi pregunta sobre su planning vital queda más que respondida con este post también!
Jajajajaja, tita Geno es la mejor reina maga, de eso no cabe duda. Dios, sois lo peor porque para mí cosas más tentadoras que compañía y conversación aderezadas con regalinos…
Hay una cosa mejor y esa es:
Inventar una nueva tradición (de esas que nunca continuamos) para el día 2 o 3 de enero, juntarnos todos con los yos futuros del presente, buscar yos futuros del futuro y conversar y conversar.
Propongo nombre para la nueva tradición: Retrofuturismo.
Y por cierto, ¿no hay una manera para que esto te avise al mail cuando alguien te responde?
Me encanta! Retrofuturismo el 2 o 3, cuando queráis!
(Ni idea de lo del mail, temo que no….)
Woh.
Ojalá todos tuviésemos esa visión tranquila del futuro incierto.
Pero ahora… ¡a cebarse! Que para algo están hechas las vueltas a casa, y más en Navidad xD
me ha encantado encontrarte felicidades por este arte tuyo feliz dia!! besitos
Hola Laura,
Soy Óscar Martín Centeno, coordino un ciclo de recitales en Madrid con la asociación Grupo Artístico 8 (www.grupoartistico8.com) y me gustaría poder contar contigo para que participes en él. Por favor ponte en contacto conmigo en el email: oscarmartincenteno@me.com y te comento la fecha y las condiciones por si puedes participar.
Un saludo.