Nadie sabe nada de gatos persas (una lección de micropolítica aplicada)

Antes que nada, conocí la historia de la cinta:

El realizador kurdo iraní, Bahman Ghobadi, conocido por dirigir ‘Las tortugas también vuelan’ ha decidido colgar en Internet su última película ‘Nadie sabe nada de gatos persas’, para burlar la censura impuesta a su proyección en Irán.

El objetivo es que los iraníes puedan ver y comentar esta cinta que trata sobre la dificultad de hacer música ‘underground’ en Irán, precisamente por las restricciones del régimen. A través de sus protagonistas, dos músicos de Teherán que tratan de viajar a Londres para dar un concierto, Ghobadi dibuja las grietas por las que se cuelan las 3000 bandas clandestinas de la ciudad. (…leer más…)

Luego fue el título. “Nadie sabe nada de gatos persas”. ¿Quién podría dejar de ver una película que se llame así?

Acabó de convencerme el argumento de autoridad, aunque no me guste recurrir a él  menudo: tras las estremecedoras “Las tortugas también vuelan” y “Media Luna“, Bahman Gobadi se ha convertido para mí en uno de esos nombres con garantía.

Pude por fin ver la película, la semana pasada, gracias a ese virus que tantas cosas pendientes me ha permitido tachar de la lista. No fue del todo fácil encontrarla: pese a que, como decían los periódicos, el propio director la haya subido a la red para difundirla, encontrarla con algún tipo de subtitulos y apta para ver online es más bien tarea para entrenados rastreadores. Pero se pudo. La vi y desde entonces quería decir algo, dejarla por aquí.

Quizá no es una gran película en el sentido estricto del término. Pero tiene esa extraña virtud de acercar un mundo. Y es más: un mundo que existe (desafiando, por cierto, aquel “peligro de la historia única“…) Decía otro artículo, que encontré más tarde:

Bahman Gobadi ha lanzado un grito de rabia por la libertad y ha filmado con la ayuda de muchos amigos todo ese universo paralelo de Teherán en el que los músicos graban CDs ilegales que se distribuyen en el mercado negro, los jóvenes acuden a fiestas y conciertos clandestinos, se venden visados y pasaportes falsos a precios distintos según el país (EEUU el más caro, Afganistán a precio de saldo…) y las mascotas están prohibidas, de ahí el extraño título del filme.

Pero también nos ha enseñado el paisaje urbano de callejuelas escondidas y concurridas avenidas de la capital de un país desconocido para la mayoría de los occidentales, que sólo sabemos de él, según nos cuenta el telediario, la maldad de su líder, sus ambiciones nucleares y la represión de sus opositores (…) Descubrimos jóvenes universitarias sonriendo con la cabeza descubierta; afamados raperos alternativos explicando su visión del mundo desde una obra; estupendos músicos y cantantes actuando en azoteas, descampados o vaquerías; mujeres conduciendo coches por calles atestadas de tráfico; talleres descomunales de compraventa de motos; músicos profesionales dando clases voluntarias a niños de familias con inquietudes; olorosos mercados; paseantes; ancianos…. En definitiva, la intrahistoria de una ciudad contradictoria que en treinta años -revolución islámica mediante- ha pasado de tres a trece millones de habitantes. (…leer más…)

Le reprochan algunas críticas el estar demasiado pensada para contentar al gusto occidental. Yo no lo vi así. Creo que lo occidental en la estética, ese “tufillo de videoclip” que le achacan, es más bien el resultado de un intento quizá no demasiado logrado de adecuar forma y fondo, de mostrar también así el contraste entre la realidad que rodea a los protagonistas y el mundo que sueñan y tratan de construir. Que aunque no sea el que yo les desearía, es el suyo, como fue el de muchos más cerca nuestro hace no tanto (la comparación ayuda a comprender): el sueño del rocanrol. Y es que esta historia es un ejemplo de aquello que tanto nos importa: que lo personal es político.

Pensaba, mientras la veía, que era la misma película que “Media Luna”, el anterior trabajo de Gobadi: el viaje de un grupo de personas que quieren hacer su música y que, sin ninguna intención política en ello, dan en el núcleo mismo del significado de revolución porque intentan, simplemente, derrocar la influencia del poder en lo más íntimo que tienen. Ese era el interés de “Media Luna”, y es el de esta “Nadie sabe nada de gatos persas”.

Mucho más contundentes en esa propuesta que todos los manuales (que también, que también).

Si “Media Luna” se enraizaba en la tradición, en los cantos populares, en los paisajes agrestes, en la historia, y conmovía con la belleza de imágenes y metáforas; “Nadie sabe nada de gatos persas” tiene la ventaja del golpe directo que da la contemporaneidad, la cercanía, la sencillez del relato. Frente a la epopeya, una historia picaresca de lo cotidiano. Uno puede pensar: “esto está pasando ahora mismo”. Y entonces, escalofríos.

En “Media Luna” había una imagen de esas que se quedan en la mente: a mitad de su periplo, el grupo de músicos llegaba a un pueblo en el que se refugiaban las decenas de mujeres obligadas al exilio por cantar. Desde la ladera de la montaña, todas recibían a la comitiva alzando sus voces prohibidas en una melodía delicadísima.

“Nadie sabe nada de gatos persas” tiene otra, para mí. El momento en que los miembros del grupo de rock de los protagonistas preparan, a escondidas y con toda la ilusión, la sala clandestina de conciertos donde piensan tocar esa noche. Y de pronto, la chica saca una bolsa de velas. Cada asistente tendrá que sujetar una: encender la luz sería demasiado peligroso.

Por llegar ahí, la película ya valdría la pena. Pero es que además, en el camino, descubriréis grupos que si no quizá no oiríais nunca, conoceréis los entresijos de una ciudad, pensaréis, querréis salir a la calle y gritar o cantar.

Decía otra crítica que la peli es un “elogio de la música pop rock por encima de cualquier política, como instrumento de liberación y superación de cualquier sistema absolutista”. Yo diría más, como apuntaba antes. Diría que es un “elogio de la acción creativa y la elección personal de modos de vida por encima de cualquier poder, como instrumento de liberación y superación de cualquier sistema absolutista”.

O bien diría que hace pensar que una valentía tozuda es siempre la semilla de otro mundo posible.

Pues eso, una lección de micropolítica aplicada.

Y además, personalmente me hizo plantearme esa pregunta siempre inquietante: ¿y nosotros, amigos, hasta dónde habríamos sido capaces de llegar por decir, si hubiéramos tenido menos suerte a la hora del reparto de lugares donde nacer?

 

(Para que no tengáis que hacer la labor de arqueología que me tocó a mí, aquí os dejo el mapita para encontrarla. Si os apetece doblada al castellano, la tenéis, dividida en seis partes para que se vaya descargando más fácilmente (aquí la 1, la 2, la 3, la 4, la 5 y la 6). Pero ya os advierto de que es un infierno: el doblaje es forzadísimo y el despiste que produce le quita mucha emotividad. Así que, para el que quiera y pueda manejarse con lenguas varias, aquí la podéis ver en versión original subtitulada al inglés. Ah, y buenas noticias para rabatíes: si os apetece más pantalla grande, el domingo 21 se proyecta en el Instituto Francés. Yo seguramente vuelva para verla de nuevo.)

(Y a modo de propina: si os engancha el grupo protagonista, se llaman “Take it Easy Hospital” y están en spotify.)

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