La bruja que me enseñó a hacer maletas se va de viaje. Con ella aprendí a preparar el equipaje de modo en que cupiera todo. Y a prepararlo mojado, y a prepararlo deprisa, y a prepararlo bajo el sol y bajo el viento. Esta vez me ha enseñado, sin embargo, la mayor de las claves, que no me había revelado nunca al explicarme cómo hacer mochilas ligeras: lo único fundamental al preparar el equipaje es que no se quede en casa lo más importante.
La bruja tiene el valor de partir acompañada. No, no me confundo: para algunas razas de mujeres de la pampa, esa es la osadía más difícil. Ahí también aprendí.
La bruja se va a un territorio tan poblado de leyenda que sólo su presencia allí podría hacerlo parecer cierto. La bruja va a volver a sentir cómo huele el aire al aterrizar en América.
Yo la voy a echar de menos, a la bruja. Pero nada me alegra más que que se vaya.
Al fin y al cabo, siempre nos hemos repartido el trabajo de descubrir el mundo.
Mándame una postal de San Telmo, adiós, cuídate…
(O tal vez esta, pero entonces igual lloro, vos sabés…)
Antes de desembarcar en la mamá patria, Oliveira había decidido que todo lo pasado no era pasado y que solamente una falacia mental como tantas otras podía permitir el fácil expediente de imaginar un futuro abonado por los juegos ya jugados. Entendió (solo en la proa, al amanecer, en la niebla amarilla de la rada) que nada había cambiado si él decidía plantarse, rechazar las soluciones de facilidad. La madurez, suponiendo que tal cosa existiese, era en último término una hipocresía. (…) Había que seguir, o recomenzar, o terminar: todavía no había puente. Con una valija en la mano, enderezó para el lado de una parrilla del puerto, donde una noche alguien medio curda le había contado anécdotas del payador Betinoti, y de cómo cantaba aquel vals: “mi diagnóstico es sencillo:/ sé que no tengo remedio”. La idea de la palabra diagnóstico metida en un vals le había parecido irresistible a Oliveira, pero ahora se repetía los versos con un aire sentenciosos, mientras Traveler le contaba del circo, de K.O.Lausse y hasta de Juan Perón.
(Cortázar, “Rayuela”, justo al comienzo de El lado de acá)
Que no se te olvide, bruja: no tengas remedio nunca.
Y buen viaje.
Todo lo imprescindible, lo de verdad imprescindible. Fotos, hechas y sin hacer, libros escritos y sin escribir, una guía, recomendaciones muchas, algo de ropa, poca; eso sí, muchos pañuelos de colores diferentes, un señor, botas de monte, lapiceros y alguna cosa más.
Es raro que, habiendo empacado todo lo imprescindible, despues de cerrar y arrinconar la maleta, echo un vistazo a la habitación que abandono en Madrid y me parece tan completa, tan llena de vida, como antes de hacer el equipaje.
Y es que es imposible viajar entera; es recomendable no hacerlo (sobre todo si se viaja entre dos ciudades con tantas canciones como Madrid y Buenos Aires). Lo que pasa es que esta vez la porción de mí misma que se queda en Madrid es más grande de lo normal.
Gracias duende. Nos encontramos pronto, en San Telmo quizás, o quien sabe si de fin de semana en Alejandría.
Sonríe. Te Quiero. Hasta mañana.