Al final la ciudad sí que ardió. Yo al menos vi las llamas. Como os dije antes de irme, era mi primera vez en un sarao de estos, y lo cierto es que superó mis expectativas. Me gustó esto de pasar tres días no pensando en nada que no fueran versos (será la cuota de ingenuidad que corresponde a ser, como me dijeron varias veces por allí, así de asquerosamente joven). Me gustó también encontrarme a gente que vale la pena, con miradas afiladas e ilusiones limpias. Y las lecturas en los institutos, hablando como mormones con la ilusión de cazar almas a una causa salvífica. Y por supuesto las comidas del Kin, las cenas del Ovetense. La noche inacabable, inhabitable, que empezaba siempre en esa Caja Negra mecenas y ángel, que acababa siempre en un sofá: o en otro.
Pero, sobre todo me gustó poder llevar a cabo un experimento no sé si antropológico o entomológico: comprobar que sí, se escribe como se vive. Porque claro, yo, que era la nueva, no había tenido nunca antes la ocasión de disfrutar de la magia como levitando de los versos y también los pasos de Juan Marqués. Ni del humor devastador de las líneas y las noches de Alejandra Vanessa. Apenas un poco de esa especie de regreso a una adolescencia agridulce de los poemas y las ocurrencias vespertinas de Elena Medel. En absoluto de la ilusión y la risa-pese-a-todo de cada letra de Sara Toro (y cómo arrasamos en mi pueblo). Y nada de la fuerza llena de vida del recitado y las conversaciones de Maria Eloy García. Ni del fatalismo dulce de los escritos de Ignacio Escuín… y de todos y cada uno de sus comentarios. Ni de esa especie de despiste un poco cruel de José Luis Piquero , escribiendo o no. Pablo Moro, especie de satélite de nuestros ratos, cumpliendo de sobra con la reputación de canalla que confieren todas las guitarras.La honestidad que puebla tanto la poesía como la vida de Sofía Castañón sí la conocía, claro, pero nunca sobra. Como de Alba y Héctor: qué se puede decir, pudiendo decir TANTO (vayan un ídem enorme para Olga y para Juan Tizón, que nos aguantaron mucho más de lo neccesario…) Pero tampoco había podido sentir nunca antes la inmensa ternura de los poemas de David Eloy Rodríguez, y de sus miradas. Y por primera vez en todo su esplendor el constante revival clásico de los Víctor García Méndez, en su libro y en sus noches (…no sólo de tinta, también de tinto...) La timidez de paso firme de les lletres de Ana Vanessa Gutiérrez, y de sus visitas fugaces. El aturdimiento dudoso en que deja toda aparición de Pablo X. Suárez. Fernando Beltrán como tendiéndonos en todo momento una manta sobre los hombros, con palabras o con gestos. Todos los que al presentarnos o inagurarnos, o clausurarnos, parecieron tener la intención de que nosotros mismos nos conociéramos mejor.
Me gustó haber hecho este experimento y quedarme con ganas de repetirlo. Como nos hayan visto en telecinco hacen un reality show, y más con un post como este para analizar. Vamos, que nos lo pasamos bien, entomologías aparte. ¿He dado ya las gracias? Porque esto iba de eso, en el fondo.
Si se vive como se escribe, entonces tú vives muy bien.
Ponerle música de Eliades Ochoa da a todo un sentido todavía más vivo del que tuvo. Gracias a ti niña, porque estoy convencida de que si esto no va a poder repetirse es porque u os traemos de nuevo o todo será demasiado distinto.
pd: mi casi bronquitis y yo te dejamos un encargo en el correo.