En este que prometo último post secuela del festival de cine, no podía dejar de hablaros del otro gran flechazo del mismo: una de las cineastas a las que se dedicaba una retrospectiva, la actriz-directora-guionista Ronit Elkabetz, que parece tener el don de hacer películas en las que uno cree estar leyendo pensamientos.
No sé si impresiona más su imponente presencia en pantalla -bíblicamente bella y siempre desgarradoramente triste, como haciendo equilibrios con la locura- o la que se adivina entre las palabras y entre las líneas de la trama, llenas de sutilezas y de paisajes ocultos. No fuimos pocos los que a lo largo de los doce días del festival hicimos todas las cabriolas horarias del mundo para perdernos las menos posibles de las proyecciones de sus películas. Y nunca defraudaba. Fuera con humor como en Matrimonio tardío, con la durísima crudeza de Mi tesoro o con la sopresa de un estilo totalmente inesperado en La cicatriz (película que, por cierto, no sé cómo vais a hacer para encontrar pero no podéis perderos, sobre todo vosotros dos, la bruja y el indio, que, aunque no lo sepáis, todo lo que lleváis haciendo en vuestras vidas remite a esa cinta). Como fuera, siempre.
El caso es que ayer pude ver por fin -ya sin el amparo festivalero- su última peli en cartel: Les sept jours. Los siete días, en efecto, de una familia que, de acuerdo con la tradición judía, debe encerrarse en una casa para pasar el duelo por la muerte de uno de los hermano. Como una pintura negra en movimiento… y atroz como toda familia extendida (el que no esté de acuerdo con el adjetivo, que tire todas las piedras).
Os dejo con el trailer, rezad para que se distribuya en España -o venid a verme y vedla-.
Lo que es yo, el sábado me levanto a las nueve para ir a ver, en una reposición en un cine de aproximadamente el fin del mundo, una de las que me perdí.
No he encontrado nada en la mula… iré de ronda videoclubera a buscarlo, porque está difícil. Si lo tienes por ahí, traemelo envuelto en bombón.