Despegada, cacho apaátrida, por qué te vuelves a París cuando empiezan las vacaciones, qué oscuras razones te hacen no volver a casa.
Pues bien, dos.
La primera es que me quedan cuentas por ajustar con la ciudad y sus personajes. Me gusta ser la última del grupo en irse, la que apaga las luces revisando bien que no queda nada dentro. Me quedan fotos, dibujos, líneas, por encontrar. Y qué mejor que un verano para las venganzas emocionales.
La segunda es que encuento qué hacer. Y eso es lo que os cuento.
Desde ayer está en marcha y viento-en-popa-a-toda-vela el sexto festival Paris Cinema, entre cuyos bastidores corretea la menda convertida en voluntaria de la causa. Aquí tenéis programación y secretos , para que los cinéfilos podáis aconsejarme sobre qué no perderme y a quién poner por el contrario la zancadilla.
Decía, entonces, que ayer levamos anclas y pasamos por fin, los ochenta uniformados bénévoles, de meter cosas en bolsas y poner nombres en listas y doblar papeles y correr a buscar ramos, a por fin ocuparnos de gente. Todo tan VIP, tan Cinemateca vestida de gala, que la tarde se nos pasó con la boca abierta. Mi primera ocupación, una de “por aquí señores” sonriente e impoluta, me enseñó que los invitados que van a la sala secundaria, la que queda a la derecha de la alfombra roja según se bajaal sótano, no están contentos y no dicen gracias. Pero luego, en la tregua que dan los actos, unas cuantas, escurridizas con nuestros vestidos negros, espiamos desde tras un cristal la película de apertura, con esa ficha mágica que nos da acceso a los recovecos de todo lo que pase, y la magie empezó con los giros agridulces de Entre les murs (que no os debéis perder bajo ningún concepto, sobre todo los profes y similares).
Ah, pero luego… la fiesta. Acompañen ustedes a los invitados desde las salas a los buses que les llevarán al Ayuntamiento para abrir con litros champagne el festival, y aprendan quehay dos afanes universales al ser humano sin distinción de nacionalidad, ocupación o clase: subirse a los vehículos los primeros aunque haya para todos y lanzarse sobre las bandejas de canapés aunque idem.
Y entonces pasearse por los salones enormes del Hotel de Ville, iluminados tan kitsch para la ocasióncon sus lámparas de araña tornadas azules, rosas, verdes, para que las paredes de espejo lo llenen todo de reflejos flúor. Y mascar el ambiente. Todas esas bellezas en tacones que uno comprende ahora como guardan la línea, porque ninguno de los pinchos propuestos mide más de setenta milímetros -espuma de cacahuete, dado de feta con inyección de vinagre, probeta de zumo de tomate, y así-. Toda esa superioridad manifiesta y las gorras de moda puestas bajo techo. Los que creen que por ser conocidos pueden permitirse abrazar por la espalda a la lindísima Alaa de ojos grandes con la que me paseo vodka on the rocks en mano y decirle: “te comería mañana tarde y noche” mientras le baba una mejilla. La sorpresa de cuando la tímida chinita que nos sigue siempre a pasos pequeños es parada en mitad de la sala por un prestigioso director de documentales, y tras hablar con él un cuarto de hora nos dice “hemos trabajado juntos” y vuelve a callarse para siempre. Los tres altísimos desconocidos que nos paran y dicen “donde van las tres gracias” aunque a mi me parece que es obvio que entre el surrealismo y la variedad tonal tenemos mucho más de los ángeles de Charlie. Esos vestidos amarillos brillantes que parecen estar de moda. Cuando llega elegantísimo en cocinero de los postres y desvela que son dos máquinas: una de algodón de azucar y otra que congela nubes cubiertas de chocolate.
Todo como el colmo de sí mismo, en general. Como vivir un esperpento de un comic de colores.
Pero me encanta, claro. Y esto, babies, no ha hecho más que empezar. La chica de los mk2 os seguirá contando.
ahhhh
cinema paradiso
no te voy a decir que me encanta porque creo que ya vas sabiendo que todo lo que te encanta me encanta. Pero vamos.