De acuerdo, cuando en vez de un gin-fizz lo que se tiene en la mano es un helado, la cosa pierde glamour. Pero allá nos fuimos ayer, a escuchar jazz en la plaza, acodadas en árboles y lamiendo vainilla con chocolate.
Porque de eso se trata, en este caso: de sacar el jazz de sus noches, sótanos y resacas. El Festival de Jazz de Saint Germain ofrece para esta primavera casi demasiado calurosa planes insólitos todo a lo largo de ese barrio 6 que más que corazón de París le es arteria. Voy a escuchar trombones en la clase más grande de mi facultad, en el Starbucks de paso, en la iglesia de junto a la parada de metro… y en la calle, sí.
Ayer, con el helado, el árbol y las campanas de Saint Germain que no paraban de inmiscuirse en las canciones, el barrio descubrió este grupo y se enamoró de él.
Sí, grandísimos lagartos, trombones a la orilla del río, blues arrastrándose, probablemente drag quería decir lagarto de tiempo, arrastre interminable de las cuatro de la mañana. O completamente otra cosa. (…) El vibráfono tanteaba el aire, iniciando escaleras equívocas, dejando un peldaño en blanco saltaba cinco de una vez y reaparecía en lo más alto, Lionel Hampton balanceaba Save in pretty mama, se soltaba y caía rodando entre vidrios, giraba en la punta de un pie, constelaciones instantáneas, cinco estrellas, tres estrellas, diez estrellas, las iba apagando con la punta del escarpín, se hamacaba con una sombrilla japonesa girando vertiginosamente en la mano, y toda la orquesta entró en la caída final, una trompeta bronca, la tierra, vuelta abajo, volatinero al suelo, finibus, se acabó.
Y claro, usted como pez en el agua.
Que siguen los paralelismos, que aquí también llevamos unos días de festival de Jazz pero que ni punto de comparación.
(y de la ciudad ya no voy a decir nada, que me conozco)
Y eso de estar de cumple y enterarme por terceros, maaaaaal.
muá!