PARA QUE TODO EL MUNDO LO SEPA

(Texto en torno a ‘De regreso a nosotros’ [Ya lo dijo Casimiro Parker, 2016], de Ana Pérez Cañamares, para su presentación el 1 de diciembre de 2016 en Aleatorio Bar, Madrid).

 

Suelo decir que casi todos empezamos a escribir por desamor, y, si continuamos escribiendo, es por amor. Quiero decir: empezamos a escribir por la frustración, por la incapacidad, por la pérdida. Pero, después, si seguimos es porque hemos encontrado las causas por las que el decir y el hacer tienen sentido.

Con la amiga y admirada poeta Sofía Castañón reflexionamos últimamente mucho sobre un tema: si es o no posible construir desde el odio. Es obvio que aquello que nos genera rechazo, daño, rabia, es clave para entender qué nos moviliza, qué nos llama a la palabra o a la acción. Pero dice Sofía, y yo comparto, que hay dos miradas posibles a ese punto de partida. Ante la injusticia, podemos saltar por odio a los culpables o por amor a los semejantes que merecen reparación. Tendemos a creer, las dos, que en la escritura, en la política o en general en la vida, la segunda opción es la más fértil.

Ana Pérez Cañamares escribe por amor: toma el mundo por el lado de la luz. Hace unos días, a Sofía y a mí nos preguntaban, tras un recital: ¿no es conveniente, entonces, politizar y poetizar el dolor? Naturalmente que sí, respondíamos: no hacemos, quizá, otra cosa. Pero eso es muy distinto de escribir por odio. Dice Jorge Riechmann que todo, en cada instante, “puede hacerse, o para que la rueda siga girando, o para entrar en contacto con la lumbre”. Escribir por amor es escribir para entrar – y que otros entren – en contacto con la lumbre.

Pero en esto hablamos de escribir por amor. Luego hay otra cosa, diferente, que es escribir sobre el amor. Esto también es imprescindible. Para explicarlo, recurro a otra cita. Esa en la que Fernando Beltrán dice que “solo el que ama está solo”. Amar nos pone frente a la vulnerabilidad: frente al desamparo. Y para entenderlo y entendernos, es salvífica la compañía de quienes escriben sobre amor. Necesitamos esos libros que ayudan a desentrañar lo vivido y nos llevan de la mano en la tarea de entenderlo – y entendernos – con lucidez y calma. Yo estoy agradecida por haberme encontrado con la Rayuela de Cortázar, con La Pasión de Jeanette Winterson, con Hierba Mora de Teresa Moure, con El libro de los placeres de Clarice Lispector, con Un hombre enamorado de Karl Ove Knausgaard… A ellos vuelvo siempre, cuando amando una está sola.

Esto de escribir sobre el amor, Ana lo hizo en otros libros, y lo hace en este. Lo hizo cuando nos dijo que de una casa sin alegría hay que salir corriendo, o cuando le protestó al capitalismo todo el tiempo que nos roba para estar con quienes amamos. Lo hace también en este, aunque poco, cuando se fija por ejemplo en cómo las palabras subrayadas en los libros ajenos nos ayudan a saber cómo llegamos a encontrarnos, o cuando anuncia sorprendida que querer no servirá para comprender el amor, o cuando reflexiona sobre como lo que no se dice tiene a menudo más peso que lo que sí. O cuando encuentra esa formulación que me fascina: “La pasión por un paisaje / sin deseo de casa con balcones”.

Tenemos el desde y el sobre, y sin embargo sigue sin ser de esto de lo que estamos hablando aquí, en De regreso a nosotros. Porque de lo que estamos hablando aquí es, pura y llanamente, de poemas de amor. La pura voluntad de que la escritura celebre la alegría, celebre la vida.

Escribe el poeta marroquí Abdellatif Laâbi: “¿Sabéis cuál es / la última de mis herejías? / No me vais a creer / pero canto / al amor feliz”. Es una herejía porque no es fácil, escribir sobre amor. Una herejía porque, como diría Bertolt Brecht, en tiempos tan oscuros como estos, poblados de tanta miseria, escribir sobre árboles – o sobre amor – parece a menudo un lujo que no podemos permitirnos. Una herejía porque en los tiempos del cuestionamiento del amor romántico, escribir sobre la alegría de quererse supone – y más siendo mujer – un equilibrismo casi imposible para no reproducir las cadenas. Pero una herejía, sobre todo, porque es terriblemente difícil escribir buenos poemas de amor. Como dice, precisamente, Jeanette Winterson, todo en ese territorio es un cliché, o corre un grave riesgo de serlo.

Y, sin embargo, las palabras de amor son el aleph perfecto de lo que supone la poesía. El canto puro, la intención sin finalidad, el ensimismamiento que sin embargo tiene bien presente la otredad. La necesidad de encontrar la palabra más precisa, porque se trata de lo que más nos importa. Nos gustan tanto los poemas de amor porque se acercan a lo inefable, porque dicen lo que más deseamos decir, y que casi siempre decimos tan mal.

Escribe May Sarton: “el amor sobrevivirá / si puedo dejarte ir”.
Escribe José María Gómez Valero: “ella no debería morir nunca / ni tampoco sufrir ningún daño”.
Escribe Martha Asunción Alonso: “no sé cómo lo hicimos / pero encontré tu mano”.

Algunas veces, yo quise decir estas cosas, y no supe. Las dije mal, fui torpe, fui inexacta.
Pero las encontré en lo que escribieron ellos, y guardé en la cajita más preciada de la memoria esos versos, para repetirlos como oraciones cuando mis palabras no me bastan o no aciertan. Esos, y muchos otros, entre los que están ya también esos en los que Ana dice: “cómo es posible que me encuentres / cuando soy descampado o ruina”. Esos en los que dice: “te vi y no sentí ninguna esperanza sino casa”. En los que dice: “Aquí ya no hay batallas que ganar / (…) Yo elijo la paz, este campo abierto”.

Guardo también incluso, divertida, estos otros: “¿Por qué te casas?, te pregunté, y dijiste / para que lo sepa todo el mundo”.

Para que lo sepa todo el mundo, hay quien se casa y hay quien escribe poemas.

Para que todo el mundo lo sepa: para que todo el mundo sepa de la luz.

Porque, antes de dejaros ya con este libro hermoso, solo me queda por hacer una confesión:

Yo, como todos, empecé a escribir por desamor.
Procuro escribir siempre desde el amor.
Escribo a menudo sobre el amor.

Pero de pocas cosas tengo más orgullo que de las pocas ocasiones en las que creo haber escrito un buen poema de amor. Poemas que quieren albergar la luz del recuerdo de algo que, si fue posible, nos habla de un mundo que vale la pena vivir.
Para que todo el mundo lo sepa.

2 thoughts to “PARA QUE TODO EL MUNDO LO SEPA”

  1. Hola Laura, el final de tu entrada es mi comienzo, mi reflexión, se escribe por desamor, sin duda..el desamor creo que es mucho más interesante, mucho más profundo que el amor…
    Hoy, casualidades de la vida, alguien puso en emis manos tú libro Los idiomas comunes, y ahora te encuentro mientras caminaba por aquí..leeré tu libro desde la distancia…
    Gracias, buena tarde, aquí me quedo, besos longevos..

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