Caminábamos hacia el hotel, a eso de la una de la madrugada. Había sido una noche preciosa después de un día agotador. Una facultad a rebosar en Tenerife, una plaza desbordada en Gran Canaria. Es hermoso en las portadas, pero al día siguiente tenemos agujetas. En el restaurante el equipo de campaña se reunía con los candidatos y los equipos locales. Una parte del equipo técnico tuvimos un golpe de suerte. No cupimos en la mesa preparada para la cena. Nos improvisaron un huequito afuera, mirando al mar. Cenamos despacio, como para estirar el momento.
Caminábamos hacia el hotel, decía, a eso de la una de la madrugada, después de ese día, y de esa noche. Y de repente se me vino un recuerdo muy muy nítido a la mente.
Al pasar por una esquina amplia que da a la playa de las Canteras, recordé un momento de hace tres años prácticamente exactos, cuando mi amigo Txema -al que entonces acababa de conocer y que me estaba enseñando su ciudad con una hospitalidad que no he olvidado- me explicó, señalando a la orilla: “Mira, es que aquí las cosas son de otra manera. En esta ciudad se vive así. La gente está tranquila, disfruta de la vida, es otro ritmo”.
Recuerdo que cuando asentí a aquello entonces, lo hacía desde el reconocimiento empático a quienes viven con los mismos valores y conquistas que una misma. Yo estaba pasando diez días en Canarias con un trabajo precioso. Viajaba de isla en isla participando en el Festival del Libro Africano. Tenía un empleo cotidiano tan relajado que había podido pedirme sin problema una semana y media para ir a hacer esto. Hablaba durante todo el día de literatura, me encontraba con escritores de países distintos, en los aviones leía los hallazgos que me había llevado de los stands. Y esto no era, además, fruto de un momento extraordinario: al volver a casa, mi mundo era igual. Un mundo de libros, y de encuentros con tiempo, y de una sensación de vivir como es hermoso vivir, y de gente que también era así y también vivía de ese mismo modo.
Ayer, pasar por el mismo lugar y recordar ese momento fue una especie de golpe extraño. Ahora asiento a aquello no desde el reconocimiento, sino más bien como al deseo de recuperar un mundo que se ha perdido. Ya sabéis que ahora mis días pasan corriendo, llenos de teléfonos y de empellones.
“No me malinterpreten: no estoy quejándome”, como canta Drexler.
Pero sí que me sorprendo cuando las ciudades me traen (pasa a menudo) un recuerdo como un golpe de viento que me pone en las manos un momento del pasado que me recuerda cómo era mi vida hace un par de años.
Verdaderamente, todo esto es un extraordinario giro de guion.
Pero, como todo buen giro de guion, incorpora a la trama clicks que aportan sentido. Por ejemplo, que en aquel salón del libro africano conocí a mucha gente estupenda… y resulta que a mucha de ella me la encontré ayer de nuevo, en la trastienda del mitin de Las Palmas. La responsable de prensa de Canarias, Laura, por ejemplo, es una de las personas con la que había trabajado en aquel viaje. Y era bajo su ventana bajo la que Txema se había parado para señalar la playa y decirme que allí se vivía diferente.
Ese trenzado de la madeja, ese juego de reencuentros, nos dicen en su extraño idioma que no es tan raro que mi vida haya cambiado radicalmente. Que o que ha cambiado es el mundo en el que vivo, y visto así, lo raro sería permanecer incambiada yo.
Ayer, en el fragor de la campaña, no tuve tiempo para preguntarle a Laura si seguía viviendo allí, y cómo se sentía al ver ahora pasar bajo su ventana el ritmo tranquilo al que ahora no asentimos con reconocimiento sino con deseo.
Pero cuando pasé por debajo de su ventana la reconocí, y el recuerdo, aunque golpeó, no fue triste. Tenía sentido. Decía que este es un paréntesis necesario en el que estamos todos.
Durante mucho tiempo llevé como fondo de pantalla del móvil una foto que había tomado allí, en la playa de las Canteras. Era un recuerdo que me traía alegría y calma.
Hoy he buscado esa foto en los archivos, y me la he vuelto a poner.
Ya que miro el móvil todo el tiempo, que por lo menos allí me espere el aire de una tarde bonita en la que seguí paseando sola y tranquila, pensando poemas, descubriendo una ciudad, viviendo de aquel modo hermoso en que vivían allí. Como vivía yo entonces: como volveré a vivir en cuanto hayamos resuelto todo esto 😉
Ay, duende, que me temo que siempre habrá ‘mucho esto’ que resolver
Jajaja, déjanos al menos tres días más esa ilusión de “después del día 20 haré tal y cual cosa”…