ELECCIONES GENERALES. DÍA 1 DE CAMPAÑA (ZAMORA – CÁDIZ) – De vuelta en la carretera: ritos de inicio

Arrancamos. Estamos de vuelta en la carretera, y esta vez es literal. Es el autobús de la fotografía el que nos va a ir llevando por las etapas de un mapa en el que por ahora todas las señalizaciones preguntan: “¿qué pasará?”

Como también sería literal si además de “carretera” dijésemos “manta”. Las campañas empiezan con una estampa a la que, en realidad, yo nunca había prestado atención ni importancia: esa de los candidatos pegando el primer cartel electoral cuando tocan las doce de la noche, en un pistoletazo de salida atiborrado de cámaras para el paseo que durante las siguientes horas llevará a su gente a cubrir los muros de la ciudad con sus colores. En las campañas de entretiempo, la idea coge tintes de verbena. Pero en este año raro, en el que los mitines se pisan con las cenas de Navidad, la extraña comitiva con la que recorríamos las calles del pueblo de Villaralbo, Zamora, con los carteles en la mano y echando vaho al respirar, se parecía más a una cabalgata de Reyes.

A lo mejor por eso entendí, por primera vez, el sentido ritual de la pegada de carteles. 

Esta mañana, todas las ciudades aparecen cubiertas de mensajes. Rostros, lemas. Unos colores, una actitud.
El paisaje cambia y se marca el inicio de un tiempo de excepción.
El ritual exige que todo lo que vemos esta mañana sea sorpresa. Hay algo de la misma ilusión con la que se envuelven regalos. Un extraño teatro, una puesta en escena, para decir, como siempre dice el teatro: “ojo, que esto importa”.

Así se pegan los carteles: pensando en la mirada de quienes pasean al día siguiente. Los madrugadores que los verán sin estrenar.

Ritos de inicio: corriendo hacia el bus de caravana, se hacen las llamadas esenciales. Se intercambian buenos deseos, como antes de un viaje, como si en estos días no fueran a existir los whatsapp.
Se compran packs de bragas y formatos-avión de todos los cosméticos. Se piensa el clima de cada parada con una previsión que ignora que, al final, casi todos los días te vas a acabar poniendo el mismo jersey.
Se pinta con cuidadosos rotuladores un calendario. Paradas, trayectos. Qué escasos días dormiremos en casa. Se miran con incredulidad y creciente agobio todos esos trayectos marcados por flechas que no se sabe como se va a lograr hacer. Se intuye que muy pronto diremos “hay que ver, qué rápido ha pasado…”
Se intenta dejar al día el correo y bien ordenadas en una lista las tareas más urgentes.
Se toma aire. Se pincha una canción-amuleto.
Se dan los besos necesarios. Se cierra la puerta.

A veces creo que no lo entiendo del todo, cuando pienso que ya estamos aquí, en este momento. Sé que todo lo que venimos haciendo nos trae a este lugar, pero da vértigo cuando se piensa que cuando hayamos tachado todos los hitos de la lista que ahora lleva el nombre de nuestro estrés, nada será igual. Cuando pase el 20D, y sea como sea, hay algo que ya no volveremos a vivir de nuevo: no así, no de esta manera.

Nunca he sido deportista, pero quién no entiende la emoción del sprint.

Arrancamos. Con los ojos puestos en la meta, el cuerpo en tensión y la sonrisa a punto.