Arrancamos. Estamos de vuelta en la carretera, y esta vez es literal. Es el autobús de la fotografía el que nos va a ir llevando por las etapas de un mapa en el que por ahora todas las señalizaciones preguntan: “¿qué pasará?”
Como también sería literal si además de “carretera” dijésemos “manta”. Las campañas empiezan con una estampa a la que, en realidad, yo nunca había prestado atención ni importancia: esa de los candidatos pegando el primer cartel electoral cuando tocan las doce de la noche, en un pistoletazo de salida atiborrado de cámaras para el paseo que durante las siguientes horas llevará a su gente a cubrir los muros de la ciudad con sus colores. En las campañas de entretiempo, la idea coge tintes de verbena. Pero en este año raro, en el que los mitines se pisan con las cenas de Navidad, la extraña comitiva con la que recorríamos las calles del pueblo de Villaralbo, Zamora, con los carteles en la mano y echando vaho al respirar, se parecía más a una cabalgata de Reyes.
A lo mejor por eso entendí, por primera vez, el sentido ritual de la pegada de carteles.
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