La Acrópolis brilla con ese color naranja que solo se ve en las piedras antiguas que se miran de lejos en la noche. No me imaginaba Atenas así: tan larga y desparramada entre colinas, tan parecida a las ciudades mediterráneas que más me seducen. No sé cómo me la imaginaba, en realidad: me doy cuenta de que hasta este momento Grecia en mi mente era apenas una idea abstracta hecha de historia antigua y titulares contemporáneos. Me apoyo en la barandilla de la azotea. Estoy intentando recuperar un ritmo normal de respiración. Es literal. Las cosas van tan rápido algunos días que se siente físicamente, en el cuerpo, en una especie de vértigo, no del todo desagradable pero sí algo desasosegante. La primera noche en una ciudad desconocida siempre me ha parecido mágica. Dejo que la mirada descanse sobre esas calles que no me va a dar tiempo a conocer, siguiéndolas hacia arriba hasta el viejo templo. Enciendo un cigarro y me permito el tópico de imaginar a esos filósofos que andaban por allí hace más de veinte siglos, preocupados por cosas no tan distintas a las nuestras al fin y al cabo. No tengo mal antídoto esta noche para la sensación de acelere.
Hace apenas unas horas estábamos en medio de la plaza Syntagma, donde dieciochomil personas abrían las orejas a lo que les contaba, en su mitin de cierre de campaña, Alexis Tsipras, el hombre al que algunos consideran el más valiente, y otros el más cobarde. Después de verle ayer de cerca, si yo tuviera que ponerle un epíteto al modo de los antiguos, le llamaría “Alexis, el de los ojos honestos”. Es una experiencia ver un mitin en el que no entiendes nada de nada y sin embargo entender. Entender algo, un aire, una intención. Un gesto de abrir los brazos que parece decir “aquí estoy, no me escondo”. Un aplomo y calma al caminar por la escena que parece decir: “gracias por haber venido”. Un modo de alzar la cabeza y sonreír a medias que me hace entender: “he ido hasta el final, hasta donde habitan los dragones, perdonadme por traeros la mala noticia de que la realidad es así”. Bella ciao, bella ciao: suenan canciones y ondean banderas rojas, amarillas, verdes, multicolores, recordando ese puzzzle interno que conforma Syriza y que está siendo a la vez su sustento y su encrucijada. Tengo la sensación de que Alexis, el de los ojos honestos, está hablando con verdad, aunque no entienda lo que dice. Dieciochomil personas mantienen un silencio impresionante para estar ante un tipo que, en realidad, tampoco es tan buen orador. Read More