(Reseña publicada en el número de noviembre del periódico La Marea y online aquí).
Se esconde la vejez, la enfermedad, la muerte. Se esconde lo que sale mal, lo que es incompleto. Todo el tiempo se nos muestran imágenes ideales de casi todo. “Dentro de la lógica de nuestra humanidad, nos creemos la mentira y nadie aguanta la verdad”, cantan los puertorriqueños Calle 13. Frente a eso, verdad es lo que quiere dar PornoBurka, primera novela de Brigitte Vasallo (1973). Y la verdad es sucia, confusa, y no se atiene a lo previsto.
Ciudad de Barcelona, barrio del Raval. Un tiempo —este tiempo— en el que “todo ha cambiado: la vida de verdad ya no habita aquí. Desapareció el día en que alguien creyó que una ciudad es un espacio y no una forma de vida, que a un barrio lo definen las calles y no las relaciones”. La trepidante, delirante, historia que sirve de eje a PornoBurka se enmarca en el espacio necesariamente desajustado que resulta de un plan urbanístico que, en nombre de la normalización y el progreso, no acabó con la miseria, sino que la escondió bajo nuevas y relucientes alfombras. “Ahora el Chino se llama Raval y es un parque temático”.
Si “autenticidad” se convierte en un reclamo turístico, todo el mundo se hace una máscara a medida. Los personajes de esta novela son seres que vagan obsesionados por afirmar su identidad en un mundo en que la diferencia se acepta, sí, pero la indefinición, nunca. Polisexuales, exiliados, artistas, militantes… Cada quien cultiva a su modo una definición que le mantenga a flote en “el sueño de ser distinto” (como apunta en el prólogo el escritor Juan Goytisolo).
Pero así no hay quien viva: “Cada vez que Pack y ©Jor-dee salen juntos, ya sea a comprar o a tomar un café, Paco y Jordi tienen una bronca descomunal”. PornoBurka nos recuerda cómo la “alternativa” puede convertirse en otro rostro de la norma; como la asunción de lo diferente puede ser un modo de neutralizarlo, una forma de domesticar la vida bajo lemas y doctrinas.
Brigitte Vasallo indaga en la máscara porque la máscara “te permite, de tanto mentir, acabar diciendo la verdad”. Una verdad que, como señala en el epílogo la filósofa Marina Garcés, “no es la verdad de uno contra el error de los demás, sino la verdad contra la hipocresía y la impostura”. La verdad que ocurre cuando dejamos de protegernos de ella. Y Brigitte nos conduce a esa bajada de armas con un recurso infalible: la carcajada. PornoBurka nos hace reírnos de todo, en una batalla abierta contra la “corrección política”. Pero esto no implica ninguna burla. Más bien nos recuerda que los eufemismos no encierran respeto, sino ganas de descargarse de la responsabilidad de pensar.
Dentro de su trama de enredos, PornoBurka alumbra lo complejo y diverso de las vidas posibles sobre todo a través de búsquedas que tienen que ver con la sexualidad. La novela está poblada de gente deseando a otra gente, follando a otra gente. La autora, que en su faceta de teórica reflexiona a menudo sobre las relaciones afectivas, se fija también en PornoBurka en la variedad, imperfección y torpeza de los cuerpos y de los vínculos. Pero asimismo en su centralidad, en su radical, innegable importancia en nuestras vidas. Al fin y al cabo, el sexo y el amor son dos de los territorios en los que más incide la idealización de las imágenes que nos configuran en el mundo. Y, quizá por eso, de algún modo esta novela parece querer decirnos que, pese a ello, podremos escondernos de la verdad en casi todo, pero no en el abrazo.
Cuando se mira la ciudad sin las gafas de la impostura, se ve la vida. La vida con lo que duele, la vida confusa y titubeante y a menudo fea. Aquí, en este libro, se nos muestra una ciudad hecha de cuerpos. Una ciudad hecha de dudas. Una ciudad hecha de vínculos. Una ciudad que no responde a su imagen oficial. Una ciudad que aguanta la verdad, aunque la verdad manche.