La ciudad que no se ve en las noticias

(Reseña publicada en el número de octubre del periódico La Marea y online aquí).

Los periódicos y telediarios vuelven a veces asépticas a las palabras, las vacían de sus significados más ciertos. Tan acostumbrados a oír pronunciar guerra, admitimos que guerra significa “juego de poder”, pero olvidamos que también puede significar “todos los amigos de Yúsuf ya están muertos”. Acostumbrados a la palabra bombardeo, pensamos que significa “ultimátum”, y casi no recordamos que signifique “la pequeña Maha se esconde en un sótano y llora”. En la última década nos hemos acostumbrado a escuchar Bagdad, Iraq. Y hemos creído que significan “petróleo”, “terrorismo”, “embargo”. Fragmentos de Bagdad, de Sinan Antoon (Bagdad, 1967), es un antídoto que devuelve a estos nombres su verdadero significado: el de las personas que lo habitan, el de la vida que se desarrolla allí.

Esta novela breve, poética, sensorial, ofrece un fresco de la capital iraquí a través de dos personajes que encarnan dos momentos. Maha es una joven que no ha vivido otra situación que la guerra, que lamenta “no tener tiempos felices que añorar”. Su tío Yusuf, un anciano al que ella reprocha que “vive en el pasado”, pero que puede, sin embargo, decir: “Viví tiempos de bonanza, aún los recuerdo, y sé que existieron de verdad”. Ambos miran fotografías. Él, las que cuelgan en el pasillo de su casa como testimonios de un mundo perdido, en el que parecía que una vida tranquila sería posible. Ella, las que aparecen en su hilo de Facebook: retratos de ultramar de una generación marcada por el exilio. Entre los álbumes de Yúsuf y los de Maha se abre un paréntesis de medio siglo que deja entrever algunas claves de la metamorfosis de un país en su fantasma: dos guerras, la ocupación y sus secuelas, el nacimiento del fundamentalismo, la destrucción de la cultura, el borrado de la memoria.

La novela (cuyo título original es Ya Mariam, –Ave María, en castellano–) se enmarca en el entorno de los cristianos iraquíes, una comunidad a punto de desaparecer a causa de la radicalización religiosa. ”Siempre ha habido sunna, chía, cristianismo e islam. Lo que no había era muerte, cadáveres tirados por el suelo, milicias, atentados”, apunta un personaje, recordando que, pese a las habituales interpretaciones simplificadoras, en este y otros conflictos de la región el etiquetado sectario no es la clave: que el verdadero enfrentamiento es el que media entre la gente que trata de vivir su vida y quienes, movidos por intereses, manejan desde lo alto los hilos que la van a definir.

Antoon (que reside en EEUU desde 1991) es, además de novelista, poeta, traductor y director de cine, co-director de Jadaliyya, un medio sobre la actualidad de Oriente Medio. La precisa y delicada traducción de esta novela es mérito de María Luz Comendador. La edita Turner Kitab, una colección nacida hace un año con el valiente empeño de acercar a los lectores hispanohablantes algunas de las obras más representativas de la literatura árabe contemporánea.

Cruda en su realismo, Fragmentos de Bagdad juega, no obstante, con la ternura, con la ironía, con la poesía. A la barbarie de los dogmatismos se oponen el sentido común, la ilusión y la risa; frente a la violencia y los poderes corruptos brillan las cotidianidades amables y los mágicos encuentros que permiten que la vida siga su curso. En estos días en los que Iraq vuelve a estar de actualidad, libros como este abren una necesaria ventana por la que asomarse a una realidad de la que pocas veces conocemos más que estereotipos y titulares, y recordar lo humano. Quien lea esta historia ya no podrá, cuando escuche decir Bagdad, creerse que sólo significa “enfrentamiento sectario”, “fundamentalismo”, “interés geoestratégico”. Sabrá, al oír Bagdad, que también significa, como todos los nombres de ciudad, sagas familiares, amores y proyectos, universidades, mercados, cafés. Y, desde ahí, la indiferencia deja de ser posible.

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