(Reseña publicada en el número de septiembre del periódico La Marea y online aquí).
Nuestro idioma es nuestro mundo. Las palabras con las que contamos definen los límites de lo posible, qué somos capaces de ver. En ese sentido, compartir una lengua es compartir un universo. Sin embargo, es cierto que “hablar una misma lengua no significa compartir los referentes que justifican una tradición única”, como apunta Benito del Pliego en el prólogo de Extracomunitarios: Nueve poetas latinoamericanos en España.
Los autores recogidos en esta antología comparten un punto de partida: son poetas latinoamericanos que emigraron a España. Contra toda imagen preconcebida, sus trayectorias de vida y escritura son diversas. Pero tienen otro aspecto en común (entre sí y con muchos otros artistas desplazados): el de ser voces que no se oyen a menudo. “Como si no ser de aquí significara ser de otra parte” (José Viñals; Argentina, 1930), su obra no encuentra eco ni en el ámbito literario de sus países de origen, ni en el de acogida.
Libros como éste combaten ese silenciamiento y desarraigo que acomete la tarea desde la teoría y desde el ejemplo. Los poetas que recoge rodean en sus metáforas palabras como extranjería, identidad, exilio, viaje. “Andando ando hago país donde habito”, sugiere un verso de Yulino Dávila (Perú, 1952). En sus ojos, las ciudades, la historia, los modos de vivir que conocemos, se ven de otra manera: “En esta ciudad mía, me digo, debe haber / amplias avenidas luminosas que no he visto” (Mario Campaña; Ecuador, 1959). Y la propia lengua se ve distinta: “Meto la mano al fondo del idioma / y no encuentro más que una pelusa / densa y asquerosa / que no se ha barrido / en siglos”, escribe Julio Espinosa (Chile, 1974), a quien parece contestar Isel Rivero (Cuba, 1941): “Te digo que existen otros lenguajes”.
Extracomunitarios no es una antología con vocación de exhaustividad, no pretende agotar el panorama de la poesía latinoamericana en España. Sí es una apuesta: la de una lectura de la historia literaria en clave no nacional, una lectura “ajena a la intención de glorificar una tradición”, que cuestiona lo que normalmente se muestra como homogéneo. “Porque nosotros eurocomunitarios un cazzo. /Aparcados en la frontera. / Olvidados. / Ajenados” (Ana Becciú; Argentina, 1948). La apuesta por escuchar otras voces.
Situarse en esta mirada obligaría también a recordar que no sólo compartimos nuestra lengua con los países latinoamericanos. Una genealogía de extracomunitarios podría incluir también a autores como los que escriben en castellano desde el norte de Marruecos, a cuyo trabajo se puede realizar un acercamiento a través del estudio reciente de Cristián Ricci ¡Hay moros en la costa! Literatura marroquí fronteriza en castellano y catalán (Vervuert, 2014). O a la Generación de la Amistad, un grupo de poetas saharauis exiliados que emplea también el español como lengua de expresión (su último libro colectivo publicado es La primavera saharaui [Bubok, 2013]). En Internet, la Biblioteca Africana recoge obras de estos y otros autores, por ejemplo algunos procedentes de Guinea Ecuatorial. “Ya no nos parecemos / a ninguno de los que desaparecieron”, como recuerda Magdalena Chocano (Lima, 1957), pero en estas voces laten los rastros de una historia a menudo oscurecida, las reflexiones pendientes acerca de la colonización española de diversos territorios y sus cuentas irresueltas.
Hacerse consciente de las diversas realidades que habitan una misma lengua nos pone a todos en idéntica situación de extranjería, de cuestionamiento. Estos autores son “creadores incómodos para la lógica ordenadora”, que muestran lo ficcional de una idea homogénea y monolítica de la tradición, de la nación o de la historia. “Asista a la fiesta de los poemas rotos / (…) absténganse bocas cerradas”, escribe Mario Merlino (Argentina, 1948). Con su poesía, estas voces extracomunitarias abren las fronteras de nuestro idioma: las fronteras de nuestro mundo.