(Artículo publicado el día 21 de febrero de 2013 en el portal de información sobre la vida árabe AISH, en su sección de Artes y culturas).
Viajes de Ali Bey por África y Asia
Edición y crítica completa y con ilustraciones.
Traducción y edición a cargo de Roger Mimó.
Editorial Almed, 2012.
888 páginas, 3 tomos.
En el verano de 1803, Domingo Badía y Leblich coge sus baúles y sus lápices y cruza en un barco el Estrecho para llegar a Tánger. Se trata de un barcelonés afincado en Andalucía, afín a las ideas ilustradas que, tras muchos años de preparación y estudio, emprende así una aventura que entre 1803 y 1807 le llevará a recorrer Marruecos, Trípoli, Chipre, Egipto, Arabia, Siria y Turquía. El viaje tenía en principio un interés científico: estudiar in situ las peculiaridades de esas regiones en campos como la geografía, la geología, la etnología o la historia del arte. Sin embargo, el objetivo del viaje se transforma cuando consigue el apoyo económico de la corte que, a cambio de financiar la expedición, lo obliga a asumir un componente político y económico. Según sus notas, el periplo pasa a ser «un viaje que a la vista del extranjero pase solamente por científico, mas cuyo efecto principal sería inquirir los medios de extender nuestro comercio en las escalas de Levante (…) con entera independencia de las demás potencias de Europa». Para ocultar sus intenciones de espionaje y al mismo tiempo facilitar sus investigaciones científicas, Badía se hace pasar por Ali Bey, un príncipe abasí en el exilio. Pero más allá de la intención práctica del disfraz, la de Ali Bey va a convertirse para él en una segunda identidad: su personalidad en una aventura en la que no faltará amistad, amor e implicación política; y su heterónimo en la escritura de un exhaustivo diario que es al mismo tiempo un atlas de la región, un manual antropológico, una crónica política, un registro de investigaciones y vivencias…
En el invierno de 2003, Roger Mimó coge sus maletas y su portátil y cruza por tierra la frontera con Túnez para seguir, paso por paso, el viaje de Ali Bey. Mimó, catalán afincado en Marruecos y converso al islam, es autor de otros libros y guías de viajes, y también de estudios sobre tradiciones como la arquitectura en tierra; regenta asimismo un hotel en la casba de Tinghir, en el sur de Marruecos. En un trabajo de investigación de casi siete años, emprendió la aventura de reconocer los lugares descritos por Badía, identificar con precisión su itinerario y reconstruir la verdadera historia del personaje.
Como resultado de este empeño, los trayectos de los dos viajeros confluyen ahora en una nueva edición de los Viajes de Alí Bey por África y Asia, que recoge por primera vez una traducción al castellano del libro completo (publicado en francés en 1814).
Una de las motivaciones de Roger Mimó para realizar este trabajo de actualización del legado de Ali Bey es –según explicó a AISH en una entrevista realizada con motivo de la presentación del libro en la Casa Árabe de Madrid– «desmontar los tópicos» que a lo largo de estos dos siglos se han ido tramando en torno a la figura del viajero. Según él, la visión romántica de su aventura, el excesivo peso otorgado a la dimensión política y conspiratoria o cierta fama de haber falseado el relato en aras de sus intereses han distorsionado su imagen y han hecho olvidar a menudo lo que es central un su obra: un trabajo cientifico y de divulgación que le convierte en una de las primeras voces en acercar a España la realidad del otro lado del Mediterráneo.
Cuando esos tópicos se apartan, señala Mimó, se observa que Ali Bey «era ante todo un gran científico, el arquetipo del hombre ilustrado, apasionado por la ciencia, por la cultura, por mejorar el mundo basándose en el conocimiento y dar a los pueblos medios de desarrollarse y hacerse capaces mediante su inteligencia de tener un gobierno mejor». Empleado desde muy joven de la corte de Carlos IV y cercano al valido Godoy, Badía estaba sin embargo influido por las ideas de progreso y modernidad de la Revolución Francesa, que no eran vistas con buenos ojos por un poder en eque todavía pesaba más la concepción absolutista de la monarquía. «Tenía unos ideales en los que creía profundamente, e intentó aplicarlos en España como también en Marruecos: gran parte de su vida se la pasó intentando concienciar a la gente, quitarles el fanatismo y hacerles comprender que necesitaban una constitución, unas leyes que les protegieran». A su regreso España estaba ya invadida por el ejército de Napoleón, con cuyo proyecto simpatizaba, y Domingo Badía se puso entonces al servicio de José I. Cuando la situación volvió a cambiar a favor de los Borbones, tuvo que exiliarse en Francia, donde siguió trabajando para el Gobierno. Allí publicó su libro de viajes, escrito en francés.
Domingo Badía había comenzado a transformarse en el príncipe sirio Ali Bey años antes del comienzo de su viaje. Afincado en Granada primero y luego en Córdoba, su interés por el mundo musulmán nació del contacto con el ambiente morisco que pervivía en la zona. Aprendió árabe por su cuenta, se circuncidó, se formó en las costumbres y tradiciones islámicas y empezó a pergeñar la idea de un viaje por África que, movido por el afán de conocimiento y divulgación, habría de llegar hasta las fuentes del Nilo y la mítica ciudad de Tombuctú. Pero cuando se lo propuso al valido Godoy para que lo avalara, el ministro vio, más que el interés científico, la idoneidad del catalán para cumplir con una misión de interés nacional: mejorar las relaciones con el sultán de Marruecos, mulay Soleimán, en aras de intereses económicos y estratégicos. La Corte auspició su viaje con esa idea, pero acabó yéndoseles en cierto modo de las manos. Como señala Mimó, el empleado pronto dejo de ser el servidor palacio al que ellos conocían: «Ali Bey no solo era su seudónimo o un disfraz, durante su viaje se sentía realmente un príncipe abasí, y pensaba, sentía y por supuesto escribía como tal. Domingo Badía se había quedado en España». Más allá de su misión como espía o sus intereses políticos o económicos, el viajero tenía un genuino interés por los países que visitaba y llegó por ejemplo a involucrarse en una revuelta contra el propio sultán marroquí. Enterado de sus andanzas, el rey Carlos IV le ordenó regresar a España, aunque Godoy le dio la contraorden de continuar, como cuenta la investigadora Patricia Almárcegui en su estudio Alí Bey y los viajeros europeos a Oriente (Bellaterra, 2007). Finalmente, fue el propio sultán el que lo expulsó del país, al sospechar de sus relaciones con sectores que conspiraban contra él. A partir de ahí, Ali Bey empezó su propio viaje, que lo llevaría a Arabia Saudí tras pasar por Trípoli, Alejandría, El Cairo, Damasco, Jerusalén o Alepo. Aunque el punto de partida de su aventura fuese el viaje oficial y pragmático de un funcionario, quien continuó trayecto hacia la Meca fue el aventurero con ansias de saber que había soñado llegar a las ciudades míticas.
Fiel al espíritu ilustrado, el viaje le sirvió para consignar en su libro pormenorizadas descripciones de todo lo que veía y vivía, incluyendo lugares santos como La Meca o el Templo de Jerusalén, de los que no existía ningún testimonio. En su relato se mezclan descripcions de ciudades, observaciones geográficas y geológicas, apuntes de botánica y zoología y, sobre todo, crónicas de tipos humanos y costumbres. «Fue una aportación muy científica y muy fría: hace unas valoraciones asépticas y al mismo tiempo unas reflexiones muy profundas de la vida en Oriente. Después los orientalistas tendieron más a mitificar ese Oriente, creo que si se hubiese seguido por la vía de Ali Bey no habría habido tanto tópico ni tanta idealización», apunta Mimó.
Repetir este viaje en nuestros días supuso para el editor y traductor dificultades muy distintas a las de entonces: «Volé a Túnez, porque la frontera estaba cerrada, y desde allí yo quería seguir por tierra pero no me dieron el visado para Libia así que tuve que embarcarme otra vez, vía Italia hasta Chipre. Y desde Chipre no había barcos, así que tuve que volar también hasta El Cairo. Luego, para ir hasta la Meca hubiese querido hacerlo como Ali Bey, embarcándome en Suez, y llegando por barco a Jedda, pero no fue posible porque ya no existe este trayecto», relata. Entre la burocracia y la logística, no llegó a completar el recorrido hasta 2010.
En total, siete años de escapadas e investigaciones que cristalizan ahora en este libro, que sin embargo no estaba en el plan inicial. «El proceso es un poco a la inversa de lo que uno se podría imaginar», explica Mimó: «Primero me planteé hacer el viaje de Ali Bey y en el curso del viaje surgió la idea de hacer una nueva edición. Yo lo quería hacer para hacer un libro de viajes mío, en el que yo contara mi viaje, con Ali Bey como leitmotiv, pero luego me di cuenta de que podía hacer algo mucho más interesante, y que hacía falta». No existía hasta el momento ninguna edición en español que recogiese el texto completo y tampoco una tradución actualizada ni un trabajo crítico, así que el proyecto de libro de viaje personal quedó aplazado en favor del de resucitar el legado de Ali Bey.
Respetando el carácter de libro de viajes de la época, en la nueva edición tiene gran peso el componente gráfico: se incluyen, por primera vez, todos los grabados, croquis, planos y mapas del original, algunos de ellos como desplegables para respetar el formato de los atlas ilustrados. «Ali Bey, que tenía una alta concepción de sí mismo, solía decir que solo por la labor cartográfica ya estaba justificado su viaje, y yo creo que hoy podemos decir lo mismo: solo por recuperar esos mapas, vale la pena esta edición», apunta Mimó. Además, en su versión añade una amplia selección de fotos que realizó durante su viaje, cuando lograba identificar con exactitud algún lugar descrito en el texto. Esta contextualización también le ayudó a la hora de traducir: «Esta versión tiene sobre todo la ventaja de que conociendo el terreno, hay cosas que en el original no me quedaron claras hasta que vi el sitio descrito y entonces entendí la descripción que hacía».
Ali Bey murió en agosto de 1818, cerca de Damasco. Exiliado ya de España, viajaba de nuevo a la Meca, esta vez al servicio del Gobierno francés, convertido en esta ocasión en Hayyi Ali Abu Uzman, ‘el peregrino Alí Abú Uzmán’. Su muerte está rodeada de misterios: él mismo pensaba que los ingleses estaban envenenándolo. Sus ideas ilustradas no habían arraigado hasta el punto que él deseaba en ninguno de los países en los que dejó su huella, pero atraviesan los siglos hasta nuestros días para encarnarse de nuevo en el trabajo de Roger Mimó: «Este libro nos permite saber lo que había, eso que hoy ha desparecido pero que existía, y en lo que a veces podemos encontrar explicaciones a cosas que no sabemos por qué son de cierta manera. En este libro encontramos las raíces de realidades que vemos en la actualidad y que podemos, así, entender mejor».