(Columna publicada en el periódico El Comercio el 24/7/12).
Como la literatura, el viaje no es esencialmente una evasión, aunque pueda parecerlo.
Cada año, por estas fechas, centenares de personas preparan centenares de maletas. Elegir el equipaje no es una tarea cualquiera. «Mete muchos libros», se dicen algunos, «y no metas el móvil». Hay quien extiende sobre la cama los vestidos provocadores que se pasan el año arrumbados en el fondo del armario, y quien rescata las bermudas y sandalias que permiten renunciar por unas semanas a la imagen cuidadosamente cultivada durante el invierno.
Pero lo que se prepara, aun sin saberlo, no es una huida: es el hatillo para vivir de veras. Como se vive donde no hay obligaciones ni horarios, como se vive donde se eligen las compañías.
Viajar es la oportunidad que nos damos de que las cosas sean de otra forma. Cuando llegamos a lugares desconocidos, con los ojos abiertos al asombro, encontramos mundos donde se han ideado otras maneras de resolver nuestros mismos problemas. Conocemos a otras personas, que, en sus otros idiomas, nos plantean otras miradas para otros paisajes. Como los viajeros de la Antigüedad cuando llegaban a costas desconocidas y empezaban a dudar de sus propios dioses al ver los que adoraban los extranjeros, estos encuentros nos hacen cuestionarnos lo que dábamos por seguro. Plantearnos que puede haber otras verdades.
Pero más allá -o más acá- de todo eso, quizá la sorpresa que caracteriza al viaje (como al carnaval o a la fiesta) es que instaura un tiempo de excepción, un tiempo otro en el que se vive con reglas diferentes. Y para esto no hacen falta largos vuelos. Es igual de cierto para quien se retira a descansar a la playa o al pueblo de su familia que para quien busca selváticas aventuras o se va de voluntario.
Se diría, entonces, que quizá el corazón del viaje no sean el recorrido ni el destino, sino más bien esas disposiciones de ánimo que lo convierten en un mundo aparte: «no me pondré reloj», «disfrutaré de los niños», «ahora sí que voy a ocuparme de mí misma». Intenciones que a veces no se osaría confesar más que en susurros: «¿Y si voy y me enamoro…?»
Todos los diarios de viaje son hojas de ruta de otras vidas posibles.
Y ocurre también que, en casi todos, puede leerse al menos un apunte que insinúa la intuición y el sueño de que, bien mirado, también al regreso todo podría seguir siendo viaje.
enamorada me dejas,
como siempre que te leo…
busat kbira
precioso LAURA NO LO HABIA LEIDO. GRACIAS POR ESCRIBIR ESTAS COSAS
Extraordinario relato!
Siempre que te leo,hay algo que me hace sentir lo mismo, siempre consigues ponerte en el corazón de los otros. Mi viaje de este verano fué a la aldea perdida ,donde nacieron mis padres y yo pasé grandes temporadas de mi niñez…llevaba miedo…¿ Qué me encontraré , cómo lo pasaré..? Es cierto que dentro de mí,había una intención de ánimo positiva y efectivamente cómo tú dices fué un gran viaje….Gracias.
Gracias por vuestros comentarios… Animan mucho a seguir con los pasos y con las palabras
Abrazos para todos!
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