ARTE Y OFICIO DEL ADUANERO
Nadie es responsable de la clase de poesía que llega a los pueblos sin aduana.
Alguien es responsable de que a los pueblos con aduana no llegue ninguna clase de poesía.
(José Viñals)
El otro día, cuando andaba trasteando con los archivos de TelQuel para enlazaros de lo que piensan y pensamos las unas, las otras y las de más acá, me acordé de una cosa que, hace meses ya, quise contaros y luego se me fue pasando. Aunque uno de los dogmas en los que no creo es ese de que pasado el tiempo las noticias ya no importan, en este caso me parecía un poco tarde para contarla hasta desde ese escepticismo.
Desgraciadamente, ahora tengo una excusa perfecta.
Sí, desgraciadamente: porque la perfecta excusa es que este país que me adopta le ha pegado otro mazazo al pensamiento y la libertad. El pasado viernes, por la noche, cuando ya creíamos que podríamos cerrar la oficina, llegó una triste noticia: Nichane, el hermano en árabe de ese TelQuel del que ya os hablé, se ha visto obligado a mandarlo todo al carajo.
(NOTA: si queréis saber más sobre el cierre de Nichane y su contexto, os recomiendo el propio comunicado de sus responsables, en francés y en inglés aquí, y el artículo al respecto de una compañera que se explica fenomenal, del que me gusta sobre todo que no se esfuerza un pelo en esconder la rabia que le da lo que está contando. Por lo demás, me adelanto ya mismo, con una sonrisa, al amigo que sé que va a decir, leyendo esto: “…algo no muy distinto nos pasó en la democrática España hace nada, que no se nos olvide que aquí también se cierran periódicos“. Porque es cierto que no se nos puede olvidar. Todas las historias de lo mismo son la misma historia. O una parecida, al menos.)
Yo no podía leer esa revista, claro. Mi precario árabe no da más que para cuentos infantiles y canciones de amor subtituladas. Pero sí sigo TelQuel, que comparte temas con ella (aunque hay quien dice que Nichane era, aun en los temas compartidos, más cañera, más popular, más de charla de café, por no estar dirigida a la élite francófona sino, escrita mitad en dialectal mitad en árabe culto, a descontentos de toda clase). Su llegada a los kioscos (que son, aquí, mantas de novedades en el suelo de las calles grandes) cada viernes congregaba a los paseantes con titulares llamativos y provocadoras fotos. No sé cuánta gente la compraría, pero desde luego el corrillo de observadores era amplio, y me gusta pensar que la gente se iba a casa discutiendo medio a escondidas sus temas candentes.
El caso es que se la han cargado. Aunque no pudiera leerla, lo que si puedo es imaginarme el sentimiento que tendrán ahora mismo sus quince redactores. Me imagino qué fin de semana estarán pasando esos que en cada artículo que han escrito en los últimos años se jugaban la libertad. Me imagino que andará oscilando su humor entre “a ver qué inventamos ahora” y “a la mierda todo, me voy a dedicar a otra cosa, porque total pa qué”. Las ganas de llorar y las ganas de romper cosas.
Así que tengo, sí, la excusa perfecta para recuperar aquello. Como un homenaje, como un modo de compañía.
La historia que os quiero contar empieza con un flashback. Resulta que cuando dije que, de todos los destinos que podía elegir para el segundo año de mi primera aventura periodística, elegía el-por-lo-visto-cercano-pobre-y-soso Marruecos, en vez de glamourosos Parises y Newyorkes, futuribles Asias o incluso más lógicos Buenosaires o Méjicos, uno de los argumentos que más escuché entre quienes trataban de hacerme cambiar de idea era el de “pero qué vas a aprender ahí de periodismo”.
“Bueno, sí, claro, aprenderás el idioma y será una experiencia de vida, pero de periodismo qué vas a aprender en Marruecos. Si quieres aprender de periodismo vete a Washington, vete a Londres. Bueno, sí, claro, algo aprenderás de los otros corresponsales extranjeros, pero de allí, de lo que es el país, qué vas a aprender”.
Y una mierda, pensé entonces. De “y una mierda” va esto, ya en la recta final de mi estancia aquí.
Es cierto que no se caracteriza Marruecos precisamente por su periodismo brillante. Es cierto que casi todos los días, leer la prensa en prospección de materia prima para el propio curro es un soporífero ejercicio de disciplina, que las más de las veces acaba sin pena ni gloria. Y que a los que no se resignan… pues ya veis.
Pero en el páramo, flores. Resulta que en este país he recibido una de las mayores lecciones de periodismo de las que tengo recuerdo. (Y de paso también de literatura, como si por una vez no estuvieran tan lejos). Esa era la historia que nunca os conté en verano, que recordé trasteando en los archivos del TelQuel, que recupero con la triste excusa.
Fue en el número especial julio-septiembre de ambas revistas, TelQuel y Nichane. Con motivo de la Fiesta del Trono (una movida bastante espectacular que celebra el aniversario de la coronación del rey con cosas tales como eternos besamanos retransmitidos por televisión, juegos florales de aviones de guerra sobre el Estrecho o condecoraciones de órdenes caballerescas), se ve que la revista quería hacer, como es tradición, un pequeño balance. Pero ocurría que el año anterior ya la habían liado parda: habían hecho, pues eso, un balance, y lo habían hecho con honestidad. Resultado: censura, multa, números confiscados de los kioskos y quemados, amonestación. No podemos saber qué contaban para tanto enfado.
El caso es que no podían repetir la aventura. Y entonces, tuvieron una gran idea.
Las portadas del número especial, este año decían: “Mohamed VI: 20 años de reinado”.
El tema es que sólo lleva once.
Un subtítulo explicaba: “política ficción”.
Claro que es un género clásico, claro. Claro que lo hemos visto mil veces, aquí mismo tengo sobre la mesa un especial de Le Monde Diplomatique sobre las utopías (que aprovecho para recomendar). Nada nuevo bajo el sol. Pero, no sé vosotros, yo siempre había leído cosas de este tipo como documento histórico, como novela (cuando no como boutade o como columna de domingo o como ejercicio de estilo: con todo el respeto para los grandes del género). Pero nunca lo había leído como herida abierta, como periodismo, como conversación en las plazas, como artimaña ingeniosa para salvar la palabra de hoy. Nunca lo había leído como verdad del momento, como broma triunfante. Nunca lo había leído, como esta vez, poniéndoseme la piel de gallina, quitándome el sombrero.
Se explicaban así, al principio del editorial:
Hace tiempo, queridos lectores, que habéis comprendido el principio: vacaciones de agosto + fiesta del trono = TelQuel “especial monarquía”. Pero este año, hemos querido renovar el género. De ahí este dossier titulado “Mohamed VI, 20 años de reinado”. No, no es un error de cálculo. Más que repasar los 11 años pasados, hemos intentado imaginar los 10 años futuros. Esto se llama política-ficción, y es un género muy empleado por la prensa occidental, sobre todo en este periodo estival. Por voluntad de optimismo, prevemos un “happy end” en 2020: un Marruecos donde reinarán, al fin, la democracia y el buen gobierno. Escenario aventurado, pensaréis…Porque lo que pasa hoy, en 2010, esta lejos de parecerse a un “happy beggining”. (…)
Grande. Porque con esa excusa del “happy end”, no hay censura que valga. Siempre se podrá decir: “sólo estamos expresando nuestra honesta esperanza de que el señor rey lo va a hacer todo fenomenal”.
Pero, entretanto, treinta páginas escritas entre líneas. Diciendo que lo que habrá habido en esos diez años de su esperanza será una reforma constitucional, una puesta en valor de la lengua dialectal por parte de la administración, un fin del éxodo rural. Cuadros que cuentan que “durante los años 2010 los campos de Tinduf se vaciaron progresivamente mientras la autonomía del Sahara se hizo efectiva” dentro de un modelo federal que constituyó “una solución honorable para las dos partes”, que la situación de las mujeres se equiparó a la europea y que en 2017 una masiva revuelta popular sacó la furia a las calles. En ese 2020 que les apetece, el Presidente del Gobierno que pintan lleva el mismo apellido que uno de los más famosos disidentes del país.
No escatiman en fotomontajes, dándole una vuelta de tuerca a una de las costumbres más irritantes del enemigo. Entran en hilarantes detalles sobre la sucesión parlamentaria; inventan expertos con los que recrear entrevistas y libros de ensayo en cuyas reseñas se analiza la coyuntura económica. Pero de todas las artimañas, mi recurso preferido es la línea cronológica que recorre la parte baja de todas las páginas del dossier, marcando hitos como la abolición de la pena de muerte, la oficialización de la lengua bereber, la legalización del aborto… o las dimisiones, procesos judiciales y hasta muertes de determinados políticos. Recordemos que en el editorial nos han dicho que este era el “happy ending” en el que creían: bravo. Bravos ellos.
Si en estos tiempos en que los hoax parecen haberse vuelto a poner de moda queréis leer más de éste que revolucionó (hace nada, tres meses; y ahí mismo, a la otra orilla de Tarifa) a un país, poniéndonos a varios cientos de lectores al unísono la carne de gallina y la sonrisa en la cara, tenéis enterito el dossier aquí. Quizá estará bien que mantengáis en mente mientras lo hojeáis que los quince que lo firman desde anteayer no va a ser fácil que vuelvan a encontrar alguien que les publique algo en este país.
Yo leía precisamente estos días una novela curiosa, que es más bien un ensayo: “Una historia iraní de amor y de censura“, de Shahriar Mandanipour. En ella, mediante un juego bien tramado de negritas y tachones, vemos cómo la “historia de caricias y besos” que el escritor dice querer contar se va transformando en otra cosa a medida que va anticipando lo que el censor cortará, y lo va remodelando él mismo. No es un libro brillante pero emociona. Es algo así como una lección magistral de cómo esconder un discurso con otro, de cómo afilar las metáforas y lanzarlas como flechas o botellas de náufrago; a la vez que una elegía a las historias que se ven obligadas a transformarse en otra y una crónica de la escritura en tiempos de mordazas.
“Mohamed VI. 20 años de reinado” es también un ejemplo de esas historias que se metamorfosean, de los lápices como flechas de los tiempos en que nos roban las palabras. Pero una de las que salen bien: este dossier de política ficción va mucho más allá que el balance que podía haber sido (que no podía, mejor dicho).
“Usar puntos suspensivos”, dice Mandanipour, “es muy peligroso en cualquier historia. De hecho, escomo tener acceso a la energía nuclear, con la que se puede producir electricidad para encender las farolas e impedir que deambulen los fantasmas de las obras de Gógol y Bram Stoker, y también los de Las mil y una noches, o bien usarla para fabricar una bomba nuclear. Sin embargo, por lo general a los lectores no les interesa encender farolas en calles habitadas por fantasmas. En cuanto un lector, sobre todo si es iraní, ve esos horribles tres puntos, en su cabeza se produce una reacción en cadena similar a la reacción en cadena provocada por la fisión nuclear del átomo de uranio, que desemboca en el escape de la terrible energía nuclear. Cuando los lectores ven los puntos suspensivos, el control de su imaginación deja de estar en manos del escritor (…) De ese modo, los escritores iraníes se han convertido en los más respetuosos, más irrespetuosos, más románticos, más pornográficos, más políticos, más realista-socialistas y más posmodernos del mundo. ”
Para Nichane, igual que en la novela, al final no ha habido beso. Sólo un denso silencio. Y todo parece apuntar a que la historia no vaya a ser muy distinta para TelQuel. Seguramente no lleguen a hacer en 2020 el reportaje comparativo de lo que imaginaron con la realidad.
Pero ese silencio, en las páginas de la Historia, se transcribe como unos puntos suspensivos. Que podemos leer…
…
…
…
¿Sabéis por qué, más allá de que el reportaje fuera suyo, me parece que el cierre de Nichane es la perfecta excusa para contar todo esto? Porque me doy cuenta de que, con su fin como revista, entra a formar parte del Olimpo de la archivística, del cielo de los documentos de una época. Y este reportaje se reencarna en obra a conservar, ahí cerquita, para mirarla como se mira a los santos. Una reliquia del buen hacer y del ingenio de los supervivientes. “Una historia marroquí de amor (por la verdad) y de censura”.
En estos días tristes de funeral de libertades, lo vuelvo a leer. La lección de periodismo, literatura y arte del grito que me llevaré de este país, tan bien escogido para aprender.
Que aunque de las muertes uno nunca se descarga, cómo consuelan las vidas. Cómo consuelan…
Gracias por contarnos las dos historias, la literaria y la real y triste e injusta. Yo sí creo que elegiste bien el país, ya sabes que por esta parte se supone que todo es más fácil y eso, dicen, hace aprender menos…