La shisha perdida

Los caminos de los medios son inescrutables. Con esto de trabajar para una agencia, se acaba entendiendo bien hasta qué punto. A veces, uno escribe un reportaje que le parece totalmente prescindible, una noticia anecdótica, una crónica de no mucho interés, y unos cuantos periódicos se hacen eco, una cantidad exponencialmente mayor de páginas web la copia al instante, y google devuelve cientos de resultados cuándo se le pregunta qué tal destino tuvo el escrito.

Otras veces, un trabajo currado no obtiene ninguna repercusión. Pero en fin, eso ya lo sabíamos.

El caso es que a veces se entiende bien por qué. Lo que vende y lo que no, esas cuestiones. Las palabras clave y las afinidades de cada cual. Pero otras veces no. Otras veces ocurren cosas de lo más inesperado y uno deja de entender. Las normas aprendidas de lo que sí y lo que no se resbalan, y perdemos la porra que habíamos hecho contra nosotros mismos. La entrevista con filón se queda fuera y la crónica sobre váteres sucios triunfa que no veas.

Pero lo que nunca, nunca, nunca, me había pasado todavía, es que nadie, pero que nadie, nadie, comprara uno de los textos que sacaba por aquí. Ni siquiera adn.es o terra.com, bajo cuyo nombre parecen esconderse robots que suben inmediatamente a sus bases de datos toditotodo lo que pasamos al hilo de la Efe.

Y de una manera tan inesperada, además.

No me malinterpretéis: en general me da exactamente igual que se publiquen o no. En el top three de mis trabajos preferidos no ha habido ninguno que se vendiera bien.

Es por genuina extrañeza por lo que os lo cuento. Vamos, que yo pensaba que esta era “de las que sí”, que habría apostado por ella en la carrera de perros de las entradas de google.

Y mira, no. Y aunque sólo sea por eso, de pronto la quiero un poco más.

Así que nada, pasado un tiempo prudencial, por aquí os la dejo.

Porque me parece que, a su manera, también cuenta un poquito el país, como un pequeño Aleph de esos que me gustan.

(A ver si va a ser eso.)

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