-I-
En Azaghar estaban contentos de recibirnos porque tenían fe en la palabra.
Desembarcamos allí un sábado por la mañana, periodistas extranjeros, con nuestras cámaras y nuestras preguntas. Eso nunca es de fiar.
Pero ellos no es que confiaran en nosotros: es que confiaban en la palabra.
Nos contaban su historia con los ojos encendidos. Todo el mundo se reunió en la escuela y expuso su versión. Cada parte. Luego, las mujeres nos cogían de la mano para meternos en las casas y contarnos también.
Ellos tenían un problema. Nosotros, pinta de poder ayudar.
Sólo contándolo.