Una camina por la ciudad nueva haciéndose preguntas.
¿Cuáles de estos bares serán mis bares? ¿Dónde estará la librería que albergue al poeta que me cautive? ¿Cómo se quita este susto que tengo en la garganta? ¿Por qué no llegan a España los mensajes que mando? ¿Hacia dónde quedará el río? ¿A esta hora todavía darán de comer en este restaurante? ¿Llegaré a hablar árabe algún día? ¿A quiénes de estas personas llegaré a conocer? ¿Quién habrá pisado estos jardines a lo largo de la Historia? ¿Qué me deparará este año? ¿Dónde puedo conseguir unos alicates para abrir la bombona de butano?
Ah, sí, las preguntas se suceden. Y son de toda clase.
Aquí no sé si todo es más igual que distinto o más distinto que igual. No sé. Lo igual es distinto y lo distinto es igual.
Voy al trabajo como iba pero en la calle están pelando el tronco de las palmeras, y desde la ventana se ve un mar de tejados blancos. Y si me encargan una rueda de prensa, el primer reto es llegar, porque la convocatoria quizá dice simplemente “barrio del océano, frente a la administración de tabaco”, y vaya usted a saber. Las calles podrían ser madrileñas, pero la gente se pasea por el medio de la carretera. Y cuando en la pausa de la comida fui -en una caminata con vistas al río y no exenta de peligros de tráfico- a llenarme de víveres la nevera en un super primo hermano de los carrefour más habituales, me encontré con que no podría llevarme cerveza porque el espacio especial y restringido en el que se guardan las bebidas alcohólicas estaba cerrado por ser viernes en horario de oración. Abro el armario de la cocina y huele a especias fuertes.
Pero también ocurre que un colmado con cuyo dueño no me entiendo encuentro galletas de barquillo de las que comía de niña. Que en los entresijos de la medina hay cestas de películas pirata casi más occidentales que yo. Que en los cafés, aunque casi nunca haya mujeres solas, la tele está poniendo la liga española. Que sigo haciéndome a todo correr sandwiches de tomate y queso, aunque me los coma en manga corta en un balcón con vistas al minarete.
Sorprende sobre todo lo fácil que es cambiar de vida. Hace una semana estaba en Madrid y ahora mi cama es ésta como si lo hubiera sido siempre. Sí, sorprende sobre todo lo rápido que se acostumbra el cuerpo a los nuevos olores, los nuevos sabores, la naturalidad con que acepta los súbitos chaparrones y las riadas que les nacen a las calles, el automatismo con el que ya va girando en las esquinas del nuevo paseo cotidiano mientras pisa firme -rock the kasbah- y se pregunta…
… ¿llegaré a sentir mía esta ciudad?…
(Y mientras tanto, en sus otras nuevas ciudades, más y más compañeros siguen contando también las preguntas y respuestas que se hacen. Ya tenemos a Eva para traernos el efecto Beijing, a Manuela en su Ciudad Selva Distrito Federal, la lógica del caos de Nina en Delhi, a Víctor dejando entrar a París por la Porte de Lilas, y a María viviendo Bruxelles, sa Bruxelles. Y, en otro orden de cosas, para los que habléis inglés, mi querida Hannah, que aunque no es del equipo de efebecarios también anda lejos de su casa, ha decidido empezar a sacarnos carcajadas con el relato de sus días en Costa de Marfil. ¡Todos para no perdérselos!)
No sé, Casielles, si algún día llegarás a sentir ‘tuya’ esa ciudad, ese mundo, esa vida, ese todo tan distinto y tan cercano al mismo tiempo que todos también estamos viviendo, desde los londinenses a los bogotanos, pasando por los pekineses o los cairotas, todos de adopción. Lo que sí sé es que sentir, la estás sintiendo, y provocas lo mismo en nosotros. Que notemos esos olores fuertes en tu despensa, esos silencios escondidos entre ruidos de tubos de escape o esas miradas que siempre consigues trasladar a las cosas que -en efecto- te hacen sentir.
Inmensos ojos acuosos, ésos los tuyos que se preguntan sobre el alma. Preguntas al aire que recorren un cuerpo como si fuera su sangre. ¿Cuántas veces se te ha erizado la piel de otra ciudad?
Laura.. disfrútalo. Empápate de vida y luego retransmítenosla. ¿Qué habrá sido de aquella niña que conocí en aquel cuarto con vistas al patio interior del Isabel? Ese ser que en primero de carrera me hablaba ya de la necesidad de ser independiente, de un mundo fascinante en una lengua extraña? Poco a poco recorremos un camino, andamos y en verdad lo que hacemos es buscar, buscarnos. En cualquier esquina esperamos encontrar esa pieza de nosotros mismos que complete-un poco más- nuestro puzzle. Pero todavía nos queda, esperemos, mucho camino que andar, mucha vida que disfrutar. Ayer, leyendo un texto sobre el escritor hamburgués Wolfgang Barchet, observé que usaban la palabra “Lebenshungriger” para describirlo. “Lebenshungriger”, me encantó. Creo que ese hambre existencial nos hace siempre comernos la vida a bocados chiquititos. La comemos y queremos más, queremos entender. Es nuestro destino Laura, pasar hambre.
parece que ya es tuya
Sensaciones, preguntas o preguntas, sensaciones…no sé en qué sentido se suceden, pero están ahí, llamando a nuestra mente, entrando y nosotros esperando encontrar unas explicaciones cuanto antes que calmen ese `nudo en la garganta´…aún nos queda mucho tiempo para descubrir las respuestas. Confío en que llegarán cuando menos lo esperemos. ¡Ánimo!y continuemos haciéndonos preguntas, que eso significará que seguimos vivos.
buen viaje, marinera