Cuando estuve en Valladolid, me hablaron más de China que en toda mi vida antes: una noche, la ciudad se volvió campo de arroz, la sobrevolaban dragones.
De aquello, el correo me trajo al menos tres libros que seguían contando cosas del Imperio del Centro.
Hoy, en el “Ellas dicen” del Manual de Lecturas Rápidas para la Supervivencia, tres poemas de Belén Artuñedo.
Y entonces recordé que yo hace meses que quería dejar caer este por aquí, directo desde sus “Cuadernos de China”:
No quiero endurecerme
para verte soy arcilla
y tenerte
es estar en el bordesoy arcilla
y me quedo en la humedad
en la sombra que te mira levantarte
sonreírme
y conquistar con tu pie diminuto
tu camino.
O tal vez este. Sí: tal vez este.
La lealtad en China es un pozo rojo,
un corazón de cinabrio,
o una espiga que alimenta a una mujer.
En esta lengua quiero aprender una palabra,
profunda y roja como el origen
que nunca encontraremos.
Que te dé de comer, sin corregir los mapas,
sin descubrir las fuentes, que te quite la sed.
Profunda y roja.
Como la herida de la vieja amistad
asistiendo al fracaso.