Justicia… poética

Hay un conocido abogado, orondo, engominado. Suele defender en sus juicios los intereses de empresarios y otros probos ciudadanos. Escoge casos mediáticos, casos con víctimas blanco de lágrimas fáciles de sobremesa. Su vocabulario revela con total transparencia su pensamiento. Ya sabemos todos qué pensamiento es.

El caso es que este conocido abogado, engominado, orondo, disfruta lanzando en su alegato final encendidas soflamas contra el terrorismo. Se lanza y sobrevuelan la sala como balas categóricas afirmaciones. Y acostumbra a acabar su discurso con lo que cree el golpe de gracia, el lema de su particular cruzada contra el mal:

Se decía en latín: “Delenda est Carthago”. “Qué grande es Cartago”. Lo mismo podría haberse dicho también de Roma; lo mismo puede decirse hoy de España. Y es así por su ley.

El problema es que el ilustre letrado no recuerda bien sus lecciones de latín.
“Delenda est Carthago” en realidad significa “Cartago debe ser destruida”.

Así que ocurre el famoso abogado, engominado, orondo, acaba cotidianamente sus soflamas contra el terrorismo gritando:

– Se decía: Cartago debe ser destruida. Lo mismo podría haberse dicho también de Roma; lo mismo puede decirse hoy de España. Y es así por su ley.

 

[Epílogo: al señor letrado nadie le había sacado nunca de su error. Pero el otro día echaron de la sala a un acusado. Del delito que tanto le gusta al abogado ilustre. Se fue dando carcajadas mientras le ponían las esposas. “A ver si se entera usted de lo que significa Delenda est Carthago”, gritaba.]

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