Por ironías de la vida esta, después de el cabreo de ayer, el segundo post de hoy también tiene que empezar admitiendo que hay días en que me gusta mi oficio, porque esta mañana -en que volvió a tocarme hacer de pinche del cubridor oficial de la cuestión, , aunque esta vez con meras libretita y grabadora- me la pasé escuchando una conferencia de Roberto Saviano, lo que tuvo su punto.
No os voy a reproducir la sarta de polémicas que desató, que para eso están los periódicos. Ni siquiera me voy a meter en lo cachondo que puede llegar a ser ver tomar apuntes a una horda de polis y picoletos.
Sólo os voy a copiar aquí debajo la frase con la que cerró su intervención el italiano, porque sacada de contexto me encanta. Vaya por esos, tan admirados, que se dejan la piel en las letras porque creen que, efectivamente, a cada grito suyo se tambalea un poco un trono y hay quien se debería asustar.
¿Cómo es posible que una organización que factura 300 billones de euros tenga miedo a un libro? Es que ellos no me tienen miedo a mí ni a mi libro. Le tienen miedo a las personas que me leen.