Siempre lo supe pero nunca había localizado las razones: por qué las mujeres que hablan muy bien en público tienen en general más fuerza que los hombres que hablan muy bien en público. Voilà:
Escucha a una mujer hablando en una asamblea (si no ha perdido el aliento dolorosamente): no “habla”, lanza al aire su cuerpo tembloroso, se suelta, vuela, toda ella se convierte en su voz, sostiene vitalmente la “lógica” de su discurso con su propio cuerpo; su carne dice la verdad. Se expone. En realidad, materializa carnalmente lo que piensa, lo expresa con su cuerpo. En cierto modo, inscribe lo que dice, porque no niega a la pulsión su parte indisciplinable, ni a la palabra su parte apasionada. Su discurso, incluso “teórico” o político, nunca es sencillo ni lineal, ni “objetivado” generalizado: la mujer arrastra su historia en la historia.
(“La risa de la medusa”, Hélène Cixous)
(Pienso particularmente en aquel primer día de clase en París, cuando mi amiga Andrea, con su francés deslabazado y lleno de errores comprometedores -de esos de decir puta en vez de Putin, follar en vez de bajar-, con sus ademanes de princesa caribeña, con su aspecto de miss mundo exótica, con su énfasis y sus seguridades, se puso en pie, tomó las riendas de ni sé qué debate, y mantuvo callados y boquiabiertos durante más de diez minutos a todos aquellos estudiantes-brillantes-de-una-de-las-escuelas-de-élite-del-país...)
Qué buen texto! Thanks.