Es una pregunta clásica: “si pudieras elegir cualquier lugar del mundo… ¿¿adónde te irías ahora mismo?? ¡Contesta rápido, lo primero que se te venga a la mente!”
Y uno responde según proceda. “A tu lado, amor”. “A la Conchinchina”. “A una playa de Cancún”.
Pues bueno. Casi casi. Lo creáis o no, existe al menos una situación posible en la que a uno le ponen delante una lista con treinta nombres. Los de treinta ciudades que sin duda se cuentan entre las más atractivas del planeta. Y le dicen: “elige”.
Es más, le dicen: “elige tres”. Otra pregunta clásica, los tres deseos del genio. “Por orden de preferencia”.
Es momento de armarse con todo. Poner en una mano las razones pragmáticas y en otra las sentimentales. Poner sobre la mesa todos y cada uno de los miedos. Delante, como en un atril, tantas películas vistas y tantos libros leídos, conformando imaginarios. Invocar postales y relatos de viaje.
Primero la criba gorda. Entonces es cuando uno se escucha con inmensa sorpresa decir cosas como “vale… no quiero pasar otro año en París”, “vale… no quiero volver a pasear los Andes”, “vale… paso de México”, “vale… no me apetece nada vivir en Bruselas, Roma ni Berlín”. “Vale, Nueva York no está entre mis opciones”.
Dios santo. Además de existir un mundo posible en el que me hacen en serio la pregunta del siglo, hay un mundo posible en el que yo renuncio a doce meses en Tokio o Nueva Delhi. ¿Hay algún pasaje de la Biblia que diga que el verdadero castigo que nos infringió Dios es el poder de elegir?
Poco a poco se perfilan las verdaderas opciones.
Y entonces comienza la hecatombe entre los señores que deciden dentro del cerebro. Hay uno que me tira de los pelos gritándome aquella sensación que tuve al pasear El Cairo. Lo dije al volver: “yo quiero vivir aquí”. Otro me susurra en la oreja derecha aquello que escribí en el ferry que regresaba de Marruecos: Rabat, con su mar, su muralla, su otro lado del Bu Regreg, es para mí la ciudad de lo eterno, de pararse el tiempo. La gente se mueve y el mundo está quieto.
Mientras, sobre todas las cosas, vuela, claro está, una manada entera de dragones chinos.
Y de pronto tal vez vislumbro algo así como Buenos Aires y todo el proceso vuelve a empezar.
(Aparte de, claro, todo lo demás también, retumbando en alguna parte del pecho.)
Creo que voy a pasarme el próximo par de meses girando entre las manos mi ajada bola del mundo. La próxima vez que os hagan preguntas hipotéticas, tomáoslas en serio. Siempre hay un mundo posible en el que se plantea de verdad la decisión del genio azul.
Seguro que no eres consciente de que estás aplicando una de las fases más importantes de la terapia de Aceptación y Compromiso (ACT). Elige, Acepta, Comprométete y Actúa. Estás en el tren de la vida. Mucha suerte en el camino.
Un abrazo
Confieso que este post me ha dejado trastocado. Se me ocurren un montón de lugares donde no quiero estar, pero sólo unos pocos donde sí quiero ir. Supongo que la experiencia me ayuda a decidir los que no.
Ya me lo pensaré. Muy bueno.
Un saludo.
Todos, la respuesta es todos, uno detrás de otro
Tus cuatro opciones me gustan, sea cual sea, allí iré yo… Pero al menos ahora sé que Buenos Aires te gustaría.
Mua!
Ánimo Laura!!! Al final lo de tener el mundo en tus manos, lo echarás de menos, cuantos quisieran!!! Yo que no soy tan racional, y mucho más intuitiva, me inclino a pensar, que al final alguna sin razón, te dejará despejada la duda.
Un año y medio después, esto sigue escociendo.
A lo mejor porque yo llevo fatal las elecciones (tengo un superpoder reconocido: la Elección Absurda), y el dejar escapar cosas al quedarme con otras, y los “¿y si…?”. Y a lo mejor porque tengo claro aquello de “cuidado con lo que deseas, porque podría hacerse realidad”.
El caso es que pica. Pero con gusto. Y mola leerlo después de leer el otro post que me ha llevado aquí: sabe distinto.
(Respecto al castigo divino de la libertad de elección/libre albedrío, creo que el tío Fjodor lo dejó bien claro en “Los Hermanos Karamazov”. Igual estás siguiendo su camino, morena… ;).