Me gusta el día de hoy. Ese: el primero en el que dices: qué frío, pero qué frío, pero joder qué puto frío. Y te pasas la mañana de clase mirando por la ventana la tormenta, soñando inviernos llenos de refugios; y luego anulas los planes porque lo siento tengo que ir a abrigarme, me pelo; y llegas a casa aterido, guardas el tupper en la nevera y cocinas por el único ancestral motivo: entrar en calor; con la sudadera, por fin, de la pantera rosa, y las cortinas un poco descorridas, todo ese frío afuera. Y luego cómo va uno a volver a la facultad, para una hora, total, y además con este frío: una siesta inevitable de la que te despierta una invitación a Mallorca en invierno -qué frío, qué frío-, y ponerse a estudiar, hasta el flexo da calor; estudiar a Kant porque a Kant sólo se le puede estudiar cuando empieza el invierno.
Y ahora abrigarse mucho, salir a la calle para intentar comprar tres libros imprescindibles y unas botas con mucho pelo dentro. Que al salir a la calle ya será prácticamente de noche, me cago en la puta, qué frío, y volver a casa luego va a ser una maravilla.