Si es que así no hay quien estudie, coño. Yo venía tan tranquilamente, asfixiándome entre el asfalto y el sol, de no hacer -siempre te lo digo, Laura, mira el calendario antes de salir de casa, no vaya a ser sábado- unas fotocopias en la biblioteca de la facultad, cuando voy y me tropiezo, como si nada, con el Marché de la Poésie. Pues eso, como lo oís. Toda la plaza de Saint Sulpice convertida en un mercado de versos. Que no es lo mismo que decir una feria del libro.
Poesía y nada más que poesía. Y con eso quiero decir que había muchos relatos, y muchas fotografías, y algunos comics. Me gustó eso, que se le llamara de la poesía y hubiese tantas cosas. Y empezar a ir de puesto en puesto, que este tenía antiguallas y aquel cosas tan serias y el otro revistas de viajes que se deshacen como para echar a volar. Y el tipo que hacía cajas de las que salían desplagándose acordeones de versos, y la que tenía cuadernos de historias múltiples. Y esa sensación de no poder estar más perdida, como girando en la mitad de un mapa enorme.
Imposible. Y en la puerta, vasos de vino, sírvanse, y alguien que recita -claro- a grito pelado. Y un poco más allá la la noche franco-británica, sonando a baladas. Y sobre todo, por todas partes, libros de poesía, revistas de poesía, poetas que firman, poetas que miran, cedés de poesía, poetas con sombrero.
Muchos pedantes, claro. De eso en todas partes. Pero ese pequeño puesto de libros de la India, y aquel de las feministas, y un japonés diminuto que caligrafía en directo sus versos indescifrables en A3, y me sonríe.
De allí sólo se podía salir con setenta bolsas o sin ninguna. Así que, como no están los presupuestos de junio para acrobacias, me fui con las manos en los bolsos y los bolsos a su vez llenos de un montón de esas postales que se habían hecho para repartir en La Primavera de los Poetas y sin las que me había quedado entonces. Muy kitsch pero lo que cuenta es la intención.
Y refunfuñaba yo porque ese era un evento como para irse de picnic a la mitad del mercado, como para leerlo todo, como para hacer llamadas y decir “cogéos un avión barato y venid”, como para perder el reloj, pero tengo dos examenes el lunes y un sentido de la responsabilidad algo molesto.
Y oh desastre, que cuando salgo a la calle recuerdo que justo comienza la Fête de la Musique. Sí, la fiesta de la Música. Toda la ciudad convertida en escenario, todas las calles y todas las plazas y todas las esquinas con un grupo que se pone a tocar, con una guitarra, un teclado, una voz, mientras atardecen uno de estos primeros días de real verano y suenan las cervezas, y suenan los vestidos de tirantes, y suenan las sandalias, y suena todo el mundo que pasea despacio, vacaciones, y todos esos turistas que quieren de pronto vivir en París.
Y echo casi a correr, casi con las manos tapándome los oídos, subo las escaleras casi como un torbellino, cierro la puerta con casi siete llaves.
Y al abrir las ventanas, entiendo que debajo de casa hay un festival de rock.
Era por esto, el mito del que venía y ya nunca escribía la novela, ni hacía la película, ni acababa la carrera. Normal. Si es que así no hay quien pueda.
Los dos exámenes del lunes yo creo que se los voy a escribir en verso.
¿Ves? Llámame ilusa, bohemia, típica o tópica, pero estoy convencida de que esa mezcla de sensaciones sólo se pueden juntar en París, uhm!
(Y yo estaría encanta de que París no se acabara nunca y me tentara a no cumplir mis obligaciones)
muá!